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Hay relaciones que transcurren en el tiempo y van más allá de lo profesional. Hay personas que atesoran virtudes que sobresalen en todo momento, por su humanidad, por su generosidad y por sus conocimientos. Y José María Martín Urbano era una de ellas. Lógico. Era ... maestro por partida doble: por su profesión y por su enseñanza. Han sido treinta años de aprendizaje continuo, realizando juntos numerosos viajes por España y por Europa, compañero en la tarea de informar de lo que tanto nos apasiona durante cientos de partidos, miles quizás. El baloncesto no solo pierde a un entrenador que dedicó su vida a este deporte, sino a un profesor de la vida que gustaba de dar consejos, dada su locuacidad y su capacidad para conversar en amenas comidas o frugales cenas.
José Mari nunca abandonó el baloncesto, aunque ya no se sentara en un banquillo profesional. Jamás la frase 'murió con las botas puestas' cobró tanto sentido como en este fatídico miércoles 19 de octubre, cuando la vida se le escapó de las manos mientras presenciaba el encuentro de la Basketball Champions League entre el Unicaja y el Dijon francés en el Palacio de los Deportes Martín Carpena, para luego verter su atinada visión del partido en SUR, donde era muy querido no solo por sus compañeros de Deportes, sino por el resto del periódico, especialmente también por aquellos que siguen la actualidad cofrade. No podía ser de otra hermandad que de la de Jesús de la Pasión, la que ponía en todo lo que hacía. El Lunes Santo ya nunca será lo que era para los que disfrutamos de su sapiencia en todo lo relacionado con la Semana Santa. Todos los hijos de sus amigos han recibido un sinfín de lecciones sobre palios, mantos, varales, arbotantes o cajillos. Lo sabía todo y lo transmitía con un estusiasmo único. Era un personaje con vida propia en esos días en los que callejeaba engalanado –para él siempre era Domingo de Ramos– desde el amanecer hasta la madrugada entremezclado entre el cortejo procesional, para no perderse nada y para pronunciar esa frase mítica a todos los que se le acercaban: siempre es lo mismo, pero todo es diferente.
La Málaga deportiva está de luto en este infausto 2022, ya que el año se desperezó con el adiós de Alfonso Queipo de Llano y agoniza con la desaparición de Martín Urbano, compañeros inseparables durante décadas. Ya están juntos de nuevo, y es que no podían pasar el uno sin el otro. Será muy difícil olvidar estos meses de tanta aflicción. Y es que cuando la primavera florecía también se marchó Javier Imbroda. Un triduo del destino pleno de tribulaciones. Muy cruel, demasiado. Desde luego que para el baloncesto en particular son pérdidas irreparables. Habrá un antes y un después de ellos. De eso no hay duda alguna.
En estos momentos de infinita tristeza y de gran consternación me acuerdo de Veljko Mrsic, el actual entrenador del Breogán de Lugo y ex jugador del Unicaja, cuando se quedó pasmado con la videoteca de partidos que acumulaba José Mari en su casa y sus profundos conocimientos del baloncesto de todas las épocas. En ese reportaje con motivo de la Copa del Rey de Málaga de 2001 quedó plasmado la esencia de Martín Urbano, ya que el croata es también un enamorado de su deporte y de los que ven de forma compulsiva baloncesto, de todas las edades y de todos los países. Escuchar a ambos fue asistir a un máster avanzado y del que extraje lecciones de por vida.
No solo escribía con rigor sus análisis del Unicaja, o de cualquier otro equipo o competición, sino que cuando SUR contó con Canal Málaga y ofreció los encuentros, sus comentarios en televisión fueron muy aplaudidos bajo la narración de Daniel Marín. Inolvidable el encuentro frente al Etosa Alicante de un 'play-off' recordado con el paso de los años por la sublime actuación de Carlos Cabezas, por quien José Mari sentía debilidad. Allí en tierras levantinas se quedaron para la posteridad momentos únicos.
Aún guardo en la retina nuestros cruces de miradas en el último encuentro que compartimos en la tribuna de prensa del Martín Carpena. Fue frente al Gran Canaria, ya que el choque frente al Real Madrid lo vio por televisión en casa, aquejado de una angina de pecho que supuso el aviso del fatal desenlace consumado anoche. En ese encuentro frente al cuadro insular, el equipo malagueño realizó una primera parte para el olvido y amenazaba la tarde dominical con una nueva derrota en otro comienzo liguero de los que nos tiene acostumbrados últimamente el club de Los Guindos. Su libreta abierta de par en par, con el bolígrafo gastado por tantas anotaciones, y su mirada característica que conocía como la palma de mi mano.
Sobraban las palabras porque sus ojos lo decían todo, los que anoche se cerraron inopinadamente para escribir una de las páginas más tristes del baloncesto malagueño. José María Martín Urbano murió en el Carpena, en acto de servicio, haciendo lo que más le gustaba, ¿qué más podría pedir? Sí, una cosa más, que no se hubiera ido tan pronto y así privarnos para siempre de sus conocimientos. Adiós, maestro.
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