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En diciembre de 1488 alguien se tomó la molestia de escribir en los libros de Repartimientos los nombres de las cuarenta calles que entonces había ... en Málaga. De todas ellas solo ha perdurado la nomenclatura de dos, después de quinientos años: Beatas y Pozos Dulces. Las beatas que prestaron su mote a esta vía vivieron en Málaga hace más de cinco siglos. El resto de las calles de la Málaga musulmana han cambiado su denominación, su trazado o han desaparecido. La más importante de todas era la calle Real, actual Granada. Algunas tenían títulos sonoros y evocadores, como la de Mercaderes (hoy Santa María), del Alcázar (Císter), de los Caballeros (San Agustín), de las Guardas (Compañía) o del Granado (Fresca). Pero, sin duda, el nombre más poético de todos era el de calle del Mar, actual San Juan, que desembocaba directamente en la playa…
Como los malagueños se empeñen en llamar un lugar de una manera, ya no hay forma de cambiar su nombre. La plaza de Montaño recibe su título de uno de los primeros repobladores que llegaron a Málaga con los Reyes Católicos. Se llamaba Rodrigo de Avendaño o Mendaño y de ahí derivó a Montaño. Algo parecido ocurrió con la presa del Limonero, construida sobre una antigua finca perteneciente al limosnero del cabildo. Pero hoy nadie la conoce así. Por otro lado, la plaza del marqués del Vado del Maestre se denomina de esta manera por el dueño de este título, Diego Ciriaco Fernández de Córdoba Lasso de la Vega y Moscoso, aunque en Málaga se sigue llamando como antiguamente: plaza de Mitjana. El palacio de esta familia valenciana aún preside la plaza. Y si un malagueño le pide a un taxista que le lleve al Hospital Regional, es bastante probable que este no sepa que se refiere a Carlos Haya.
El Jardín de la Abadía no recibe su nombre de alguna abadía que hubiera en este barrio en los pasados siglos, sino por Francisco Javier Badía, al que se le concedieron estos terrenos para fundar una cátedra de agricultura y plantar un jardín botánico. Y el nombre de Churriana no tiene nada que ver con los churros, sino que posiblemente se deba a la finca de algún romano procedente de Siria. De ahí, de la villa de Sirio, surgió 'Siriana' o 'Suriana'. Durante mucho tiempo en Churriana estaban muchos de los hornos y tahonas que abastecían de pan a Málaga. El problema llegaba cuando el Guadalmedina se desbordaba (todavía no se había construido la presa del Limonero, perdón, Limosnero), Málaga se quedaba incomunicada por el oeste y el pan había que traerlo por mar.
Otros topónimos malagueños que llaman la atención a los foráneos pueden ser los de los carriles del Pato –que heredó su nombre de la finca 'El Pato'– y de la Chupa, bautizado así por las plantaciones de caña de azúcar o cañadú que lo rodeaban, cuyos tallos los malagueños chupaban o comían para matar el hambre. El barrio de la Victoria también se ha conocido como el de 'chupa y tira', pues se dice que algunos de sus habitantes algunos días solo podían comer almejas. Recientemente, al limpiar una de las criptas de la catedral, se encontraron las conchas con las que se saciaban los milicianos allí escondidos durante la Guerra Civil.
Hoy todos mis alumnos quieren ser youtubers, influencers e instagramers, pero hubo un tiempo en el que los periodistas y los poetas alcanzaban tal gloria y fama que su nombre merecía quedar inmortalizado en letras de mármol en una calle. Málaga se llenó de sus nombres y de ellos han sobrevivido a la apisonadora de la historia muy pocos. La calle Salvago cambió su denominación por la de Manuel Altolaguirre –padre del poeta del 27–, el paseo de Reding se llamó Blasco Ibáñez, la de Dos Aceras, Jerez Perchet y la de Alcazabilla tomó antes su nombre del popular actor José Tallaví. Hoy solo ha perdurado el título de Rodríguez Rubí en una callecita sin salida en la plaza de la Constitución.La calle Pito, al parecer, recibió su curioso apelativo de un periódico satírico malagueño del siglo XIX. Con los nombres de populares periodistas se bautizaron antaño las calles Comedias (Antonio Luis Carrión), Atarazanas (Andrés Mellado), Nosquera (Antonio Fernández y García), Correo Viejo (Federico Moja) o Beatas (Juan José Relosillas). Su fama duró lo que la verdura de las eras.
El mítico barrio del Perchel debía su nombre a las perchas en las que los pescadores colgaban el pescado a secar. Cervantes, que lo conoció, colocó los Percheles a la cabeza del mapa picaresco de España que cita en el Quijote. La calle Los Negros se denominaba así porque después de la Reconquista moraban allí gran número de moros pobres y bastantes negros. Para colmo, en esa vía se instalaron antiguamente varios almacenes de carbón. Allí tenía un jardín de recreo Narciso Díaz de Escovar, al que invitó a Pérez Galdós a una fiesta flamenca. Sus protagonistas vivían en la vecina calle Refino, también llamada 'de los gitanos'.
Terminemos con las playas, ahora que es verano. Las que limitan al oeste y al este han recibido de los malagueños nombres hartos curiosos. Por un lado, Sacaba (que algunos rematan con el apelativo Beach, en espanglish) se titula así porque allí termina la playa. La gente de Málaga, al referirse a este lugar, utilizaba una frase muy expresiva, algo así como 'sacaba la playa'. Y, por otro, la del Dedo. De entre todas las explicaciones que se han ofrecido para justificar su nombre, yo me quedo con esta. Cuando en las Navidades de 1884 Alfonso XII visitó Málaga para consolar a las víctimas de unos terremotos históricos, le ofrecieron probar en esta playa unos espetos. El rey pidió unos cubiertos para degustar tal manjar, a lo que un marengo le espetó: «Asín no majestá, con los deos».
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