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Mucho se ha hablado ya de las carencias del Unicaja en una temporada que está resultando tremendamente difícil, marcada por la Covid, la ausencia de público en las gradas del Carpena, las lesiones, los cambios en su banquillo, una más que preocupante falta de consistencia ... en el juego y una grave crisis institucional. Un equipo que por diferentes motivos nunca ha acabado de encontrar su rumbo dejando expuestas al aire, en muchos momentos, sus debilidades y mayores miserias tanto a sus propios rivales como a las libres especulaciones sobre la planificación y la confección de una plantilla que se suponía ilusionante y prometedora, con jugadores importantes y de proyección procedentes de la cantera, con un gran plantel de nacionales y de extranjeros que no hacían presagiar tanta irregularidad y falta de solidez.
Y pocas veces las cuestiones defensivas de un equipo han ocupado tantos titulares de la amplia crónica deportiva con las que nos despiertan cada día los diferentes medios de comunicación, porque en contadas ocasiones se priorizan los comentarios al respecto. Pocas veces los jugadores que destacan por su cualidades defensivas acaparan premios y distinciones. Los MVP de las diferentes competiciones suelen coincidir, salvo muy honradas excepciones, con los máximos anotadores, ya sean en puntos o en goles, y los grandes traspasos y los mejores sueldos se pagan mayoritariamente también a aquellos que destacan por sus recursos ofensivos acaparando además focos mediáticos y demanda de autógrafos. Y es que muchos son los que menosprecian este aspecto del juego o piensan que la defensa es solo una cuestión de actitud y que siempre se está a tiempo para adquirir su conocimiento o que es más fácil destruir que construir.
Habitualmente prestamos mucha más atención a las jugadas de habilidad ofensiva, a los grandes tiros, decisivos, al límite o en los instantes finales de cuarto o de partido, los 'step back', los pases imaginativos, las chilenas o los regates mas increíbles, los 'crossover', el 1 contra 1 y los mates espectaculares, aunque los tapones y las grandes paradas de los porteros también entran ya en ese grupo,… Y todo ello con mucha razón. Pero, ¿qué sería del espectáculo, de los grandes goles y los canastones sin un alto nivel de oposición o dependiendo del jugador que se tenga delante para que dé a la jugada su verdadera dimensión y el mérito más justo a los buenos atacantes? ¿Qué sería del juego, y no me refiero a los actuales partidos de las estrellas de la NBA ni a uno de los Harlem Globetrotters, sin los grandes duelos entre los grandes competidores alternando ataques y defensas? ¿Qué habría sido de los seis anillos de Micheal Jordan si este no hubiera sido también uno de los grandes defensores de la NBA? (Jordan y Olajuwon ganaron el premio al mejor defensor el mismo año en que fueron MVP).
Cabría preguntarse si realmente podemos llegar a hablar de grandes jugadores si estos no dominan también esta faceta del juego, entendiendo como grandes jugadores a aquellos que se miden por los éxitos cosechados por los equipos en los que han militado, para no acabar convirtiendo esto en un lunar insalvable en sus carreras. Porque el baloncesto es 50% ataque y 50 % defensa. Después siempre podemos echar la culpa al entrenador o a los demás.
Ha habido mucha pedagogía dirigida al gran público por parte de los entrenadores para destacar esas facetas del juego que son mas difíciles de ver, como la disciplina táctica, el trabajo más sacrificado, la generosidad y, por supuesto, la defensa, para hacerlo cada vez mas visible y localizable, lo que aparece en las estadísticas y lo que no, para poner esa percepción al alcance de todos. «El ataque gana partidos; la defensa, campeonatos». Esta conocidísima y mítica frase de Chuck Daily, entrenador de Detroit Pistons –más conocidos como los Bad Boys–, ganadores de dos anillos de la NBA (1989 y 1990), ha ayudado sobremanera a concienciar al buen aficionado en este sentido, dejando claro que en el baloncesto actual sin el compromiso defensivo es imposible alcanzar los títulos y los grandes resultados.
Porque la defensa es igualmente un arte y no solo cuestión de actitud. Es carácter, inteligencia, ambición, generosidad, competitividad y talento. Sí, talento, el suficiente para saber leer el juego, para entender su importancia en el desarrollo de un partido, para saber recuperar un balón, sacar una falta de ataque, para saber mantener la línea de pase, para atacar la debilidad del contrario, para defender el 'pick and roll' para atrapar un rebote decisivo… Porque es también liderazgo y un recurso de enorme poder de influencia en la idiosincrasia de un grupo y para que el jugador entienda que para ganar y para poder convertirse en un pilar indispensable de su equipo no puede convivir con esa carencia que los entrenadores y jugadores rivales se encargarán de evidenciar táctica y técnicamente siempre que puedan.
Yo me quedo con la imagen del diablo rojo en zapatillas del antiguo libro de 'El baloncesto de Robert M. ('Bobby') Knight', entrenador jefe durante tres décadas de la Universidad de Indiana y uno de los más controvertidos, influyentes y grandes especialistas defensivos de la historia, pero para vestirlo con la camiseta verde del Unicaja.
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