Andrea Goldsmith, decana de Ingeniería y Ciencia Aplicada de la Universidad de Princeton y doctora honoris causa de la UMA

«En EE UU estamos más cerca de otra guerra civil que nunca antes»

La nueva honoris causa de la UMA cree que la promesa que vio en Málaga hace veinte años «se está haciendo realidad»

Nuria Triguero

Málaga

Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:46

La nueva doctora honoris causa de la UMA, Andrea Goldsmith, es una eminencia en ingeniería de telecomunicaciones. Fue la primera mujer en recibir el premio ... Marconi, algo así como el Nobel de la tecnología. Ha desarrollado su carrera en Stanford, Caltech y ahora en Princeton, donde es decana de la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas. Lleva colaborando veinte años en investigaciones con la universidad malagueña, de la que destaca su nivel en telecomunicaciones.

Publicidad

-¿Qué significa para usted convertirse en doctora honoris causa de la Universidad de Málaga?

-Es increíblemente significativo para mí. Conocí Málaga hace veinte años, cuando Juan Manuel Romero Jerez [catedrático de Tecnología Electrónica de la UMA] me escribió un correo electrónico: quería venir a Stanford a hacer una estancia de investigación. Yo no sabía nada sobre Málaga. Recuerdo que estaba lloviendo a cántaros cuando recibí el correo, busqué información sobre Málaga y... ¡guau! Le contesté que por supuesto, estaría encantada de recibirlo si después yo podía pasar un tiempo en Málaga. Vine por primera vez en el verano de 2005, con mi familia, y pasé un mes increíble en Málaga. Iba a clases de español por la mañana y por la tarde iba a la Universidad. Así fue cómo conocí las investigaciones que se estaban llevando a cabo en la UMA dentro de mi ámbito, me impresionó su nivel y a partir de entonces empecé a trabajar con Juan Manuel Romero.

-¿Desde entonces lleva colaborando con investigadores de la UMA?

-Sí, he publicado con Juan Manuel y con otros dos profesores muchos artículos conjuntos, fruto de esta colaboración que hemos mantenido durante 20 años. Por eso recuerdo aquel verano de 2005 como un momento muy especial en mi vida como académica e investigadora, en el que establecí una colaboración tan sólida con la Universidad. Y además, vivir en esta maravillosa ciudad fue un momento muy especial para toda mi familia. Así que recibir un honor tan grande de esta universidad es algo muy especial.

-En estos veinte años ha visitado Málaga en varias ocasiones. ¿Cómo ve la evolución que han tenido la ciudad y la universidad?

-Sé que han construido una parte nueva del campus para ingenierías; y también que el Parque Tecnológico está teniendo éxito y hay muchas empresas allí. Creo que esto es muy bueno para Málaga, para Andalucía y para España porque hay mucho talento y mucha innovación que puede surgir de la Universidad. Ver el crecimiento de la universidad en ingeniería y la afluencia de empresas técnicas aquí me hace muy feliz porque significa que la promesa que vi en esta Universidad y esta ciudad hace veinte años se está haciendo realidad.

Publicidad

-Usted es decana de la Escuela de Ingeniería y Ciencia Aplicada de Princeton, una de las universidades más prestigiosas del mundo. ¿Qué consejos puede darle a una universidad como Málaga para mejorar y alcanzar la excelencia?

-Aunque Princeton es una universidad muy famosa y muy antigua, no tiene la mejor escuela de ingeniería porque las universidades más antiguas de Estados Unidos, las de la Ivy League, no tuvieron escuelas de ingeniería hasta hace relativamente poco tiempo. Princeton se está poniendo a la altura de universidades como el MIT, Stanford, Berkeley o Caltech. Lo que yo vine a hacer en Princeton fue tomar una muy buena escuela de ingeniería, hacerla mejor y lograr que tenga el máximo impacto. Y diría lo mismo de Málaga: sus aspiraciones deben ser aumentar su impacto, atraer a los mejores estudiantes, hacer que esos estudiantes creen empresas o trabajen en las empresas que están ubicadas aquí. Hay que ser ambiciosos, establecer metas muy altas y luego pensar cómo lograrlas. Uno puede decir: «Bueno, somos Málaga, no podemos competir con Alemania o Francia» o puede decir: «¿Qué es lo que podemos aprovechar de nuestra ubicación para atraer a estudiantes realmente excelentes?». Hay armas para hacerlo: es una ciudad increíble, un lugar maravilloso para vivir. Y el Parque Tecnológico es una oportunidad para que los estudiantes que vienen aquí se relacionen con la industria y para que la industria se relacione con la universidad. Otro factor de diferenciación es su potencia en el campo de las telecomunicaciones: la UMA tiene más profesores e investigadores en esta área que la mayoría de las universidades del mundo.

