Málaga ha sido regada con un sinfín de adjetivos elogiosos para definirla como sede de la Copa del Rey, no en vano, ya es la anfitriona por excelencia de un torneo que atrae la mirada del mundo del baloncesto. Tiene experiencia en hacer gala del ... lema de su escudo, hospitalaria ante todo, como demostró con creces las cuatro veces anteriores (2001, 2007, 2014 y 2020). Los recursos en televisiones y en redes sociales se ha sucedido por doquier para alabar la capital de la Costa del Sol: se ha bendecido la forma de pedir el café, tan genuinamente de aquí, de la climatología qué decir, aunque los chubascos y el cielo plúmbeo de este jueves tornaran contradictorios, y hasta se ha hecho alusión a esa expresión nuestra, perita, malaguita total, que hasta se entiende sin más explicaciones...
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Parabienes que corroboran la apuesta de Unicaja por el baloncesto, máxime en un momento dulce del equipo, que tiene a toda a su afición encandilada, hasta el punto de soñar con algo inédito: ver ganar un título en el Carpena.
Jamás apareció el club de Los Guindos en las quinielas que deparan favoritismo previo como ahora, razón de más para pensar que no solo en Málaga pensamos en convertir ese sueño en realidad. Del techo del templo verde cuelgan las banderolas con los cinco títulos logrados hasta ahora: una Copa Korac, dos Copas del Rey, una Liga y una Eurocup... pero falta la guinda, ese trofeo levantado en el centro de la pista del Carpena para gritar al unísono: al cielo de Málaga. Sería algo ganado a pulso en esta temporada que invita al optimismo.
El camino se presenta áspero y, quizás, farragoso por la entidad de los rivales en cuestión, pero el conjunto que entrena Ibon Navarro se ha ganado el derecho a hacer añicos toda la leyenda que persigue al anfitrión e, incluso, candar el resto de maldiciones que apremian al campeón para revalidar el título. Vistos los antecedentes cuesta imaginar un domingo festivo por partida doble, pero es que el Unicaja se adueña de las proezas como pocos en el panorama nacional. Ya lo demostró en Badalona, haciendo posible lo que a priori parecía imposible. El cielo de Málaga no puede esperar más tiempo para teñirse de gloria.
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