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Víctor Heredia
Lunes, 28 de agosto 2023, 00:01
Todavía emergen tímidamente sobre los viejos tejados del centro de Málaga algunos torreones que en su época sirvieron a los moradores de esas viviendas para ... contemplar la ciudad desde su particular atalaya. Este tipo de estructuras elevadas eran relativamente comunes en la arquitectura local y aún las podemos encontrar en casas antiguas, aunque suelen pasar desapercibidas. Su ubicación en la parte posterior de las parcelas y el aumento generalizado de la altura de las nuevas construcciones han ayudado, junto a la demolición de los edificios en los que estaban, a que se reduzca su número y aumente su invisibilidad. Precisamente al no ser visibles desde la calle apenas presentaban tratamiento decorativo, al contrario que las altivas y famosas torres miradores gaditanas.
El perfil de las ciudades, hasta no hace mucho, venía dado por la presencia de las torres. Los campanarios de los templos, las torres defensivas de murallas y fortalezas y las civiles, como las torres del reloj que existen en algunos ayuntamientos. En cierto modo estos cuerpos elevados representaban el poder. Pero, además, estaban las torres domésticas, es decir, las de casas particulares que tenían funciones más prosaicas: miradores, secaderos o palomares. En todo caso, los torreones era elementos exteriores en altura de los inmuebles que formaban parte de su identidad constructiva.
En Cádiz las torres miradores son una señal de identidad de la ciudad. El impulso del tráfico mercantil con las Indias desde principios del siglo XVIII hizo que muchos comerciantes construyeran en sus residencias observatorios que les permitían seguir el movimiento de los barcos en el puerto. Existen varios tipos y se conservan unas 130 torres, muchas de ellas con una exquisita decoración que reflejaba la riqueza económica de sus propietarios.
¿Existieron en Málaga estos miradores elevados? No existen estudios específicos sobre las torres domésticas malagueñas, pero podemos decir que las hubo, aunque no en la cantidad y variedad de la capital gaditana. El volumen torreado más antiguo lo encontramos en el palacio que construyó Diego de Cazalla en la calle San Agustín hacia 1530. La actual sede del Museo Picasso presenta una gran torre de piedra de estilo renacentista, estando abierto el cuerpo superior con arquerías por sus cuatro lados para servir como mirador. De inspiración mudéjar y fechados entre los siglos XVII y XVIII tenemos otros ejemplos en las calles Salinas y Granada, donde se recuperó un torreón de tres alturas, descontextualizado del edificio al que pertenecía, como centro de recepción de visitantes.
A mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada registra un reducido número de torres, localizadas en algunos palacetes vinculados a la nobleza local, como la residencia del conde de Villalcázar en la plazuela de la Alcazaba (originalmente levantada por los condes de Buenavista con dos torres, de las que se conserva una) o la casona de Zea Salvatierra en la calle Cister, con una gran torre rematada por un apuntado chapitel apenas visible desde la calle.
Aunque las torres miradores fueran en principio propias de las mansiones nobiliarias, el crecimiento del comercio con las colonias americanas de la segunda mitad del siglo XVIII, estuvo acompañado de una cierta proliferación de estos miradores en la parte superior de las casas, sobre todo en la Alameda y en las cercanías del puerto. En la misma Alameda Principal está el torreón octogonal de la sede de la Delegación de la Junta de Andalucía, en el nº. 18, una mansión contemporánea de la Aduana. Algunas imágenes del siglo XIX nos muestran la existencia de estas torrecillas sobre los tejados de los edificios de la Alameda, aunque casi todas se hayan perdido.
Juan Cepas describía el refugio del viejo marino Pedro Salazar, protagonista de su novela 'La hora de las anclas', como una pequeña habitación hexagonal cerrada por una serie de ventanales que parecía una gran linterna. A este mirador que se levantaba sobre el tejado de la casa se accedía por una escalera de caracol. Desde allí Salazar oteaba el horizonte y veía los barcos recordando pasadas aventuras. El escritor malagueño tuvo que inspirarse en alguno de los palomares que existieron en las casonas de la Alameda, y de los que se conservan, al menos, un par de ellos en los números 18 y 38. Este último, muy próximo al puente de Tetuán, es un mirador acristalado que, al modo de las torres gaditanas, sirve de acceso a la terraza que está sobre un torreón en la fachada a la calle Ordóñez, siendo la altura más elevada de un edificio construido por el comerciante Guillermo Reboul en 1871. Tiene forma de quiosco de madera y cristal, cubierto con un tejadillo de cinc decorado con una crestería colgante y un agudo remate.
Los inmuebles burgueses de la segunda mitad del siglo XIX también contaban con cuartos altos. Lo habitual era que los cuerpos torreados se alzaran en la parte posterior de las casas, con plantas cuadrangulares, ventanales en sus cuatro costados y cubiertas a cuatro aguas y sin apenas detalles ornamentales, salvo un remate en forma de veleta metálica o adorno cerámico. En el centro todavía se pueden ver en la plaza de Mitjana, en la parte trasera de la calle Álamos nº. 16 (visible desde la calle Cárcer y que sobresale hasta en tres alturas) y en la calle Granada nº. 56, con un tejado coronado por un elegante remate cerámico.
Los estilos arquitectónicos de la primera mitad del siglo XX, especialmente el regionalismo, recuperó el uso de torreones en las edificaciones, pero ya como un recurso ornamental e historicista. Queda pendiente el estudio de las torres domésticas malagueñas entre los siglos XVIII y XIX. Desde la cubierta de la Catedral o desde las terrazas de los hoteles pueden buscarlas. Hay más de lo que parece.
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