Publicidad

-Usted tenía una brillante trayectoria como profesora e investigadora en Stanford y, de repente, pidió una excedencia para montar una startup. No es algo habitual, al menos en la Universidad española. Hábleme de esa experiencia: ¿por qué lo hizo y qué aprendió?

-Hay pocos profesores que se lancen a crear empresas emergentes, también en Stanford. Es fácil entender por qué. La mayoría de las empresas emergentes fracasan y a la mayoría de los profesores no les gusta fracasar, ¿verdad? Quiero decir que están en un entorno en el que deben tener éxito para conseguir un trabajo y un ascenso. Por lo tanto, la mayoría de los profesores y la mayoría de los emprendedores tienen un tipo de personalidad diferente. Son sólo un 10% los que crean startups. La razón por la que yo lo hice no fue para ganar mucho dinero. Para mí, la motivación realmente era tomar la investigación que había hecho en mi laboratorio de investigación, que era muy teórica, y ver si funcionaba en la práctica; si esa teoría que había desarrollado podía realmente transferirse a una tecnología que fuera mejor que cualquier otra.

Publicidad

-Y funcionó. La suya fue una de esas pocas startups que tienen éxito. QUantenna fue vendida por 100 millones de dólares y ahora forma parte de un gigante que cotiza en el Nasdaq. Según su experiencia, ¿qué es lo que hace que una startup tenga éxito?

-Hubo muchas cosas que hicieron que mi empresa tuviera éxito. Primero, fue cuestión de tiempo. El momento en que pusimos en práctica la tecnología fue cuando se estaba creando el estándar Wi-Fi, así que fue muy oportuno. Segundo, mi cofundador tenía una experiencia que yo no tenía, así que como equipo éramos muy buenos. Tercero, teníamos muy buenos inversores que fueron pacientes. Cuarto, teníamos un equipo de ingenieros increíble. Y además de todo esto, tuvimos suerte. Se necesitan todas esas cosas para tener éxito. Aun así, fue muy difícil y hubo muchas ocasiones en las que estuvimos a punto de fracasar.

Publicidad

-Después de aquella experiencia emprendedora, volvió a la Universidad. ¿Cómo fue ese viaje de vuelta? ¿Cambió su visión?

-Sí, mi perspectiva sobre la investigación cambió para mejor y también cambió mi perspectiva sobre la enseñanza. A partir del trabajo que había realizado en QUantenna, donde construíamos los sistemas, me di cuenta de que había mucha teoría que no se había desarrollado para el tipo de sistemas que estábamos construyendo. Respecto a la enseñanza, cuando das clases a los estudiantes, una cosa es seguir un libro y otra cosa es decir: esta teoría la usamos para desarrollar el chip Wi-Fi con mejor rendimiento de toda la industria. Eso motiva a los estudiantes de una manera diferente. Así que la experiencia de irme y volver fue muy gratificante en muchos sentidos.

-Si tuviera que elegir entre todas las facetas que ha desarrollado a lo largo de su carrera, ¿con cuál se quedaría? ¿Profesora, investigadora, emprendedora, decana?

-Lo que encuentro más gratificante de mi carrera es la capacidad de hacer todas esas cosas. Pero si tuviera que elegir una, sería ser profesora. La capacidad de enseñar a los jóvenes, de influir en ellos, de mentorizarlos, es lo más gratificante.

Noticia Patrocinada

-La lección de vida que parece desprenderse de su experiencia es que merece la pena aventurarse más allá del área que dominas, ¿no?

