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El diccionario de la RAE define el racismo como «la ideología que defiende la superioridad de una raza frente a las demás y la necesidad de mantenerla aislada o separada del resto dentro de una comunidad o un país». El racismo pretende diferenciarnos por el ... color de nuestra piel, por el RH de nuestra sangre, por supuestas razones genéticas o por la morfología de nuestras cabezas, provocando animadversión, luchas y enfrentamiento, pudiendo incluso acabar justificando la eliminación física de las razas consideradas inferiores, como ya ha ocurrido en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia.
Y es que el mundo anda bastante revuelto. A la crisis global que ha ocasionado la pandemia ahora hay que sumarle los violentos incidentes que se están produciendo en Estados Unidos, en protesta contra el racismo y la violencia policial que se da por aquellos lares. La chispa ha sido el homicidio del afroestadounidense George Floyd bajo custodia y también bajo la mismísima rodilla de la policía de Minneapolis el 25 de mayo, lo que ha sensibilizado a mucha gente en todo toda el planeta y sacudido nuestras conciencias. Como un conflicto larvado y sin resolver que a veces despierta de su letargo, el racismo en Estados Unidos y en el mundo ha vuelto a ser centro de la polémica y discusión en los últimos días.
La intolerancia es uno de los más terribles males que padece nuestra especie desde que el mundo es mundo, desgraciadamente tiene muchas formas y el racismo es una de sus peores caras: defender la supremacía de unos seres humanos sobre otros, creerse superior por razones de raza, religión, sexo, nacionalidad o cualquier ideología junto a la lucha sin escrúpulos por el poder y el dinero son las lacras de nuestra sociedad y las principales fuentes de conflicto y de muerte. La intolerancia supone el desprecio al otro, al que no piensa como tú, y el abuso desde una posición de privilegio repele las ideas de los demás o al diferente sin más argumento que la descalificación, la estigmatización o el odio.
Lamentablemente en los campos de juego también se suceden los actos racistas, conductas deplorables que hemos visto se repiten una y otra vez en los estadios, un síntoma claro del mal que nos acucia. En mi propia experiencia en las canchas de baloncesto que he visitado he vivido actitudes muy minoritarias, pero que han existido de forma recurrente (en unas más frecuentemente que en otras), donde alguna vez un espectador o un pequeño grupo de ellos han hecho alarde de su idiotez con el insulto a la condición del contrario (incluso si es de los suyos y no anda acertado), por el color de su piel o por el simple hecho de proceder de otra región o país.
Hay que luchar contra esto sin complejos y sin ningún tipo de violencia pero con la contundencia de la razón y de los hechos, sin un victimismo mal entendido, con los instrumentos que nos da una buena educación y el ejemplo, ese que tantas veces se pierde en los estadios por ese modo de forofismo que lleva a algunos a desfogar en ellos sus más bajos instintos, incluso delante de sus propios hijos, sin saber disfrutar sin más del juego, del espectáculo y de su equipo.
Pero el conflicto del racismo en USA es histórico y la realidad indica que sigue existiendo a nivel social y en el deporte. La NBA está dominada en un altísimo porcentaje por jugadores afroamericanos que tuvieron que esperar hasta los cincuenta para empezar con muchas dificultades a integrarse en una liga que era solo para blancos, dirigida por blancos y patrocinada por empresas de blancos. Políticas impulsadas por David Stern y ahora por Adam Silver con Iniciativas como la de el Martin Luther King Day y las de sus principales figuras como Michael Jordan, que recientemente ha donado contra el racismo 100 millones de dólares, y Lebron James a la cabeza, adquiriendo un compromiso de cambio para la comunidad negra, invitan a pensar que las cosas mejorarán para las nuevas generaciones y, sobre todo, que el deporte debe ser una herramienta fundamental para superar este deplorable agravio.
Lo que más me asusta de la brutal muerte de George Floyd es observar la mirada fría, inmutable y de indiferencia con la que el policía aplasta su vida, la verdadera cara del racismo.
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