Las tiendas colgantes de Waldseilgarten, en la región de Baviera (Alemania), penden de los árboles. La noche sale a 250 euros.

Colgados por los hoteles

Habitaciones que penden de árboles y montañas, ‘dormitorios’ suspendidos sobre las olas, salones abiertos al cielo estrellado... la oferta para pernoctar en contacto con la Naturaleza no deja de sorprender

fernando miñana

Jueves, 11 de agosto 2016, 00:07

No debe haber muchos hoteles en el mundo en los que llegues a la recepción y no te den una llave. Para qué haría falta si tu habitación, en realidad, es una cama en medio del monte. No tiene puertas como no tiene paredes ni techo. Ahí, en ese hotel singular, los límites son los de la propia Naturaleza. Una ladera, un prado y un fascinante manto de estrellas. Solo hay que arrebujarse bajo las mantas, rezar para que no llueva... y disfrutar.

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Este lugar pintoresco se llama Null Stern Hotel y está en los Alpes suizos, a 1.970 metros de altitud y circundado de monte y verdor. Solo hay una habitación y tiene lo justo para dormir bajo la luz de la luna. Dos o tres metros de suelo, dos mesillas de noche con una exigua lamparita y una amplia y confortable cama de matrimonio cubierta por un nórdico.

Los dueños de este hotel único apuestan por la singularidad. Su primer proyecto fue casi tan llamativo como éste y surgió casi por casualidad. Los futuros empresarios buscaban un lugar donde albergar a unos músicos que iban a tocar al día siguiente en el cantón de St. Gallen. Lo único que encontraron fue un viejo búnker construido en Teufen en 1980. No fue el único. Suiza está repleta de escondrijos para protegerse de un ataque nuclear durante los tensos años de la Guerra Fría.

Los gemelos Frank y Patrick Riklin, unos hermanos helvéticos de 43 años que son artistas conceptuales, se encargaron de idear el hotel dentro de aquel agujero. El Ejército dio su consentimiento, pero sin atarse las manos, y estableció dos requisitos: no tocar las paredes y que pudieran tenerlo listo, para poder utilizarlo en caso de emergencia, en 24 horas si Suiza fuera atacada.

Por suerte los suizos viven en paz y los Riklin dieron el golpe con un alojamiento al que llamaron, todo guasa, el Zero Star Hotel. Porque en la decoración decidieron apostar por lo auténtico, manteniendo el aspecto y la crudeza de un búnker. No hay calefacción ni agua caliente para todos los huéspedes. A cambio, en recepción ofrecen a sus clientes bolsas de agua caliente para calentar el lecho y tapones para los oídos con la idea de que el zumbido de la ventilación no perturbe el sueño en el subterráneo. Eso sí, las catorce habitaciones son francamente económicas: unos 15 euros por noche.

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A su nuevo hotel, el Null Stern, le han añadido un eslogan: La única estrella eres tú. Y para que el visitante se sienta como tal, por la mañana reciben la visita de un mayordomo que porta una bandeja con café y salchichón orgánico de la zona. El sirviente es uno de los agricultores del cantón que colaboran con el hotel para dar salida y publicidad a su producción.

El nuevo hotel es más bonito que el antiguo, pero también más caro: para dormir en medio de los Alpes en una cómoda cama hay que pagar 250 euros por noche. Un dineral si se tiene en cuenta que, además de paredes y techo, tampoco tiene lavabos. O quizá es que tiene uno inmenso. El hotel está disponible de primavera a otoño. Cuando no hay reservas se guarda todo el material en un cobertizo cercano. La empresa, además, tiene previsto abrir otras 25 habitaciones al aire libre en otros tantos valles.

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Bajar en tirolina

Esta novedosa propuesta no es la única oferta disponible para dormir en un hotel prácticamente al raso. En Cuzco (Perú) hay un lugar reservado a viajeros con un mínimo de espíritu aventurero y, desde luego, nada de vértigo. El Skylodge Adventure Suites son tres cápsulas colgadas de la pared de una montaña con vistas al Valle Sagrado. A 400 metros de altura.

