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Así quedó una clase tras el saqueo y fotos de los mártires Archivo Temboury y Revista Almas Nuevas
La trágica historia de los mártires agustinos durante la Guerra Civil en Málaga

La trágica historia de los mártires agustinos durante la Guerra Civil en Málaga

Historiadores contabilizan la escalofriante cifra de 178 religiosos fusilados durante la represión republicana en la provincia malagueña

Fernando Alonso

Málaga

Lunes, 3 de mayo 2021, 00:50

Las líneas que vienen a continuación, querido lector, no son recomendables para espíritus sensibles. En la barbarie de odio y sangre que supuso la Guerra Civil en Málaga, en la que sufrimos dos represiones, la republicana y la franquista, vamos a tratar hoy del terrible asesinato de cuatro agustinos. El profesor Antonio Nadal estima en 2.306 el número exacto de ejecuciones llevadas a cabo por la represión republicana en la provincia de Málaga. De algunas conocemos hasta el nombre de sus verdugos gracias a sus investigaciones. Por otro lado, Elías de Mateo ha contabilizado la escalofriante cifra de 178 religiosos fusilados entre los meses de julio de 1936 y febrero de 1937 en Málaga, de los que 112 pertenecen al clero secular; 56 a diferentes órdenes religiosas (17 salesianos, 8 jesuitas, 8 hospitalarios, 7 capuchinos, 6 maristas, 5 franciscanos, 4 agustinos y 1 trinitario); 6 a religiosas y 4 a seminaristas. Los lugares elegidos para la ejecución solían ser las tapias del cementerio de San Rafael, el Camino Nuevo, el callejón de la Pellejera, el Camino de Suárez (entonces en el extrarradio de la ciudad), o cualquier otro sitio más o menos discreto y apartado que se tuviera a mano. Durante esos aciagos meses se hicieron en Málaga tristemente famosas las siniestras «sacas», en las que se vengaban la muertes provocadas por los bombardeos de la aviación franquista en nuestra ciudad.

El Colegio de San Agustín de Málaga había sido fundado en 1918. En 1931 la comunidad agustina estaba ya formada por veinte y cuatro religiosos que tuvieron que salir huyendo con lo puesto la noche del 11 de mayo, al ser saqueado e incendiado el colegio. A partir de 1933 los agustinos fueron volviendo a Málaga, y con paciencia y entusiasmo reconstruyeron la iglesia, el colegio y su residencia. Durante el curso 1935-1936, ante el clima de inseguridad reinante, una pareja de guardias de asalto vigilaba las puertas del colegio. Los religiosos vestían de paisano y se resistían a quitar el crucifijo que presidía las pocas clases que estaban abiertas. En julio de 1936 la comunidad agustina la constituían solo ocho religiosos, un tercio de los que la formaban en la época de esplendor del colegio. De estos ocho agustinos, dos estaban en El Escorial: el director, Andrés Pérez de Toledo, y el fundador del colegio, Valentín Pérez Arnaiz.

La tarde del sábado 18 de julio de 1936, los agustinos volvieron a su residencia asustados por los primeros disparos que se oían por las calles. Se encontaron al vicerrector, que hacía las veces de director accidental, Fortunato Merino, rezando muy asustado el rosario. Esa noche los seis agustinos la pasaron en vela bastante alarmados y atemorizados, porque unos milicianos no pararon de disparar a las ventanas del colegio y de la residencia desde la torre de la catedral. A la mañana siguiente celebraron una misa y se separaron, refugiándose en casa de familias amigas que los acogieron. A cada uno se le dio una cantidad de dinero para atender las necesidades que seguro les iban a surgir. No sospechaban que algunos no volverían a verse nunca más. Los datos que exponemos a continuación fueron recogidos por Modesto González Velasco, quien fue el vicerrector del colegio a principios de los años setenta.

El padre Fortunato Merino Vegas y Fray Luis Gutiérrez Calvo. Patio del colegio y espadaña tras el incendio de 1931. Fotos de los mártires Archivo de la Comunidad Virgen de Gracia del Colegio Los Olivos / Archivo Temboury / Revista Almas Nuevas
Imagen principal - El padre Fortunato Merino Vegas y Fray Luis Gutiérrez Calvo. Patio del colegio y espadaña tras el incendio de 1931. Fotos de los mártires
Imagen secundaria 1 - El padre Fortunato Merino Vegas y Fray Luis Gutiérrez Calvo. Patio del colegio y espadaña tras el incendio de 1931. Fotos de los mártires
Imagen secundaria 2 - El padre Fortunato Merino Vegas y Fray Luis Gutiérrez Calvo. Patio del colegio y espadaña tras el incendio de 1931. Fotos de los mártires

