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En el recibidor de un hotel, un señor le preguntó a Juanjo Montiel, que esperaba allí de pie con su perro guía, por el número del cupón premiado de la ONCE. Un rato después, ambos entraron a la sala donde se iba a impartir una charla técnica sobre programación. El hombre no sabía dónde meterse: Juanjo era el profesor.
La especialidad profesional de Juanjo es el desarrollo de aplicaciones en la plataforma .NET. En la vida, lo que mejor se le da es romper barreras mentales. Desde que era niño ha luchado contra las limitaciones que se le presuponían por ser ciego. «Recuerdo una vez, siendo pequeño, que escuché a una señora por la calle decir 'Míralo, pobrecito'. Me giré lleno de rabia y le contesté que de pobrecito, nada». Sus padres fomentaron desde el principio su autonomía y su ambición y conforme creció, la tecnología tomó el testigo para darle alas. Encontró su misión: derribar barreras en el mundo digital. Y es que si el ordenador y el móvil se han convertido en poderosos aliados de las personas con dificultades visuales es gracias a la labor de profesionales como Juanjo, expertos en hacer accesibles páginas web, programas y aplicaciones.
Este malagueño de 37 años, criado en Portada Alta, aprendió a programar de forma autodidacta a los 15, se especializó en el desarrollo de aplicaciones web y podría haberse quedado trabajando como programador en la ONCE, pero prefirió arriesgarse a perseguir un sueño. Y lo ha alcanzado: hace algo más de un año, Microsoft le fichó para trabajar como desarrollador 'senior' en Irlanda. Allí vive con su mujer, Nuria, que también es ciega, su hijo de 7 años, Erik, y sus dos perros guía, Whost y Óldo.
Para Montiel, el balance de este último cambio vital y laboral es «muy, pero que muy positivo»: por un lado, ha demostrado -al mundo y a sí mismo- que su valía está a la altura de la exigencia de una empresa 'top' como Microsoft. Por otro, está cumpliendo uno de sus propósitos vitales: vivir fuera de España. «Tanto Nuria como yo somos muy aventureros», justifica.
Juanjo es ciego prácticamente de nacimiento. Ya de pequeño mostraba interés por el 'cacharreo' y, como cualquier adolescente de su quinta, se enganchó a los videojuegos y a Internet: «Tuve ordenador portátil antes que cualquiera porque la ONCE lo subvencionaba: venía adaptado para la discapacidad visual, con un sintetizador de voz. Valía una pasta», recuerda. En seguida intuyó que aquella máquina le ayudaría a romper barreras. «Me apasioné por la informática y aprendí a programar yo solo, con 15 años, de forma autodidacta», relata. Su obsesión era hacer accesibles juegos, aplicaciones y programas que los invidentes tenían vetadas. «Lo primero que hice fue un creador de listas de reproducción accesible de Winamp, que triunfó porque era muy simple y útil», recuerda.
Otro de aquellos primeros proyectos personales fue un 'software' que franqueaba la entrada de usuarios invidentes a juegos de rol 'online'. Corría el año 2006 y, sin saberlo, Juanjo había construido el camino para encontrar a su alma gemela: a través de Simauria, uno de esos juego, conoció virtualmente a Nuria Azanza, una psicóloga de Barcelona tres años mayor que él. «Empezamos a mandarnos mensajitos, a llamarnos por teléfono… Fue nuestro Tinder. ¡Yo no sabía que era ciega ni ella que yo lo era!», revela el ingeniero malagueño mientras ella asiente a su lado, riéndose.
Aquel mismo año, cuando ya había terminado un ciclo formativo de desarrollo de aplicaciones web, Juanjo se mudó a Madrid para hacer un máster de accesibilidad. Tenía 22 años y volaba del nido familiar. «Tardé dos meses en encontrar una residencia de estudiantes porque ninguna aceptaba a mi perro», recuerda. Antes de acabar el máster, una de sus profesoras le ofreció trabajo como programador en Technosite, una de las empresas del Grupo ONCE. Allí permaneció hasta que decidió mudarse a Barcelona junto a su pareja en 2015. Entonces fue cuando conoció la frustración de ser rechazado laboralmente por su discapacidad. «En el 90% de las entrevistas, el 'no' era por ser ciego. No suele haber mala fe, pero sí mucho desconocimiento; no se fían de que puedas hacer bien el trabajo. Queda mucho camino por recorrer», afirma. «Mi suerte fue que era muy conocido en las comunidades técnicas», apunta.
El malagueño encadenó varios trabajos como desarrollador en diferentes compañías hasta que Microsoft, la empresa en la que soñaba trabajar cuando era solo un niño, llamó a su puerta. «Siempre he querido trabajar fuera de España, pero temía no dar la talla en una empresa tan importante», confiesa ahora. El proceso fue selección fue complejo y largo, con muchas entrevistas, pero su talento se abrió paso y la multinacional le ofreció un puesto como desarrollador 'senior' adscrito a su sede de Dublín. Allí se mudó con su familia al completo en agosto de 2021.
