Hay muchas acciones en la cancha, algunas también perjudiciales, que simplemente no aparecen en las estadísticas o al menos no alcanzan en ellas el valor cuantitativo que se merecen, ya sea en positivo o incluso aquellas que debieran ser penalizadas. Hay y ha habido jugadores ... que se han ganado bien la vida en el deporte profesional, pero que han pasado pronto al olvido porque han desarrollado en sus carreras y en sus equipos una labor menos vistosa y apartada de los 'ranking' de valoración. Jugadores muy apreciados por sus entrenadores, pero que, en muchas ocasiones, pasan bastante desapercibidos, sobre todo, entre el público menos entendido y entrenadores y directivos poco avezados.
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En cualquier caso, el camino para ellos siempre es más difícil y con menos oportunidades que las que puede llegar a tener el jugador más virtuoso y vistoso, con una buena condición física y buenas habilidades técnicas ofensivas, ya sea en el tiro, incluso en el pase o el bote y sobre todo con potencial anotador, lo que dispara sobre ellos definitivamente las expectativas.
Pero, en un equipo que pretenda alcanzar un alto nivel, las cualidades de sus jugadores se han de repartir entre los diferentes aspectos del juego. Están aquellos que lo sustentan en su capacidad para el tiro; para anotar desde cualquier posición, tirando o penetrando en su uno contra uno desde fuera o en el poste bajo; por su capacidad en el rebote o la intimidación; por saber aumentar el ritmo de juego… y también por su capacidad defensiva. Pero los jugadores más determinantes son siempre aquellos que lo que saben hacer bien en la cancha logran un mayor impacto en el juego de su equipo y, por supuesto, en sus resultados. A diferencia de aquellos, tal o cual jugador o jugadora, que aunque puedan anotar mucho cada partido o destacar en cualquier apartado estadístico, casi siempre lo hacen o lo han hecho en un equipo claramente perdedor, lo que acaba explicando, casi siempre, el porqué de sus trayectorias.
Y es que no hay talento, por buenos que algunos nos puedan parecer, si se carece del carácter verdaderamente competitivo, que define precisamente al personaje más de moda del baloncesto español, Alberto Díaz.
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A este sí que nadie le ha regalado nada, más reconocible para muchos por el color de su pelo, más propio de la campiña irlandesa y los 'Highlands' escoceses que de estos lares, que por su juego. Y es que muchos entre propios y extraños –y, lo que es peor, entre directivos y entrenadores– han dudado a lo largo del tiempo de su proyección a pesar de haber liderado todos los equipos por lo que ha pasado desde pequeñito, a pesar de los logros individuales y colectivos y de la confianza que se ha acabado ganando a pulso de todos los entrenadores que ha tenido e incluso de aquellos que no lo querían. Y es que nunca ha sido el más alto, ni el más rápido, ni el más anotador o habilidoso, difícil de apreciar a primera vista o en la rueda de calentamiento, o por su forma de moverse o armar el tiro, pero que ha acabado destacando por encima de la mayoría de aquellos que sí lo hacían.
Y es que algunos no se acaban de enterar de que el talento sí es el camino a la excelencia, pero que es imposible explotarlo sin añadir a tus mejores cualidades o habilidades emoción, ambición y determinación, carácter hipercompetitivo, sacrificio, conocimiento del juego… y esa capacidad, que solo tienen algunos privilegiados, para impactar y contagiar a tu equipo de lo que tú eres, como así lo hace Alberto y lo lleva haciendo toda su vida deportiva.
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A mí me recuerda, salvando las distancias en el espacio y en el tiempo, a Nacho Rodríguez, que, aun a pesar de que salía perdiendo en todas las comparaciones y chascarrillos, se comió a todos o a casi todos de su generación para acabar consiguiendo el reconocimiento y entrando, ante la sorpresa de muchos 'entendidos', en la órbita de los más grandes. Y es que, ¡atencion!, a estos jugadores siempre es preferible tenerlos contigo que sufrirlos en tu contra porque, entre otras cosas, dominan el arte de los intangibles.
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