FRAY DIEGO HOMPANERA, EL INOCENTE

Fray Diego Hompanera París era natural de Muñeca de la Peña (Palencia) y tenía solo veinte años cuando estalló la Guerra Civil. Apenas llevaba unos meses en Málaga. Al ser el más joven de la comunidad, apenas un adolescente, se refugió con el director Fortunato Merino en la casa de Manuela Griffo, en el número 9 de la calle Compás de la Victoria. Allí solo pudieron permanecer una noche. Al día siguiente acogió a fray Diego una piadosa señora, Manuela Gómez Rabadán, en su casa cercana al Hospital Civil. (De su compañero Fortunato Merino hablaremos más adelante, si el lector tiene paciencia de seguir leyendo). Allí sufrió varios registros, hasta que finalmente fue detenido a finales de agosto y conducido a la prisión provincial. En la cárcel fray Diego Hompanera ocupó la conocida como quinta brigada, en la que estaban encarcelados una cincuentena de religiosos. El 21 de septiembre, a sus veinte años, fue sacrificado en las tapias del cementerio de San Rafael por su condición de religioso y en represalia por los bombardeos efectuados por la aviación nacional. Fue enterrado en una fosa común.

MANUEL FORMIGO, EL VALIENTE

Manuel Formigo Giráldez (1894-1936) había nacido en Pazos Hermos (Orense). Había llegado a Málaga en septiembre de 1935 y era profesor de ciencias naturales y de francés. Además, llevaba una vida pastoral muy activa, pues ayudaba en varias parroquias, predicaba en algunos pueblos y confesaba a religiosas. El 19 de julio de 1936 se refugió en casa de algunos amigos, pero para no compremeterlos se acabó alojando en una fonda de la plaza de la Merced. Si a Manuel Formigo le hemos llamado el valiente fue porque no se acobardó sino que, por el contrario, intentó llevar una vida normal, en la medida de sus posibilidades. En efecto, cada día oficiaba misa en el Colegio del Sagrado Corazón, en el Camino Nuevo, y después se dedicaba a repartir la comunión por diferentes casas. Los días festivos también celebraba la eucaristía en el Sanatorio Gálvez. También sabemos que ofició bautizos e incluso una boda en esos terribles días. Sus compañeros le calificaron como «valiente, arriesgado, temerario, con una osadía santa para desafiar los peligros. Llegó al grado de heroísmo».

El día 25 de julio unos milicianos fueron a detenerlo a su pensión y lo condujeron a la cercana Aduana, donde estaba el Gobierno Civil. Afortunadamente, el Gobernador Civil intercedió por él y se le emitió un salvoconducto. Otro día, cuando estaba confesando a unas religiosas de la Presentación, también fue detenido y gracias al salvoconducto expedido por el gobernador no le pasó nada más. Pero no siempre iba a tener tanta suerte. Desconocemos qué relación tuvo con el gobernador, pero este le puso en su fonda un guardia de asalto para su protección, al que casó por aquellos días, según los testimonios recogidos. Así que los milicianos que, al parecer le tenían ganas, tendrían que capturarle cuando no estaba en su pensión.

En efecto, la noche del 14 al 15 de agosto la pasó Manuel Formigo en el Sanatorio Gálvez en labores relacionadas con su ministerio. Celebró misa por la mañana temprano y salió para oficiar otra en el Colegio del Sagrado Corazón. Allí se le esperaba pero nunca llegó. Pasaron varios días sin saber de él. Una religiosa del colegio del Monte, sor Genoveva, nos desvelará el enigma: «Sobre las once de la mañana del día 15 salí con una señora camino del Sanatorio Gálvez, pero al bajar por la calle de la Victoria, en las proximidades de la Aduana, a la mano derecha, sobre unos derribos y a unos dos o tres metros de la acera, estaba tendido boca abajo, muerto, el padre Manuel Formigo». Había sido fusilado, pues, al poco de salir del sanatorio y a pocos metros de su colegio.

FRAY LUIS GUTIÉRREZ Y FORTUNATO MERINO

Fray Luis Gutiérrez Calvo se llamaba en realidad Sarbelio, nombre que le habían puesto sus padres en la pila bautismal, pero él se lo cambió por el de Luis, quizá por la admiración que sentía por otro agustino famoso, fray Luis de León. Nuestro fray Luis nació en 1888 en Melgar de Abajo, provincia de Valladolid. Llegó a Málaga en 1919 y fue profesor de primaria. Por su dedicación y entrega era toda una institución en Málaga. También ejercía como sacristán de la iglesia de San Agustín. Fue el maestro de antiguos alumnos ilustres como Manuel del Campo o Antonio Muñoz Aguilera. Tras los sucesos de 1931, fray Luis Gutiérrez volvió a Málaga en 1934 y ayudó a reconstruir el colegio y la iglesia.