«¿Estáis seguros de iros a vivir a Irlanda? ¿Por qué os vais si aquí estáis bien? Tenéis un piso maravilloso, a la familia al lado para lo que necesitéis, ambos trabajáis, tenéis amigos, vuestro hijo está contento en su colegio… Todas son preguntas que nos hicieron, que son muy lógicas y tienen todo el sentido del mundo. Pero cada vez que las escuchaba no podía evitar pensar: ¿Y por qué no?». Así rememora Nuria la decisión familiar que tomaron hace alrededor de un año. Y es que si a cualquiera le puede dar vértigo dejar su país y su red de apoyo -sobre todo con un niño pequeño-, para una persona ciega lanzarse a una aventura como ésta implica más capacidad de asumir riesgos. «Para empezar, adaptarnos a una casa nueva siendo ciegos no es sencillo», explican. Pero los momentos difíciles -que los ha habido- se ven compensados por los retos profesionales que está asumiendo Juanjo y las vivencias atesoradas en familia.
Montiel está «encantado» con su trabajo, sus compañeros y también con las ventajas laborales que ofrece una multinacional como Microsoft, desde «tener varios restaurantes en la oficina» hasta la flexibilidad para el teletrabajo varios días a la semana. «No nos planteamos fecha de regreso a España. Queremos que nuestro hijo, que tiene ahora 7 años, aprenda inglés como un nativo», explica el malagueño.
Nuria, mientras tanto, trabaja en su propio proyecto emprendedor relacionado con el turismo inclusivo. «Tengo un blog donde cuento mis experiencias viajeras desde el punto de vista de una persona ciega. Tanto a Juanjo como a mí nos encanta viajar y nos hemos ido dando cuenta de todas las carencias que hay todavía en términos de accesibilidad», comenta. A raíz de este proyecto personal, le van surgiendo oportunidades para trabajar como consultora de discapacidad visual para agencias de viajes y ayuntamientos. Su objetivo es «poder vivir de esto, que es mi pasión», apunta.
Montiel se declara un «enamorado» de la tecnología, que ha sido «una revolución para todos, pero especialmente para la gente con discapacidades. Gracias a ella, el mundo tiene ahora muchas menos barreras y ayudar a derribarlas es uno de mis mayores satisfacciones», argumenta. El programador malagueño sigue desarrollando en su tiempo libre iniciativas para derribar barreras. Por ejemplo, ha colaborado en el desarrollo de Gastrocarta, una iniciativa liderada por la empresa malagueña Lemoncode para que las cartas de los restaurantes sean accesibles para personas con dificultad de visión. «La tecnología nos hace iguales», concluye.
Si hay algo que odien Juanjo y Nuria es el paternalismo y la excesiva prudencia con la que se trata a los discapacitados en general y a los ciegos en particular. «No somos superhéroes ni supervillanos, somos personas normales», afirman.
Y si las personas normales se equivocan, también lo hacen los ciegos… con sus particularidades, claro. Porque eso de no ver lo que se tiene delante provoca confusiones que a veces tienen consecuencias hilarantes. A Nuria le dio una vez por recopilar anécdotas en Twitter con el hashtag '#epicciegadas y usuarios de toda España se sumaron a la conversación. «Una de las veces que más nos hemos reído fue cuando invité a gente a casa a comer y me puse a hacer mojitos… lo que yo creía que era hielo picado era arroz tres delicias», cuenta Nuria. «Yo me he comido más de una galleta de perro pensando que era 'de persona'», confiesa por su parte Juanjo.
Otros tuiteros ciegos contaron, animados por dicho 'hashtag', vivencias surrealistas como éstas:
«Esta mañana me he lavado la cara con gomina en vez de con mi gel limpiador facial».
«La mejor cuando con 17 añitos entré en una óptica y pedí preservativos... La farmacia estaba al lado y me confundí de puerta. Aún me pongo roja al recordarlo».
«Ir a por tu hijo de año y medio a la guardería. Sale gritando, maaaaami! Pero pasa de largo por lo que sea y yo me hago con el hijo de a saber quién que se pone a berrear».
«Ir con el perro guía y preguntar donde puedo encontrar el sitio que buscaba. Que la persona se agache y se lo explique al perro. Decirle cuando ha terminado, intentando no reírme en su cara, que me lo explique a mi, que el perro no lo entiende».
Juanjo y Nuria se toman con humor las dificultades de su día a día, pero se ponen serios cuando recuerdan las veces que alguien ha deslizado dudas sobre su capacidad como padres. «A veces te dicen: 'Vuestro hijo os ayudará mucho'... Pues mira, no, nuestro hijo tiene 7 años y no está aquí para ayudarnos; está para que le cuidemos nosotros», zanjan.
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