La pandemia por el coronavirus ha variado también la percepción del tiempo. Los meses de confinamiento, de aislamiento, de limitaciones de movimientos y actividades ... han modificado el concepto temporal. Con el Unicaja sumido en una grave crisis deportiva, llega una efeméride muy especial, la de la presencia del equipo cajista en la final de la Copa del Rey celebrada en Málaga. Fue un 16 de febrero en el Martín Carpena, justo antes de que todo saltase por los aires y de que el coronavirus cambiase la vida de todos.
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En ese fin de semana mágico, Jaime Fernández prestó su último gran servicio al Unicaja. El madrileño, después de una temporada en la que vivió un calvario por sus problemas en los talones, se exprimió con dos encuentros memorables ante el Zaragoza y el Andorra para meter a su equipo en la final. El duelo por el título ante el conjunto blanco fue el último que disputó esa temporada y también en los siguientes diez meses. Salió del Pabellón con muletas, sin poder andar. Tuvo que renunciar a la convocatoria de la selección, a la que ahora justo ha vuelto, y el quirófano aparecía en el horizonte, como así ocurrió.
Fernández lo tiene reciente. Fue un cúmulo de sensaciones, emociones y también una alegría inesperada, tal y como reconocía ayer a preguntas de SUR en una rueda de prensa telemática. «Se cierra un círculo un año después de que tuviera tantas molestias y tuve que parar. Ha sido un año raro. Con mucho sufrimiento, ahora empiezo a ver la luz. La Copa del año pasado fue espectacular. Es una de mis mejores experiencias de jugador profesional. Llegábamos cuando parecía que no teníamos mucho que hacer. Nos habíamos metido por ser anfitriones e hicimos una grandísima Copa. ¿Por qué no repetirlo? Aunque será sin gente, es el torneo más bonito que podemos jugar. A ver si podemos la dar la sorpresa», deseaba el madrileño.
Fernández brilló en esos dos partidos. Firmó 9 puntos, 4 rebotes y 7 asistencias ante el Zaragoza, y desarboló al Andorra en semifinales con 19 puntos, 3 rechaces y 4 asistencias (22 de valoración). Sus talones dijeron basta. Se le infiltró para mitigar el dolor, pero ya no había nada que hacer. Jugó los primeros minutos de la final ante el Madrid, pero al poco de empezar enfiló el camino del vestuario, quizá para un remedio de urgencia. Realmente ahí es cuando ya era evidente que tenía que operarse, y también cuando se acabó la final para el Unicaja.
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Después de una doble intervención en los talones, de tener que aprender a andar de nuevo y de mucho dolor, el jugador diferencial del Unicaja volvió en noviembre y ahora enfila la Copa del Rey con las mismas sensaciones de entonces, pero sin que le duelan los talones. Ya ha firmado alguna actuación sobresaliente, pero es consciente que todavía le queda un poco para ser el de antes.
«Me veo mejor, con más ritmo, más explosivo, volviendo a ser la idea que tengo en mente. Me queda estar bien físicamente a tope. Van desapareciendo las molestias, pero sigue habiendo dolores. Estoy mejor, pero me falta un poquito. No creo que me quede mucho más», decía. Quizá ese 'poquito' se llegue en la Copa, en su ciudad, y ante otro gran desafío como es el Barcelona.
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