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A Felipe Romera, director de Málaga TechPark, nunca le habían llamado para dar conferencias sobre el 'caso Málaga', como le pasa ahora. « ... En todos lados quieren saber qué hemos hecho para traernos a Google y a Vodafone. Tenemos a todo el Levante 'picado'; dicen: pero si somos como Málaga, ¿qué tiene que no tengamos nosotros?». A Bernardo Quintero, fundador de VirusTotal (empresa malagueña comprada por Google en 2012), le bombardean por Twitter compañeros de la multinacional y de otras empresas del mundillo de la ciberseguridad: «Dicen, unos en broma y otros bastante en serio, que les busque sitio, que también quieren venir». Es el potente efecto llamada que ha desatado la 'segunda venida' de Google a Málaga. Segunda, sí, porque cuando en febrero la multinacional anunció la apertura de un «centro de excelencia para la ciberseguridad» en la ciudad, la percepción generalizada fue que Google caía del cielo, pero la realidad es que tiene oficina en la capital de la Costa del Sol desde que adquirió VirusTotal. Hoy son ya más de 40 los ingenieros que forman el equipo de Quintero.
«Teníamos a Google escondido, ahora todo ha cambiado; es como si hubieran puesto un luminoso gigante; la visibilidad que ha dado su anuncio a la ciudad es tremenda», reconoce Romera. Málaga se ha convertido en la capital tecnológica de moda del sur de Europa. En los últimos cuatro meses han anunciado importantes inversiones Dekra, Globant, Telefónica, TDK y Vodafone, por citar sólo las más sonadas. «Parece que de repente hemos adelantado a otras ciudades españolas que siempre se destacaban más que Málaga en los mapas oficiales de la innovación, a mi juicio sin fundamento», afirma Álvaro Villacorta, emprendedor e inversor.
La buena racha es innegable; lo que no es cierto es que sea fruto de la decisión caprichosa de un ejecutivo, de influencias políticas o de una carambola del azar. El momento dulce de la Málaga tecnológica es fruto de unas condiciones naturales (clima amable, cercanía al mar, calidad de vida), pero también de un trabajo constante y concienzudo desarrollado durante décadas desde diferentes ámbitos privados y públicos. Sin olvidar la importancia de la coyuntura actual: la pandemia y el teletrabajo han empujado a muchas compañías a huir de la grandes urbes y buscar localizaciones que ofrezcan calidad de vida.
Si hay que hablar de instituciones, de justicia es empezar por el PTA: pocos confiaban hace 30 años en que aquel descampado inmenso en Campanillas se convirtiera en un polo tecnológico e industrial, pero el objetivo se cumplió con creces: sus más de 500 empresas generan hoy el 8% del PIB provincial y 20.000 puestos de trabajo.
La Universidad de Málaga ha desempeñado otro papel indispensable, generando mano de obra cualificada y poniendo sus laboratorios y equipos de investigación a disposición de las empresas. El Ayuntamiento, por su parte, ha proporcionado «una estrategia clara de ciudad», defiende Antonio Gómez-Guillamón, fundador y CEO de la consultora aeronáutica Aertec Solutions. Él señala directamente al regidor, Francisco de la Torre. «Es protagonista de este éxito por haber diseñado esta estrategia de ciudad y habernos animado a todos a trabajar por ella», afirma.
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Dicha hoja de ruta municipal se ha plasmado no sólo en iniciativas tangibles como la red de incubadoras, el Polo Digital, los proyectos piloto relacionados con la 'smart city' o los eventos tecnológicos, sino en algo más difuso: una actitud amigable y proactiva hacia la inversión extranjera que el propio regidor contagia donde quiera que va. No pocos directivos de compañías tecnológicas han elogiado este papel de De la Torre. Villacorta le compara, salvando las distancias, con el alcalde de Miami, que se ha hecho famoso por 'robarle' empresas a Silicon Valley. Y Gómez-Guillamón incluso reivindica una iniciativa que acabó siendo bastante cuestionada, como fue el Club Málaga Valley. «Tuvo su función. Traer a ejecutivos de alto nivel y eventos importantes a la ciudad contribuyeron a darle visibilidad», insiste.
Otras instituciones han sumado también, directa o indirectamente, al objetivo de hacer de Málaga un lugar atractivo para las empresas tecnológicas, desde la Junta de Andalucía hasta el aeropuerto o el AVE. De hecho, el propio alcalde destaca la colaboración entre instituciones y público-privada como factor de éxito del 'caso Málaga'.
Sin negar la importancia de esta apuesta institucional, la ciudad probablemente no habría pasado de tener unas cuantas factorías de 'software' de no existir la otra pieza del puzzle tecnológico malagueño: el talento y la iniciativa emprendedora local. Porque si Google ha elegido Málaga para abrir un centro internacional dedicado a la ciberseguridad no es gracias a ninguna decisión política, sino a aquella empresita de seis personas que adquirió en 2012 y cuyo fundador –el ya mencionado Quintero– puso como condición quedarse en Málaga. Y si Dekra hoy tiene en el PTA el mayor circuito de pruebas para el coche conectado del sur de Europa y está montando un 'hub' global dedicado a las tecnologías de la información es porque en 2015 compró otra compañía local, AT4 Wireless. Tampoco estaría Ericsson en Málaga si no hubiera existido Optimi, la empresa que montaron los ingenieros a los que Nokia dejó sin trabajo cuando cerró su centro de I+D en el PTA. Ni Telefónica tendría aquí su laboratorio de innovación en ciberseguridad si Sergio de los Santos, su director, no hubiera insistido en trabajar desde su ciudad natal.
Este empeño de personas con nombres y apellidos por construir algo grande desde Málaga está presente en muchas otras historias de compañías hoy punteras, desde Aertec Solutions hasta Premo, pasando por Uptodown, BeSoccer o Freepik. Esta última protagonizaba hace un año uno de los mayores 'pelotazos' logrados por una 'startup' española en 2020, al ser comprada por el fondo sueco EQT. También sonada el año anterior fue la entrada del Banco Santander (a cambio de 400 millones de euros) en el capital de Ebury, una potente 'fintech' cuya sede tecnológica está en Málaga.
No hay una receta fácil y rápida para abonar este talento emprendedor ni para atraer inversores, que es quizá el mayor handicap que arrastra el ecosistema tecnológico local. En este sentido, hay iniciativas esperanzadoras como el fondo que lidera Villacorta, que ya ha invertido en varias 'startups' locales, o los planes que recientemente revelaban a SUR los fundadores de Tuenti y Medac, Félix Ruiz y Paco Ávila, para montar una sociedad de capital riesgo netamente andaluza. Quintero aporta una idea diferente para mejorar las oportunidades de financiación para emprendedores: «Un programa de inversión público-privada, donde la parte pública igualara la apuesta de inversores privados, marcaría la diferencia».
Este momento dulce hay que aprovecharlo. Romera cree que quedan «al menos dos años de fuerte tirón y, si hacemos las cosas bien, hasta diez». Y es que el crecimiento del sector tecnológico está garantizado con una revolución digital que sólo acaba de empezar. Pero es vital poner atención al riesgo de morir de éxito si la ciudad no sabe atender la triple demanda que genera la llegada de empresas tecnológicas: trabajadores cualificados, oficinas y viviendas de alquiler. Ninguna de estas tres cosas sobran a día de hoy en Málaga.
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