-Fuera de tu zona de confort. Yo era una profesora exitosa y no tenía necesidad de lanzarme a crear una startup, pero quería desafiarme a mí misma. Y lo mismo cuando me fui de Stanford para convertirme en decana de Ingeniería de Princeton: en Stanford tenía un gran trabajo y un grupo maravilloso de estudiantes y colegas, pero quería desafiarme a mí misma para hacer algo diferente, ejercer el liderazgo en el ámbito académico y tener un impacto más allá de mi propio grupo y mi propio campo. Sé que esto no es para todas las personas: hay personas a las que les gusta quedarse en la zona en la que tienen éxito, sin correr el riesgo de hacer algo completamente diferente, porque se puede fracasar cuando haces eso. Yo no soy así. Desafiarme a mí misma y asumir un reto en el que no sé si tendré éxito o no me parece muy divertido. ¡Me mantiene joven!

-Leí que cuando iba a entrar en la Universidad dudó entre ciencia política e ingeniería. Son dos campos muy diferentes. ¿Qué cree que sería ahora si hubiera elegido la política?

-Es una pregunta maravillosa que nunca me han hecho en ninguna entrevista. Así que estoy pensando… [mantiene silencio por un momento]. Te contaré por qué me atraía la ciencia política. Viví en Europa durante un año antes de la Universidad. Aquella experiencia me abrió los ojos a un mundo en el que la gente pensaba de manera diferente y los gobiernos abordaban las cosas de manera diferente. También me di cuenta de cómo veían los europeos mi propio país: no era una visión agradable. Era el momento en el que Reagan era presidente y hablaba de una guerra nuclear en Europa. El año que pasé en Europa me resultó revelador, estimulante y fascinante y me hizo interesarme mucho por la política. Pero decidí estudiar ingeniería porque todo lo que podía hacer con un título en ciencias políticas lo podía hacer con un título en ingeniería, pero no al revés. Así que pensé que la ingeniería era una mejor base para lo que fuera que hiciera después... que no sabía todavía lo que era. De hecho, nunca pensé que me convertiría en profesora. A lo largo de mi vida, en cada encrucijada en la que he tenido que tomar una decisión, he analizado todas las opciones posibles y me he decidido por la que pensaba que me haría más feliz. Volviendo a tu pregunta, si hubiera obtenido un título en ciencias políticas, quizá me habría hecho abogada... No lo sé. Sí sé que habría abordado las decisiones a lo largo del camino de la misma manera: analizando las opciones, siendo ambiciosa, sin detenerme por el miedo al fracaso o al rechazo. Porque tal vez no puedas y tal vez te rechacen: a mí me rechazaron en la Escuela de Posgrado de Stanford y años después acabé dando clase allí. El rechazo es una forma como otra de cambiar el camino que tomas.

Publicidad

-Supongo que la política le seguirá interesando. En EE UU se celebrarán elecciones el próximo martes y se percibe un clima excepcionalmente tenso y polarizado. ¿Está preocupada?

-Es un momento muy difícil para mi país. Estamos más polarizados que en ningún otro momento de mi vida y creo que estamos más cerca de una guerra civil que nunca antes. Explicar por qué estamos así es complejo. La gente está polarizada y eso ha derivado en odio, desdén y rabia hacia la gente que no piensa lo mismo. Vemos eso en los campus universitarios: los profesores se pelean entre sí, los estudiantes se pelean entre sí, hay protestas, ocupaciones de edificios… Los campus están polarizados como nunca antes. Incluso más que en la guerra de Vietnam, porque entonces hubo muchas protestas, pero eran de estudiantes que protestaban contra la guerra, no de estudiantes que protestaban contra otros estudiantes. Creo que en parte es culpa de la polarización de los dos partidos. Los demócratas y los republicanos se están vilipendiando mutuamente. Hay excepciones: hay políticos de ambos bandos que querrían que volviéramos a ser un país que respeta las opiniones, los puntos de vista, las perspectivas y las experiencias de las personas que no están de acuerdo con nosotros. Pero creo que perfectamente podríamos ir en la dirección opuesta y podría desatarse una guerra civil; una división total del país. Tal vez sea algo extremo, pero es posible.

-Esa polarización no es exclusiva de EE UU, se percibe también en Europa, España incluida ¿A qué cree que se debe?

