VÍctor heredia
Miércoles, 3 de agosto 2022, 00:02
Conocer la mirada de los otros es una forma de conocernos a nosotros mismos. O no. En todo caso resulta curioso ver qué impresiones han ... causado en los viajeros procedentes de otros lugares el paisaje y el paisanaje de nuestra tierra. Los libros de viajes fueron muy abundantes entre finales del siglo XVIII y principios del XX y encontraron su máxima expresión en los viajeros (y las viajeras) de la época romántica.
Publicidad
Entre las crónicas de viajes que hacen referencia a Málaga es poco conocida una que fue escrita por un sacerdote francés. Se trata de 'Avril en Espagne. De Saint-Sébastien a Barcelone par Malaga. Notes aujour le jour', libro que fue publicado en 1913 por la editorial católica Société St-Augustin, Desclée, De Brouwer &Cie.
Su autor era el abate Désiré Leroux. Este cura, nacido en 1845, era entonces párroco decano de Airvault, en la región de Poitou-Charentes. Después de la separación de la Iglesia y el Estado francés en 1905, que dejó sin asignación estatal a los sacerdotes, Leroux creó la Alianza de Sacerdotes Obreros.
Realizó su periplo español en la primavera de 1911 y en el texto va desgranando las experiencias vividas en el transporte ferroviario y las impresiones que le causan las ciudades que visita, acompañadas siempre de notas históricas y de contenido religioso. Inició su viaje el 3 de abril. Desde Burdeos se trasladó a la frontera y su primera parada fue San Sebastián. De allí se dirigió a Burgos y, tras hacer transbordo en Madrid, alcanzó uno de los principales objetivos de su viaje: Toledo, ciudad en la que vive el Domingo de Ramos. Su siguiente destino fue Córdoba, ya en Andalucía, y de allí llegó a Sevilla, donde vio las procesiones de Semana Santa. El 16 tomó el tren en dirección a Málaga, en la que permaneció un par de días. El Lunes de Pascua marchó a Granada y después regresó a Madrid, para continuar su gira hacia Zaragoza y Barcelona, antes de regresar a Francia el 26 de abril.
Publicidad
Nada más llegar, Leroux y su acompañante se alojaron en el Hotel Alhambra, en la calle Larios, e inmediatamente se dirigieron a contemplar el mar, representación para él del «Ser inmenso, infinito, Dios mismo».
La impresión del centro parece positiva: «Málaga es una gran ciudad moderna, nueva, surcada por calles rectas y anchas, bordeada de hermosas casas y tiendas con todos los escaparates. A diferencia de las demás ciudades de España, allí la circulación es fácil, a pesar de la extraordinaria animación de la multitud, y podemos contemplar tranquilamente, en la originalidad de su forma de vestir, a las malagueñas, de tez pálida, de mirada vivaz y franca, con el aire serio que no tienen las sevillanas, constantemente preocupadas por el efecto que producen».
Publicidad
Le sorprenden los bailes de gitanos que ve en todas partes y le resulta pintoresco el desfile de los borricos de los vendedores callejeros por la calle Larios. Le gustaron especialmente los jardines malagueños, a los que dedicó encendidos elogios: «Uno de los atractivos de la ciudad, diría que el principal, son sus jardines. Nunca he visto nada más hermoso, más fresco, más alegre, más gracioso que este florido paseo llamado: ¡Los Jardines de Málaga!». Incluso se refiere a ellos como «un rincón del Paraíso», adelantándose a Aleixandre.
El Domingo de Resurrección intentó asistir a su primera corrida de toros, pero un inoportuno aguacero provocó la suspensión del festejo. Más tarde tendría la oportunidad de ver una corrida en Zaragoza. Menciona algunos monumentos de la ciudad y encuentra el aire del pasado islámico perdido en las callejuelas que quedan a los pies de la Alcazaba.
Publicidad
A pesar de su interés por probarlo, no encontró vino de Málaga, que no aparecía en la carta de los restaurantes locales. No falta en el texto del cura algún reproche a la indolencia andaluza. «Tras un último paseo por los jardines y la playa, nos despedimos de 'Málaga la encantadora', de su clima templado y saludable, de su cielo siempre despejado, de sus ciento treinta mil habitantes, felices con el destino que les ha dado la buena Providencia».
Parece que la fugaz visita de Leroux, tan similar a la de tantos turistas que han venido después, le dejó una grata impresión: «Súmele a esto la gran cantidad de vendedores de pescado, gritando sus productos, encerrados en redes, suspendidos de sus hombros por largas cuerdas como platos de balanza, tendrá la visión de un pequeño rincón de esta vida cotidiana, la más feliz del mundo». De hecho, eligió para la portada de su libro la imagen de un cenachero.
Publicidad
El Domingo de Resurrección Leroux asistió a los cultos de la Catedral. «¡Cristo ha resucitado!... Cantan las voces de bronce de las campanas de la Catedral; y desde los campanarios de todas las iglesias de la ciudad, otras cien voces responden: ¡Aleluya!». La emoción de la celebración de la Resurrección del Señor le impidió detenerse en los detalles del templo, aunque más tarde sí lo visitó con detenimiento. En sus observaciones destaca la altura de las bóvedas y la riqueza de la decoración de las capillas. «La sillería es muy hermosa; el acabado de la ejecución coincide con la genialidad del diseño y honra al escultor italiano Michaeli que realizó allí una pequeña obra maestra». Como se ve, no cita la intervención de Pedro de Mena. Le cautivó tanto la música del Domingo en la Catedral que acudió temprano el Lunes de Pascua para oír la misa, aunque en esta ocasión le sorprendió la rapidez y falta de solemnidad de los oficios: «Breve, animoso, ¡curioso de escuchar! ¡Se ahorra tiempo, pero es menos edificante!».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.