óscar beltrán de otálora
Madrid
Sábado, 4 de julio 2020
Revisar la actualidad en el espejo de la historia puede ser tentador pero es muy peligroso. En 1918 el mundo moderno conoció su primera gran pandemia, la bautizada como gripe española, y fue una de las mayores masacres vividas en el siglo XX, ... ya que se estima que pudieron morir entre 50 y 100 millones de personas. Uno de cada cuatro habitantes del planeta resultó infectado. Un siglo después, los avances científicos hacen que un desastre como aquel sea imposible de repetir, pero existen enigmas sobre aquella infección y algunas reflexiones que parecen volver a estar sobre la mesa. Todavía se ignora el origen del virus, se desconocen las cifras reales de afectados y no se sabe cómo fueron las pautas de contagio.
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La gripe española sacudió al mundo en tres oleadas. Cada una de ellas tuvo unas características diferentes y la última se extendió en el tiempo de forma que en 1920 todavía seguía muriendo gente víctima de la enfermedad.
La primera oleada tuvo lugar en la primavera de 1918. El primer caso detectado se localizó en un campamento militar de Kansas, Estados Unidos. A esta infección entre las tropas que debían acudir a luchar en la Primera Guerra Mundial se la denomina 'oleada heraldo' ya que es la que anunciaba la llegada del resto. Las infecciones se fueron extendiendo en Europa tras la llegada de las fuerzas estadounidenses. En España se detectó alrededor de la tercera semana de mayo. El hecho de que la prensa española informase abiertamente sobre la epidemia, al no participar en la contienda mundial mientras que el resto de países aplicaba la censura de guerra, hizo que el nombre del virus quedase asociado para siempre con nuestro país.
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Los investigadores creen que uno de los lugares claves para la expansión de la gripe fue Madrid, que en esas fechas celebraba las fiestas de San Isidro. Los contactos sociales durante las festividades multiplicaron los contagios, que llegaron a afectar al rey Alfonso XIII. El Gobierno aplicó entonces una duras medidas de confinamiento en las que se llegó a detener Correos y el servicio de telégrafos. Su mortalidad fue del 0,65 por mil y se detuvo a los dos meses. En el resto del mundo sucedió algo parecido y Sudamérica y Australia quedaron fuera de la pandemia.
La segunda fase de la gripe española tuvo lugar en el otoño de 1918. En España hay varias teorías de cómo se expandió. Se cree que pudo ser por el regreso a su hogares en verano de los soldados que realizaban el servicio militar, o que la habían transportado los portugueses que regresaban en tren a su país tras el fin de la guerra. No se descarta que se tratase una mutación del virus. En esta ocasión, la mortalidad se disparó. En muchos pueblos, en los que las fiestas locales de verano favorecieron los contagios, se prohibió que las campanas tocasen a difuntos para intentar frenar el pánico.
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En Zamora, una de las ciudades más afectadas y donde la mortalidad triplicaba a la del resto de España, la Iglesia ayudó a propagar la enfermedad. El obispo Antonio Álvaro y Ballano atribuyó la enfermedad al pecado y comenzó a organizar misas contra la gripe. En ellas, los fieles besaban las reliquias de San Roque, el patrón de las pestes. El índice de contagios se disparó. En esta ocasión, además, los médicos comenzaron a resultar infectados con más fuerza que en la primera fase.
En el resto del planeta esta segunda oleada también fue la peor ya que se extendió de forma generalizada. No hay unanimidad sobre dónde se produjo su foco y se especula con Liberia, la ciudad norteamericana de Boston o el puerto francés de Brest. En Australia, que se había salvado de la primera oleada, la llegada de las tropas de Europa produjo 80.000 muertos.
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La gripe española volvería a golpear en los primeros meses de 1919 aunque esta vez su letalidad fue, en términos generales, menor que en la anterior fase de contagio. Una de las sospechas de los científicos es que la población ya había desarrollado la inmunidad suficiente para que la influencia del virus fuese menor. En países como Japón, por ejemplo, la incidencia de la gripe se extendería hasta 1920. Cuando se terminó la incidencia de la enfermedad, en España ya habían muerto ocho millones de personas.
El estado de la ciencia en aquella época impone que no se dispongan de datos ciertos sobre qué sucedió y por qué. Los virus, por ejemplo, no se conocieron hasta 1933 por lo que las causas de la enfermedad eran un misterio a comienzos del siglo XX. La estadística ha permitido establecer que el virus afectó sobre todo a niños de entre uno y cuatro años y jóvenes de entre 21 y 30. El lugar de origen del virus se ignora aunque los científicos barajan los nombres de tres ciudades: Étaples, en Francia; Haskell, en Estados Unidos, y Xhanxi, en China.
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