–Creo que las redes sociales han jugado un papel importante. Antes todos obteníamos las noticias del mismo lugar, por lo que no había diferentes relatos. Ahora hay gente que sólo accede a noticias y mensajes que refuerzan su punto de vista sobre el mundo. Cuando doy la bienvenida a los estudiantes de Princeton les digo que aprenderán más de las personas que no están de acuerdo con ellos o que tienen una formación y una experiencia diferentes que de las que son como ellos. Esta era la razón por la que los jóvenes iban a la Universidad, para ampliar su mundo, para poder conocer a gente diferente. Esa fue mi propia experiencia. Y ahora la gente que va a la Universidad se queda en el grupo de gente que piensa como ella..

Publicidad

-Justamente le iba a preguntar si tiene esperanza en la juventud.

-La verdad es que las protestas universitarias del año pasado me hicieron perder esperanza. La belleza de los jóvenes es que son idealistas, tienen creencias sólidas y se preocupan profundamente por el mundo. Pero ocurre que la burbuja que se apodera de los jóvenes, incluso antes de que lleguen a la universidad, los hace menos abiertos al diálogo. Esto es una generalización, no es cierto para todos los jóvenes, pero hay muchos que vienen a la Universidad no para aprender, sino para enseñar. Porque están tan convencidos de que su punto de vista es el correcto, debido a esta burbuja de las redes sociales en la que se meten ya en Secundaria o incluso antes... Mi esperanza es que esos jóvenes se den cuenta de que esta polarización es mala para su futuro y derriben esas barreras que les impiden interactuar con personas que piensan diferente a ellos. Pero aún no hemos llegado a ese punto. Lo que pasó el año pasado en los campus fue tan perturbador… Se cancelaron graduaciones, se ocuparon edificios, no pudieron recibir clases, los profesores también se vieron atrapados en esta polarización. Y hubo muchos estudiantes que se dieron cuenta de que esa no es la experiencia universitaria que quieren. Así que tal vez necesitábamos llegar a ese punto para ir en una dirección diferente… Esa es mi esperanza. Soy optimista, así que siempre tengo esperanza.

-No quería perder la ocasión de preguntarle sobre el boom de la inteligencia artificial. ¿Se encuadra usted en el bando esntusiasta o en el cauto?

-La inteligencia artificial ha tenido muchos auges y caídas. Ya en los años 50 se predijo que las máquinas tendrían inteligencia humana en una década. No sucedió. Luego hubo otra ola en los años 90. Nuevamente, no sucedió. La ola actual ha dado un salto adelante. Los grandes modelos de lenguaje han hecho que parezca que las computadoras pueden hablar como las personas, lo que da la apariencia de que están pensando como personas, pero no es así. Todavía estamos en las primeras etapas de lo que el aprendizaje profundo y el aprendizaje automático pueden hacer. Y, sin embargo, hemos visto avances significativos en ciertas áreas. El hecho de que las máquinas puedan comprender el lenguaje humano y crear un poema o una historia es un gran avance. No significa que piensen como un humano ni que vayan a sustituir todos los puestos de trabajo, pero sí que la herramienta se ha vuelto mucho más potente. Lo que nos toca a nosotros como ingenieros es ver cómo podemos aprovechar esta herramienta, que de repente se ha vuelto mucho más poderosa, para beneficiar a la humanidad. Es evidente que algunos trabajos serán reemplazados por la IA. pero también creo que creará tantos empleos como los que reemplaza, si no más. En definitiva, pienso que estamos en las primeras etapas de una nueva ola tecnológica, que tendrá un impacto mucho mayor que las anteriores, pero no creo que vaya a cambiarlo todo de manera fundamental. La forma en que se habla de esto... creo que se le da demasiada importancia. Y creo que ya estamos empezando a ver que parte de esa exageración se desvanece.

Publicidad

-Para terminar, una curiosidad. ¿Hay algo que siempre haga cuando visita Málaga?

-La primera vez que vine aquí, un profesor de español me dijo: «Hay cuatro cosas que tienes que hacer en Málaga: comer espetos, ir a Ronda, beber Ribera del Duero y besar a un español». Bueno, hice todo menos lo último porque ¡venía con mi esposo! La comida aquí es increíble, pero lo que más me gusta de Málaga es la gente: es muy cálida y maravillosa. Así que cuando vengo, lo hago para ver a mis amigos. Y siempre tengo presentes los recuerdos de aquel verano tan especial que pasamos aquí en 2005.

