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Víctor Heredia
Jueves, 3 de agosto 2023, 00:04
El XIX fue el siglo de los cafés. Estos establecimientos se definieron como los principales espacios de sociabilidad, en los que se tenían lugar todo tipo de tertulias culturales y políticas y en los que, a menudo, se conspiraba, se criticaba, se escribían crónicas e incluso se redactaban periódicos completos. En Málaga fue la calle Granada la que, inicialmente, aglutinó un mayor número de esos cafés, cada uno con su particular parroquia y su ambiente específico. Cuando se inauguró la calle Marqués de Larios, en 1891, ésta se convertiría rápidamente en foco de atracción para los cafés más elegantes de la ciudad.
Vamos a centrar nuestra atención en el Café Universal, que abrió sus puertas el 29 de mayo de 1872 en los bajos de un edificio con fachadas a las calles Granada, Méndez Núñez y Niño de Guevara. El inmueble acababa de ser construido por el empresario Antonio Campos Garín sobre unos solares resultantes de la demolición del convento de monjas de San Bernardo. El proyecto fue realizado por el arquitecto Jerónimo Cuervo y de la decoración del techo y de los salones del nuevo establecimiento se encargó el pintor Bernardo Ferrándiz. Como vemos, en el Café Universal confluyeron tres personalidades que ya habían colaborado estrechamente en la construcción del Teatro Cervantes,de cuya sociedad de propietarios era miembro Campos, que años después recibiría el título de marqués de Iznate.
Éste se proponía montar el café suntuoso y elegante que faltaba en Málaga. Se anunciaba como café-restaurante que ofrecía «a todas horas almuerzos y comidas por lista, así como un completo surtido de los mejores vinos y licores, tanto del reino como extranjeros». Ofertaba la posibilidad de abonarse, con una reducción de los precios ordinarios. Francisco Bejarano, en su libro sobre los cafés malagueños, nos informa de que tenía dos amplios salones, además del restaurante instalado en el primer piso. Uno daba a la calle Granada, donde estaba la entrada principal, y ofrecía un ambiente alegre y concurrido, mientras que el otro, con acceso por Méndez Núñez, presentaba un ambiente más tranquilo y recogido.
El Café Universal, también conocido como Café de Campos, era frecuentado por magistrados, jueces, empleados de los juzgados, abogados, procuradores, militares, políticos y funcionarios. Al lugar que solían ocupar los profesionales del Derecho se le llamaba la Alameda de los Tristes, ya que la Audiencia estaba en esa calle, hoy denominada Alameda de Colón. Según Bejarano, el apelativo derivaba de que era el salón preferido de las personas que guardaban luto o que, simplemente, evitaban el bullicio. También era visitado por los cómicos de las compañías teatrales que actuaban en la ciudad y sirvió para la celebración de bailes de máscaras en tiempo de carnaval. Durante el año 1875 se ofrecieron varios conciertos a cargo de violinista catalán Andreu Fortuny y del pianista Luis Casas.
Pero lo que caracterizó al Universal en sus buenos años fueron las tertulias que tenían lugar bajo el amparo de las figuras pintadas por Ferrándiz, lamentablemente perdidas. Las había de pintores, de literatos y de artistas. Narciso Díaz de Escovar las describe con estas palabras: «Eran de oír las discusiones que allí se formaban, pues los había de todas opiniones políticas y religiosas, alternando librepensadores con fervorosos católicos y carlistas con republicanos. Se proyectaban y creaban periódicos, sobre el mármol de las mesas se escribían versos, algunos más verdes que el perejil, y se organizaban sesiones literarias que se convertían en realidad en los salones del Liceo, Instituto y Lope de Vega».
De una de aquellas tertulias nació un semanario satírico ilustrado titulado «Los Apóstoles», que se publicó entre enero y mayo de 1893. Dirigido por el poeta Alfonso Tovar, contó con la colaboración de Arturo Reyes, Narciso Díaz de Escovar, Emilio de la Cerda, Nicolás Muñoz Cerisola, Joaquina Payans y otros intelectuales locales.
Entre las numerosas bromas que se gastaban entre los parroquianos del Universal Díaz de Escovar menciona una que un reputado artista gastó a un empleado de Hacienda que se quedó dormido en su asiento, ocasión que aprovechó el bromista (posiblemente Martínez de la Vega) para pintarrajearle la cara con lápiz de carbón y almagra. Con este aspecto se presentó a continuación el bromeado en una fiesta en la casa de doña Robustiana, en la calle Casapalma. En otra ocasión el poeta Pepe Silva introdujo una carta apasionada con firma femenina en el abrigo de un cliente que tenía una esposa celosa que registraba su ropa cuando volvía a casa, lo que provocó el consiguiente disgusto. De esas reuniones salieron novelas, dramas, sainetes, poemas, artículos, libros, críticas de arte y de teatro. El actor Ruiz Borrego organizaba compañías cómicas que luego hacían giras por poblaciones próximas. El periodista Antonio Fernández y García afirmaba que «las bromas y ocurrencias de los literatos y periodistas que concurrían al Universal darían grato motivo para un libro amenísimo».
Bejarano cuenta que su decadencia comenzó en los años noventa, cuando empezó a funcionar como café con espectáculos después de cambiar de propietario. Se montó un tablao en el centro del local y en el mismo actuaban comparsas carnavalescas al estilo de Cádiz, que divertían al público con sus coplillas alusivas a temas de actualidad. Eusebio Rioja registra el paso por el local de un cuadro de baile español y del famoso cantaor Antonio Chacón. El Café Universal cerró hacia el año 1894. Díaz de Escovar se lamentaba: «Ya de aquella tertulia no queda ni el sitio, pues hasta el café se cambió en tiendas de ropas, pinturas y mecheros de gas. Mercurio venció a Apolo. La vil prosa triunfó sobre la poesía». El local fue ocupado por una imprenta, la de Párraga, y poco después por los almacenes El Águila. Pero esa es otra historia.
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