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VÍCTOR HEREDIA
MÁLAGA
Lunes, 26 de julio 2021, 00:11
Torremolinos es un destino de referencia a escala mundial en el turismo de sol y playa. Esa posición privilegiada se consolidó en la década de ... 1960, cuando se produjo el desarrollo del turismo de masas. Pero desde mucho antes Torremolinos se estaba convirtiendo en un lugar de descanso y vacaciones, especialmente vinculado a otro tipo de turismo: el de salud.
A mediados del siglo XIX existió una casa de reposo regentada por un antiguo oficial de Napoleón que acogía a extranjeros con afecciones pulmonares que buscaban ya entonces el buen clima de la futura Costa del Sol. Sin duda este alojamiento puede ser considerado uno de los pioneros del turismo en el litoral malagueño.
La tuberculosis era una de las enfermedades más extendidas y de mayor mortalidad durante las primeras décadas del siglo XX. Está provocada por una infección bacteriana contagiosa que afecta a los pulmones, aunque puede extenderse a otros órganos. El tratamiento a partir de la estreptomicina y de otros fármacos ha conseguido reducir notablemente su incidencia en los países desarrollados, pero aún se mantiene como una de las principales causas de muerte en el mundo.
La expansión de la tisis era un auténtico problema de salud pública y para su prevención y tratamiento se empezaron a construir sanatorios ubicados en ambientes considerados saludables, como la montaña y la costa. La talasoterapia, basada en la confianza del poder terapéutico del clima marino y del agua de mar, incluía tratamientos de aireación e insolación en instalaciones situadas junto a la orilla.
En España la iniciativa pionera se debió al médico Manuel Tolosa, quien creó un sanatorio marítimo infantil en Chipiona en los últimos años del siglo XIX. Más tarde el Estado acometió la puesta en marcha de establecimientos similares en lugares como Oza (La Coruña) y Pedrosa (Cantabria), aprovechando dos antiguos lazaretos que habían quedado obsoletos, a los que siguieron los de La Malvarrosa (Valencia), Górliz (Vizcaya) y Torremolinos.
Este último comenzó su andadura en 1920, con la adquisición por parte del Ministerio de la Gobernación de una parcela de algo más de 42.000 metros cuadrados en la llamada Huerta del Limonar, al noreste de la playa de El Bajondillo, por el precio de 20.000 pesetas. Poco antes se había encargado a los arquitectos Amós Salvador y Fernando Guerrero Strachan la redacción del correspondiente proyecto de un sanatorio marítimo en Málaga.
Las gestiones fueron lentas, debido a la escasez de fondos, y los primeros momentos se caracterizaron por la provisionalidad. En 1924 el Estado concedió varios pabellones de madera desmontables del tipo Docker -muy utilizados en la época para hospitales militares- que fueron colocados en el terreno para servir como dormitorios, escuela, ropería, almacén y residencia de las Hijas de la Caridad que atendían a los menores.
Las instalaciones provisionales empezaron a recibir niños enfermos o pretuberculosos enviados por instituciones públicas, como el Ayuntamiento y la Diputación Provincial. De esta forma se hicieron habituales las colonias escolares en las playas de Torremolinos. El reglamento provisional de 1925 estableció que su finalidad era «curar y preservar de la tuberculosis a la infancia» y que la admisión quedaba reservada a menores de ambos sexos entre los cuatro y los catorce años, que tenían que demostrar su condición de pobres. Se atendían enfermedades como la escrofulosis, la tuberculosis quirúrgica, la anemia, el raquitismo, afecciones del crecimiento, distrofias consecutivas, etc., mientras que quedaban excluidas las enfermedades contagiosas.
Al investigar los primeros años del Sanatorio Marítimo de Torremolinos puede producir cierta confusión la existencia de otro centro similar dirigido igualmente por el doctor Lazárraga. Este segundo sanatorio también estaba ubicado en la misma playa y era asistido por las religiosas de San Vicente de Paúl, pero tenía carácter privado. Al menos desde 1925 se anunciaba en la prensa nacional este otro sanatorio marítimo «para el tratamiento de niños pretuberculosos, escrofulosos y con afecciones de huesos y articulaciones por la cura marina del sol». Dispuso de un pequeño edificio abierto al mar, con una capacidad de 40 camas, que fue inaugurado en diciembre de 1927.
José Lazárraga Abechuco (1888-1962) había nacido en Ochandiano (Vizcaya) y era hijo de otro ilustre médico, Pablo Lazárraga. Su hermana Concepción fue la primera farmacéutica malagueña. Reconocido cirujano y dos veces presidente del Colegio Médico de Málaga, además de su propio sanatorio antituberculoso, dirigió el Marítimo de Torremolinos y el Hospital de la Obra 18 de Julio que se habilitó en 1943 en el que había sido Hotel Caleta Palace.
El primer presidente de la Junta de Gobierno fue el médico y entonces alcalde José Gálvez Ginachero, mientras que de la dirección facultativa se hizo cargo el doctor José Lazárraga, inicialmente de forma gratuita hasta su nombramiento definitivo por oposición en 1932.
En marzo de 1927 se puso la primera piedra, en una ceremonia presidida por la reina Victoria Eugenia. Las obras se prolongaron al menos hasta el verano de 1931. Gracias a una donación de Rosario Munsuri, viuda del comerciante Félix Sáenz, se costeó la construcción de dos de los pabellones del nuevo edificio.
El conjunto fue concebido como una serie de pabellones aislados dotados de amplias terrazas y galerías abiertas para tomar el aire y el sol. El arquitecto Antonio Palacios asumió la dirección de los trabajos después del fallecimiento de Guerrero Strachan en 1930, pero el resultado final mantiene el aire regionalista que le dio este último y que ha sido estudiado detalladamente por la profesora Josefa Carmona.
En los años cincuenta el Sanatorio Marítimo se especializó en las enfermedades osteoarticulares, asumiendo en 1958 su dirección el prestigioso cirujano Alfonso Queipo de Llano. Las vicisitudes posteriores del hospital, actualmente integrado en la estructura sanitaria del Clínico, han sido trazadas por Federico Soriguer y Francisco García en su libro «Historia del Hospital Carlos Haya de Málaga y sus pabellones». El Marítimo pervive hoy como un conjunto arquitectónico de gran singularidad que da testimonio de aquella apuesta para convertir Torremolinos en un referente del turismo de salud.
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