Hasta allí hay que subir como un escalador. Con la ropa apropiada y arneses de seguridad para ir trepando por los finos escalones de hierro anclados de la roca.  Aunque un guía irá cuidando de los huéspedes para llevarlos sin sustos hasta esos tres módulos de siete metros y medio de largo y 2,60 de ancho y alto. En esas vainas transparentes hay cuatro camas, un modesto comedor y un cuarto de aseo sin ducha.

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Lo habitual es llegar al ocaso para contemplar la puesta del sol sobre los Andes antes de una cena deliciosa que da paso a una noche estrellada que se refleja sobre el río Urubamba. A la mañana siguiente, un desayuno copioso sobre la cubierta y un descenso vertiginoso en tirolina. Allí arriba todo es ecológico, hasta la corriente eléctrica, gracias a un panel fotovoltaico. Dormir en ese paraje idílico rodeado de cóndores te sale por un pico, sobre los 400 euros la noche.

Dormir como montañeros

  • En un acantilado de Gales

  • Los más aventureros son los únicos que se atreven a reservar habitación en un vertiginoso camping al norte de Gales. El huésped duerme literalmente como los montañeros que escalan algún coloso, solo que aquí están en un acantilado con una caída de 60 metros hasta el mar. Así es difícil relajarse, pero después de ver el ocaso, las olas acaban cantando su nana. Al despertar, el cliente recibe un completo desayuno galés.

  • Un hotel colgante

  • Cada año surgen hoteles más dispares. El último proyecto lleva la firma de Margot Krasojevic, una arquitecta vanguardista que ha diseñado un edificio futurista, con forma de avispa, colgado de una pared del macizo de lEsterel, cerca de la Costa Azul, en Francia.

En el hotel Kakslauttanen, en Finlandia, el visitante no busca el cóndor andino sino las auroras boreales. En el corazón de Laponia hay desperdigados entre los árboles una serie de iglús y cabañas muy bien acondicionadas con unas cúpulas de cristal que permiten ver esas fascinantes luces policromadas en el cielo. La temporada de las auroras boreales se extiende desde finales de agosto hasta finales de abril, justo antes de los largos días y el no menos llamativo sol de medianoche.

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El complejo hotelero se levanta en Kakslauttanen, el lugar donde un joven llamado Jussi decidió pasar una noche en el verano de 1973. Este finlandés había ido de pesca a Utsjoki, la localidad más septentrional del país, y de vuelta a casa se quedó sin gasolina y se vio obligado a acampar. En aquel lugar se sintió tan feliz en su tienda de campaña que al año siguiente regresó, aunque ya construyó una cabaña y, con el tiempo, abrió una cafetería para atender a los viajeros. Ahora es toda una empresa turística que se nutre de los reclamos de Laponia, incluidas las auroras boreales en este punto a solo 250 kilómetros del Círculo Polar Ártico.

Más al sur, en Alemania, lejos ya de las auroras boreales, el atractivo es la bóveda celeste, abierta de par en par desde las tiendas colgantes de Waldseilgarten, un campamento volante que pende de los árboles en un hermoso entorno en Baviera. La tienda solo está envuelta por una especie de dosel, una mosquitera para evitar ser devorado por los insectos. La ventaja, al margen de las vistas, es que uno se olvida de piedras y otras incomodidades del terreno. Pero no solo está laopción de los árboles, la empresa también ofrece a sus clientes pernoctar colgado del cortado de un acantilado de vértigo.

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Como muchos de los hoteles de similares características, los precios, a pesar de lo rudimentario, no son para cualquier bolsillo. El romanticismo se paga y este curioso lugar de Baviera, una de las regiones con más poderío económico del mundo, la noche se cobra a 250 euros.

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