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La vida pasa en un suspiro. Una frase hecha y recurrente en situaciones adversas a modo de aviso y para no perder de vista cuáles deberían ser nuestras verdaderas prioridades, que olvidamos tantas veces en este tránsito en el que por momentos nos sentimos eternos ... y donde vamos acumulando vivencias y recuerdos que se nos amontonan a la hora de despedir a nuestros seres queridos y personas más cercanas.
José María Martín Urbano ha dedicado su vida a lo que más le gustaba. Su vocación de maestro le llevó y le trasladó directamente a la que fue una de las grandes motivaciones de su vida, que entregó sin ambages al baloncesto, a Málaga y a su Semana Santa (en el último traslado de los Sagrados Titulares de la Hermandad de Estudiantes tuvimos la suerte de que nos acompañara con su jovencísimo sobrino, Pablo Galindo, ya imbuido de los valores que su tío le había transmitido). Viviéndolo todo intensa y apasionadamente, como él era, una persona enormemente competitiva pero también sociable, cumplida y atenta; un conversador locuaz, divertido y de un anecdotario inagotable, que sabía defender sus postulados con vehemencia, siempre fiel a sus convicciones más personales, deportivas y religiosas, y un gran observador, como lo son todos los grandes entrenadores que se precien de serlo.
Lo recuerdo con nitidez desde que, siendo yo jugador de minibásket del colegio Maristas, un joven José María daba sus primeros pasos como entrenador al frente del equipo de la misma categoría en el colegio El Buen Pastor de Málaga. Allí militaba, entre otros, Juan Luis Roquero, uno de sus primeros hijos deportivos de referencia. Después vinieron muchos más de distintas generaciones en los diferentes clubes en el que militó, como Rafa Pozo, Salva Gallar, Armando Nougués, Angel Valverde, Juani Rosa, Miguel de la Torre, Francís Sánchez, David Gil… Y allí también se iniciaba una historia de rivalidad deportiva que duró mucho tiempo, que nos mantuvo cerca pero en caminos paralelos en muchas etapas para después ser compañeros en el Unicaja en sus últimos años de actividad en la cancha tras su paso por los diferentes clubes en los que militó, que le llevó finalmente hasta el Caja de Ronda, en el cual, como todo el mundo sabe, tuvo un papel esencial tanto en su fundación como en todo su desarrollo deportivo y también estructural.
Y es que me resulta imposible hablar de José María sin hacerlo de esa enorme competencia deportiva que hubo entre los dos clubes de la ciudad, el Caja Ronda y Maristas, que vivimos con intensidad y en primera persona, así como la posterior fusión entre ambos que trajo consigo el Unicaja que hoy conocemos, pero que no resultó en sus inicios, les puedo asegurar, fácil para nadie y que él definía, con su gracejo habitual, así: «Los hemos absorbido ellos a nosotros». Rivalidad que, aunque superada ya hace mucho tiempo, la mantuvo en charlas informales en forma de simpático chascarrillo.
Apenas hace unos meses recibimos con agrado la propuesta del club de dirigir a diferentes generaciones cara al Europeo FIMBA, que él acogió con la misma ilusión de siempre, que tomamos como una muestra de cercanía y cariño, que entendimos como una magnífica iniciativa por conllevar un afán de reintegración de muchas personas tremendamente vinculadas a la historia de nuestro baloncesto. En estos días ya andábamos entretenidos hablando de cuándo y cómo organizar encuentros de veteranos de distintas generaciones para seguir compartiendo experiencias, cancha, vestuario y alguna que otra cenita.
El bueno de Manolo Ruiz, afanado en sus tareas en Canal Sur, me daba las primeras noticias desde el Carpena. Quedamos a la espera, pero los peores presagios no se hicieron esperar. Quizás no podía haber sido de otra manera. De repente recordé al gran Ignacio Pinedo. Ambos, y como auténticos guerreros, quedaron en el campo de batalla. Los grupos de Whatsapp echaban humo, la tristeza se apoderaba de todos por alguien que ocupaba en nuestro mundo un lugar propio y único.
La vida está siendo cruel en este año terrible para la gran familia del baloncesto malagueño que ahora solo quiere permanecer unida en el dolor a Maribel, su pareja inseparable y dos personas difíciles de entender la una sin la otra.
Tu existencia ha merecido la pena y ha merecido la pena conocerte.
¡Muchas gracias , José María!
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