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Apesar del empeño de algunos por dogmatizar técnica o tácticamente y por normatizar las formas de cómo hacer las cosas, en el baloncesto, como en tantos órdenes de la vida, hay mucho conocimiento que adquirir pero no hay recetas, reglas fijas ni fórmulas magistrales que ... copiar. Lo que vale para unos puede que no valga para otros, lo que funciona con unos o en un equipo no tiene por qué funcionar para los demás. Cada persona y sus circunstancias en cada momento son un mundo y cada equipo, jugador o jugadora, por tanto, también.
El entrenador no debe tratar de encorsetar actitudes ni aptitudes, ni entrar en un bucle de repetición o en un copia y pega de prescripciones propias o ajenas temporada tras temporada, sino que ha de saber implementar y compartir un proceso de crecimiento personal y común de adaptación a las singularidades físicas, técnicas, tácticas o personales de sus jugadores en su entorno que le permita conectar con ellos y de estos entre sí para que puedan ofrecer a lo largo del tiempo su mejor versión, esa que todos buscamos cada día en nuestras propias vidas.
Por eso, lo de Ibon Navarro está siendo una verdadera inspiración y una referencia que tomar. Porque está consiguiendo, muy por encima de las cuestiones puramente técnicas o tácticas en las que muchos se fijan más y en las que ya se le presupone su alta capacitación, algunas de las cosas más importantes y difíciles que hay en el deporte de equipo profesional y que tanto pueden llegar a condicionar su rendimiento, como por ejemplo que ninguno de sus jugadores vea coartada su proyección o su caché económico en el mercado por jugar más o menos minutos en un partido u otro; que no cambien sus comportamientos por sentirse titulares o suplentes, por tirarse más o menos tiros o meter más puntos que los demás, porque saben que siempre tendrán su oportunidad de desarrollar todo su potencial en la cancha antes o después. Porque está consiguiendo de cada uno de ellos un alto nivel de rendimiento y que disfruten del baloncesto, que todos se sientan igualmente importantes dentro del grupo y parte de las victorias y las derrotas, porque ya comparten los éxitos colectivos como propios y han aprendido que son estos los que les hará a cada uno de ellos mejores jugadores y el camino que les dará mayor visibilidad en el mercado y mejor catapultará sus carreras.
Y es que Ibon, gracias a todo eso, está logrando mantener a sus jugadores enchufados en las diferentes competiciones casi desde los primeros compases de la temporada. Y eso, créanme, en el Unicaja y en cualquier equipo es muy difícil, mucho más hacerlo hasta con 12 jugadores sin que nadie se sienta perjudicado o falto de confianza, dolido o sin que esté pensando en cambiar de aires el próximo año. Al fin y al cabo, un entrenador de un equipo de este nivel es, ante todo, un gestor de Recursos Humanos y de emociones.
Es imposible adivinar hasta cuándo va a durar este estado de gracia. Mientras tanto, ya están aquí, ya se acercan la Final Four de la Champions, un final de Liga apasionante con el cuarto puesto en juego con el mayor rival de la época (el gran Tenerife de Vidorreta), y unos 'play-off' que se presumen apasionantes para deleite y disfrute de un Carpena que, me temo por los contrincantes y ellos también lo saben, va a resultar absolutamente determinante.
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