«La mentalidad de que la ingeniería es para hombres todavía existe: ya no es explícita, pero sí implícita»

-Hablemos de mujeres e ingeniería. Usted es un referente en la lucha por aumentar la diversidad en el mundo de la tecnología. De hecho, donó los 100.000 euros del Premio Marconi [algo así como el Nobel de la tecnología] a este propósito. ¿Por qué cree que no avanzamos más rápido?

-Es decepcionante que no hayamos avanzado más. Yo empecé a estudiar Ingeniería en 1982. Casi no había mujeres, ni estudiantes ni profesoras. Ese primer curso fue muy duro para mí porque el año anterior había estado viajando por Europa y me había perdido el último año de secundaria. Además, trabajaba de noche para pagar mis estudios. Y casi lo dejé porque veía claro que mis profesores y mis compañeros de estudios no creían que fuera una buena estudiante. Pero decidí que le iba a dedicar un semestre más antes de abandonar y empezó a irme bien. Y pensé: cuando tenga hijos, dentro de 20 o 30 años, la situación será mucho mejor. Y 20 o 30 años después, cuando mi hija empezó a estudiar ingeniería en Stanford, me dijo: «Mamá, ahora sé por qué pasas tanto tiempo intentando promover a las mujeres en ingeniería. Tengo la sensación de que la gente piensa que yo no encajo». La situación es mejor que en los años 80, pero no mucho mejor. ¿Y por qué? Bueno, la cultura es difícil de cambiar. En los años 50 y 60 no había mujeres ingenieras. Era un campo de hombres y eso creó una mentalidad de que la ingeniería es para hombres. Esa mentalidad todavía existe. Ya no es explícita, pero sí implícita. Por eso mi hija y las jóvenes hoy, si no les va bien en ingeniería, reciben el mensaje de que la ingeniería no es para ellas. Nadie les dirá que las niñas no pueden estudiar ingeniería, pero tal vez les digan que tienen dificultades y que quizá deberían dedicarse a otra cosa. Mi hija, cuando estaba en cuarto o quinto grado, le iba muy, muy bien en matemáticas, pero su maestro no la pasó al nivel avanzado de matemáticas hasta que yo insistí tres veces. Muchas chicas experimentan esto, así que la mayoría no piensan en estudiar ingeniería. Y las pocas que lo hacen, se encuentran con profesores y estudiantes que tienen ese mismo sesgo implícito y, por tanto, no se sienten alentadas. Y tienen sus propias dudas sobre sí mismas, porque es cultural.-¿Cuál es la manera de acelerar este cambio cultural? -Creo que lo más importante es que la gente tome conciencia de que existe este sesgo implícito, de que es real. Y a partir de ahí, que cuando alguien esté mirando el currículum de una mujer y señale cosas que no señalaría si fuera un hombre, sepamos reconocerlo y denunciarlo. Denunciar los sesgos implícitos requiere mucha valentía. Y necesitamos que los hombres también lo hagan. Pero en realidad lo más importante, incluso antes de eso, es convencer a la sociedad de que la diversidad está relacionada con el éxito de la profesión. No se trata de cuotas ni de corrección política; se trata de que si queremos que la ingeniería mejore y avance para resolver los problemas más complejos del mundo, necesitamos gente diversa en ella. Pero hay que se conscientes de que esto es un maratón, no un sprint. No se puede esperar que las cosas cambien en un año o cinco o incluso diez. Cambiar la cultura puede llevar una o dos generaciones.

-¿Le preocupa la corriente de rechazo que ha surgido contra esas políticas de diversidad y contra el feminismo en general?

-Sí me preocupa. No sé si ocurre en otros lugares, pero hay una narrativa, que es parte de esa polarización de la que hablábamos antes, que dice que las mujeres y las minorías obtienen puestos no por su valía sino simplemente por su género o su condición de minoría. Hay programas de diversidad que se están abandonando. Eso nos va a hacer retroceder, pero tenemos que encontrar formas de seguir avanzando.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad