El Salvamento de Náufragos, una institución marinera en La Malagueta
A la sombra de la historia ·
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víctor heredia
Martes, 26 de julio 2022, 00:21
En algunas viejas postales que tienen como referencia La Farola se ve en primer plano un pequeño edificio situado en sus cercanías y en el ... que se lee en su fachada 'Salvamento de Náufragos'. Se mantuvo en pie hasta mediados del siglo XX, cuando desapareció por las obras de remodelación y prolongación del dique de Levante. ¿Cuál fue el origen de esta caseta y de esa institución dedicada al rescate de las personas que caían al agua o eran víctimas de naufragios?
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Tomás Brioso, en su libro sobre el puerto de Málaga, cuenta que uno de los fines del Consulado de la ciudad, creado en 1785 por iniciativa de José de Gálvez, era el de prestar auxilio en los naufragios que acaecían en el puerto o en las inmediaciones. Para tal objeto se adquirieron una lancha, escafandras, cadenas, cabos y otros enseres marítimos para las maniobras de salvamento. Para guardarlos se hizo una pequeña construcción en la batería de San Felipe. Pero como durante un tiempo no fue necesario realizar servicios de socorro marítimo, en 1793 se vendió el bote destinado al auxilio de naufragios y posteriormente se subastaron todos los efectos que se habían adquirido para este fin.
Esta falta de previsión se prolongó durante décadas, hasta que en 1860 el Ministerio de Marina estableció la instalación de botes salvavidas en los puntos del litoral más expuestos a los temporales, inspirándose en la actividad de la Royal NationalLifeboatInstitution, una organización privada filantrópica que desde 1824 se dedicaba a las labores de rescate de náufragos en las costas británicas e irlandesas.
Se compraron en Londres varios botes insumergibles con destino a puertos españoles, llegando uno de ellos a Málaga en el otoño de 1861. Uno de los grandes problemas era la falta de personal especializado. Por ejemplo, en 1874 un buque mercante estuvo a punto de irse a pique frente a la desembocadura del Guadalmedina. Aunque había bote salvavidas, no había tripulación. Afortunadamente varios marinos noruegos se ofrecieron y pudieron realizar el salvamento con éxito.
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En 1880, el funcionario Martín Ferreiro impulsó una campaña que culminó con la constitución de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos a finales de ese mismo año. Se estructuraba en una oficina central en Madrid y juntas locales establecidas en poblaciones costeras y que funcionaban de manera autónoma. La de Málaga se formó a principios del año siguiente por iniciativa del comandante de Marina y en la misma se integraron empresas relacionadas con las actividades marítimas, sociedades como el Liceo y el Círculo Mercantil, y numerosos miembros de la burguesía local.
La tragedia del buque alemán Gneisenau, ocurrida el 16 de diciembre de 1900, reactivó la cuestión de la necesidad de una estación de salvamento. Al mes siguiente, el presidente de la Junta Local, Pedro Gómez Gómez, solicitó un terreno junto a La Farola, muy cerca del muelle transversal de Levante, con el objeto de construir una caseta con una superficie de algo más de 200 metros cuadrados para guardar el bote y los utensilios destinados a las operaciones de salvamento. Disponía de una rampa que permitía lanzar con rapidez la lancha al agua y contaba con dos aparatos lanzacabos de los sistemas Spandau y Lyle.
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El Salvamento de Náufragos también tuvo delegaciones en las Antillas. La de Arecibo, en Puerto Rico, inauguró en 1884 su estación de salvamento marítimo. En esa ciudad la figura del pescador mulato Víctor Rojas (1832-1888) representa un claro ejemplo de generosidad y entrega a los demás. Se le atribuyen los rescates de cerca de doscientas personas cuya vida corría peligro en el mar, acciones humanitarias por las que recibió condecoraciones de los gobiernos español, británico y estadounidense. A pesar de esta encomiable labor, fue encarcelado por rifar un pescado y murió en la indigencia. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común.
José Ricart escribió de él: «Si aún viviera, podría deciros que jamás necesitó otros medios que sus propios brazos y su gran corazón para salvar de las olas a 172 vidas. Sin embargo, cuando poco antes de morir, ya viejo, recibió el bote que le regaló para su descanso la Junta de Arecibo, sus primeras palabras de reconocimiento fueron: Si yo lo hubiese tenido en mi juventud, ¡cuánta gente habría podido salvar!».
La revista 'Vida Marítima' se deshacía en elogios hacia la caseta malagueña en 1903, afirmando que era la mejor de su clase en España. «En su interior se ha formado la cuna para el bote en el centro de la caseta, y por medio de rieles y sin esfuerzo alguno puede ser lanzado al agua con su tripulación a bordo». La caseta del Salvamento de Náufragos se convirtió en un elemento más del puerto. Daba cobijo a una minúscula playa a la que acudían mujeres por las óptimas condiciones de intimidad que ofrecía.
La falta de medios económicos y la crónica escasez de voluntarios fueron minando el funcionamiento de este tipo de estaciones, limitándose la actividad de la Junta Local al reparto anual de premios y condecoraciones a las personas que habían participado en labores de rescate de náufragos. Julián Sesmero la recordaba siempre cerrada, aunque su existencia transmitía cierta sensación de seguridad a los bañistas.
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Después de la Guerra Civil la Armada asumió las tareas de socorro en el mar. En 1971 se creó la Cruz Roja del Mar, en la que se integró la Sociedad de Salvamento de Náufragos unos meses después. Más tarde se crearía el actual organismo estatal de Salvamento Marítimo en 1992. Para entonces hacía tiempo que la humilde caseta había desaparecido del panorama del puerto malagueño.
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