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Super Mario y Michel de Montaigne: Del superhéroe virtual al escritor pétreo
Albas y ocasos

Super Mario y Michel de Montaigne: Del superhéroe virtual al escritor pétreo

Tal día como hoy nacía, producto de la imaginación del padre de los videojuegos modernos, Mario Bros, y moría Michel de Montaigne, creador del género literario conocido en la Edad Moderna como Ensayo

MARÍA TERESA LEZCANO

Domingo, 13 de septiembre 2020, 00:16

Super Mario Bros (13-9-1985)

Trece de septiembre de 1985, universo Nintendo. Nace Super Mario Bros, producto de la imaginación de Shigeru Myamoto, padre de los videojuegos modernos que durante los viajes en tren miraba por la correspondiente ventana y se visualizaba a sí mismo saltando por los paisajes circundantes, ya cada uno... Como el propio Myamoto no podía ir brincando en carne y hueso por esos mundos de Dios, se inventó un personaje electrónico y bigotudo que lo hiciera virtualmente y, profesionalmente colegiado como fontanero y ataviado con camisa roja y pantalones azules con tirantes, comenzó Mario a rebotar por el Reino Champiñón, donde pasó, de desatascar las tuberías de las variadas plagas que las iban atorando, a iniciar, junto a su hermano Luigi, el rescate de la princesa Peach, hija del rey Champiñón. Porque era el Reino Champiñón un lugar edénicamente pacífico de hongos antropomorfos, hasta que se vio invadido por los Koopa, una tribu de tortugas puñeteras que transforman el tranquilo pueblo en un laberinto de piedras y ladrillos y cuyo quelonio hechizo resulta ser únicamente susceptible de ser revertido por la citada princesa Peach, a su vez cautiva del Rey Tortuga Bowser.

El jugador por su parte, mimetizado en Mario o, si le toca el rol segundón, en Luigi, debe ir recorriendo mundos y niveles, agenciándose por el camino monedas que puntúan; champiñones rojos que metamorfosean a Mario en Super Mario y a Luigi en Super Luigi; champiñones verdes que otorgan una vida extra; estrellas que convierten a Mario y Luigi en inmunes a todo excepto a los precipicios y además por un tiempo maquiavélicamente limitado; y flores de fuego que sólo aparecen tras la consecución de un champiñón, que nadie ignora que las bolas de fuego son muy suyas. Alcanzado, tras superar a plantas pirañas, criaturas marinas y otros engendros de videoconsola y dependiendo la duración del reto de la pericia o de la insistencia del jugador, el último nivel del último mundo, y convenientemente atortugado, pese a los martillazos defensivos que le lanza a Mario, el secuestrador Koopa, se reinicia la partida en modo más difícil aún y vuelta a empezar con los saltos que convirtieron a Mario en todo un icono cultural vector de numerosas secuelas, de una película homónima y hasta de una calle en Zaragoza. Game over.

Michel de Montaigne (28-2-1533 / 13-9-1592)

Trescientos noventa y tres años antes del nacimiento kiotense de Super Mario Bros, moría en su dordoñés castillo homónimo Montaigne, escritor, filósofo, y humanista francés del renacimiento y creador del género literario conocido en la Edad Moderna como Ensayo, cuya obra fue concebida en la torre de su propio castillo y su persona definida como el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos. Nacido cerca de Burdeos en el château familiar, Michel de Montaigne recibió de su padre alcalde bordelés una educación liberal y humanista y, tras completar en solo siete años los doce escolares, se graduó en la universidad y pasó la siguiente década en los tribunales, no como encausado sino en calidad de magistrado, hasta que, hastiado de legislar a diestra y a siniestra se retiró a su castillo para criticar a pluma suelta cultura, ciencia y religión en los que habrían de cohesionarse como sus mundialmente célebres Ensayos. Antes de ser promovido como lo fue su padre a alcalde de Burdeos, Michel, que además de la alcaldía bordelesa había heredado el llamado mal de piedra, que no consistía en petrificarte al estilo de Orfeo sino en ir acumulando cálculos renales como si no hubiera un mañana úrico, se fue a tratar de despetrificarse por los principales balnearios de Europa. Regresó, con las mismas piedras con las que se marchó pero limpio como una patena de tanta agua termal, para alcaldizarse oficialmente y, si bien el primer mandato transcurrió como la seda, la reelección le trajo, amén de una guerra de religión, una epidemia de peste y se volvió a encastillar en su propiedad y en su tercer volumen de ensayos, al tiempo que mandaba acuñar una medalla con una balanza equilibrada y completada con la frase que se había convertido en su lema y que adornaba asimismo las vigas de su torre: «Que sais-je?» («¿Qué sé yo?»). Como no podía ser de otro modo, Montaigne fue lapidado, no por un lanzamiento de guijarros sino por los internos cálculos renales que ya habían aprendido hasta álgebra, en su castillo dordoñés, y su estatua, erigida en el parisino Barrio Latino, justo en frente de Universidad de La Sorbonne, ha devenido en un amuleto para los estudiantes, que antes de los exámenes tocan el pie derecho del Montaigne estatuario para que les ilumine el raciocinio. Raciociniando, que es gerundio.

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