Fortunato Merino Vegas nació en Itero Seco (Palencia) en 1892. Fue compañero de noviciado de fray Luis Gutiérrez y de Manuel Formigo. En 1920 ya formaba parte de la comunidad agustina de Málaga, a la que perteneció once años. En 1934 estaba de vuelta en Málaga. Y en 1936 era el vicerrector del colegio. Lo habíamos dejado huyendo de la casa de Manuel Griffo en el Compás de la Victoria, el 20 de julio de 1936. Se dirigió entonces a la vivienda del Sr. Morillo, en la cercana Cristo de la Epidemia 96. Allí se había refugiado el día anterior fray Luis Gutiérrez. Desde ese momento los destinos de ambos agustinos quedarán unidos para siempre. Como en esta casa ambos corrían peligro, tuvieron que abandonarla a los pocos días, muy a su pesar. Las hermanas Francisca y Emilia Ruiz Cabello les brindaron hospitalidad en su propia vivienda pero, desgraciadamente, el portero del edificio les denunció y Fortunato y fray Luis tuvieron que huir de nuevo. Se hospedaron definitivamente en el Hotel Imperio, en la calle Martínez. Este establecimiento era propiedad de José Cabello Sanz, tío de Francisca y Emilia. El Hotel Imperio se anunciaba en los años veinte en la revista del colegio, Almas Nuevas, así que debía de existir alguna relación con los agustinos que a nosotros se nos escapa.

El profesor Antonio Muñoz Aguilera, antes citado, a sus nueve años, recordaba haber visto deambular por las calles de Málaga a finales de julio a su maestro fray Luis Gutiérrez. Después ya no le vio nunca más. El 24 de agosto, a última hora de la tarde, una patrulla entró en el hotel y detuvo a su propietario, a los dos agustinos, a un marista, a un salesiano y a un sacerdote salesiano. Unas testigos escuchaban aterradas desde otra habitación cómo les daban voces, les insultaban y les maltrataban. Escuchemos el relato de estas testigos, Mercedes y Nieves Díaz Caneja, tal y como se recoge en la causa de beatificación de los religiosos:

Como a las dos o a las tres de la mañana sentimos que los sacaban y los metían en un coche y ya quedó todo en silencio. Como a la hora, poco más o menos, entraron los milicianos adonde estábamos nosotras y, sobre una mesa grande que había allí, tiraron los peines vacíos de las pistolas diciendo: «ésos ya se tragaron estas balas».

Pero espere el lector que aún no hemos terminado, que queda lo peor. Parece ser que en el callejón de la Pellejera, cerca de la calle Mármoles, les dispararon a las piernas y a otras partes del cuerpo, dejándolos malheridos y agonizantes. Los asesinos volvieron después para rematarlos. También había señales de que los acuchillaron porque le cédula de identidad de fray Luis estaba ensangrentada y rasgada por un corte de arma blanca. Según otros testimonios fueron salvajemente mutilados en vida (así lo cuenta Lluch F. Valls).

Fueron sepultados en una fosa común del cementerio de San Rafael. Al exhumar el enterramiento en 1940, fue identificado el cuerpo del dueño del Hotel Imperio por una medalla y otros objetos personales. Todos los restos que había en la fosa fueron trasladados a la capilla de los mártires de la Catedral de Málaga.

DOMINGO FERNÁNDEZ Y VIDAL FERNÁNDEZ, LOS SUPERVIVIENTES

De los ocho miembros que formaban la comunidad agustina malagueña en 1936 ya hemos visto que cuatro fueron asesinados en dramáticas circunstancias. Solo dos salvaron sus vidas. (Los otros dos ya dijimos que estaban en El Escorial, pero no los iría mejor: Valentín Pérez Arnaiz falleció en 1938 «víctima de las calamidades»; y Andrés Pérez de Toledo estuvo preso casi tres años en diferentes cárceles del Centro y del Levante hasta principios de 1939). Los supervivientes se llamaban Domingo Fernández Villarroel y Vidal Fernández Fernández. En 1937 estaban refugiados en un piso de la calle Duque de la Victoria, pero desconozco más datos sobre sus peripecias durante aquellos meses. Tras la guerra, Vidal Fernández fue trasladado al colegio de Palma de Mallorca, mientras que Domingo Fernández permaneció en Málaga hasta su fallecimiento en 1975.

El 10 de marzo de 1937, ya tomada la ciudad por las tropas franquistas, se ofició en la iglesia del Sagrario el funeral por los cuatro agustinos asesinados en los meses de la represión republicana. Evidentemente, el acto no podía celebrarse en la iglesia de San Agustín porque esta todavía estaba en ruinas. El 28 de octubre de 2007 el papa Benedicto XVI beatificó en Roma al P. Fortunato Merino, al P. Manuel Hormigo, a fray Diego Hompanera y a fray Luis Gutiérrez, junto a otros 497 mártires.

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