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Este titular que he robado y que fue magníficamente escogido de la oportuna y de imprescindible lectura entrevista de Ana Perez-Bryan en este periódico (el pasado 20 de octubre) a Damián Caneda, al que lamentablemente hemos perdido hace tan solo unos días, nos deja ... un mensaje identificativo de su legado personal que nos invita a todos y en todos los ámbitos, incluyendo en el del deporte, a la reflexión, a aprender que se puede hablar claro y formar nuestro propio criterio, a afrontar con entereza la enfermedad, a que hay que saber huir de la autocomplacencia y a reconocer sin tapujos que nos queda mucho por hacer, sobre todo en aquellas cosas que acaban siendo las más importantes de nuestras vidas, pero sin perder nunca su sentido práctico para beneficio de todos.
En el mundo del baloncesto nos bastaba con llamarle Damián para que todos supiéramos de quién hablábamos. Fue un jugador admirado, un gran entrenador y un directivo capaz y ambicioso. Actuó en muchos ámbitos y con éxito, y siempre mantuvo vivo su compromiso con nuestro deporte. Pero no soy yo el más indicado, ni mucho menos, para hacer su biografía, ni tampoco es mi intención, pero sí que tuve la suerte de coincidir con él en proyectos deportivos, de la ciudad y sociales, de comprobar de cerca, aprender y compartir el concepto de la ambición como un valor que nos exige mucho, pero que a la vez nos hace sentirnos capaces de superarnos cada día, de dar lo mejor de nosotros mismos y obtener, si lo intentamos, grandes objetivos que quedarían de otro modo fuera de nuestro alcance.
Ambición para ser mejor jugador, para lograr el primer ascenso a la máxima categoría del baloncesto español, para formar parte del milagro de un colegio que llegó a tener un equipo en la Liga ACB y la Liga Asobal, para ser un gran empresario, para hacer de la política un instrumento útil para mejorar nuestra sociedad -y no sólo un medio en pos del reconocimiento personal-, para denunciar esa mediocridad que se impone evitando que estén los mejores y que tanto nos empobrece....
Y yo quiero aprovechar estas líneas, principalmente, para modestamente unirme a Damián en su encomienda final, en querer siempre hacer cosas y no abandonarnos a la propia inercia, a su propuesta de «tener la ambición que nos falta» para convertir a Málaga en un referente mundial en investigación aprovechando el talento que tenemos: «En Mallorca tienen a Rafael Nadal y nosotros en Málaga a Emilio Alba, pero necesita apoyo». Una figura de primer nivel mundial en la lucha contra el cáncer al que debemos darle los medios suficientes a través de la magnífica labor que viene realizando AIOM (Asociación para la Investigación Oncológica Malagueña), con él al frente, para lograr cronificar o erradicar de una vez por todas esta terrible enfermedad que merma a nuestras familias y amigos, que tanto nos atañe a todos. «¿Por que no podemos traernos a los mejores si ya lo hemos hecho ya otras veces?»
¿Habrá mejor forma de poner a Málaga en el mapa?
Desde aquí este humilde y sencillo homenaje a Damián, «empresario y deportista». Descansa en paz.
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