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Lo que vamos a contar hoy no es una fantasía producto de la imaginación de algún historiador iluso, sino la pura y simple realidad. Málaga ... se independizó del poder central en dos ocasiones, que nosotros sepamos. La primera hace quinientos años y la segunda en los turbulentos años del Sexenio Revolucionario.
El rey Fernando el Católico quiso premiar la lealtad del almirante mayor de Castilla, don Fadrique Enríquez de Cabrera, haciéndole merced del almirantazgo mayor del Reino de Granada. Este almirantazgo fue establecido para defender nuestras costas y la navegación de los corsarios y piratas berberiscos y cobraba ciertos derechos para realizar esta misión. Así, se cargó un nuevo impuesto sobre toda la mercancía que desde tiempo inmemorial se exportaba desde el puerto de Málaga. La creación de este almirantazgo fue objeto de una gran polémica y fue fuente de conflictos constantes entre este y el Ayuntamiento, que estimaba injusto y dañoso el cobro de esta nueva tasa.
Cuando murió el rey Fernando fue nombrado regente del reino el cardenal Cisneros, quien quiso respetar las decisiones que había tomado el monarca difunto. A fin de desatascar la situación, dispuso el nombramiento de un juez pesquisidor para que se personase en Málaga y escuchase a las partes. Pero en Málaga la situación no hacía más que empeorar. Ante la escasez en el abastecimiento, los ciudadanos salieron a protestar a la calle y el alcaide, Íñigo Manrique, tuvo que refugiarse en la Alcazaba. Los malagueños fundieron con utensilios de cobre una pieza de artillería y grabaron en ella la siguiente inscripción: Malacitanae libertatis assertores (Defensores de la libertad de los malagueños).
Así estaba la situación cuando, el 30 de marzo de 1516, al tener noticia de que el juez llegaba a Málaga, salieron de la ciudad unos tres mil vecinos, incluyendo algunas mujeres. A la cabeza de la comitiva iban doscientos a caballo, todos ellos gente de lo más principal, regidores y jurados del Ayuntamiento.
A poco más de un kilómetro de Málaga («un cuarto de legua»), más o menos a la altura de la finca de la Concepción, en lugar próximo al río Guadalmedina, se encontraron la multitud y el juez pesquisidor con su comitiva de escribanos y alguaciles. Un malagueño, el jurado Juan Anaya, se adelantó y en nombre de sus conciudadanos exigió al juez que se detuviese y no pasase adelante. La tensión fue subiendo por momentos y la masa empezó a gritar: «¡Mueran los traidores!» Pronto empezaron a tirar piedras con tal arrojo y denuedo que el juez pesquisidor y su séquito tuvieron que refugiarse en una casa de labranza cercana.
Se tardó varios meses en restablecer la autoridad real. Durante un corto período Málaga se independizó del poder real. Quiso ser una república independiente al estilo de Génova, Pisa o Venecia. Algunos historiadores han querido interpretar este hecho como un antecedente de la revuelta de las Comunidades, que estalló poco después. Hasta 1530 no falló la Chancillería de Granada, que dio la razón a los malagueños, declarándose injusto y abusivo el impuesto que pretendía establecer el almirantazgo.
Hubo otra ocasión en la que Málaga se separó del poder central. El 11 de febrero de 1873 se proclamó en España la Primera República que, como señaló el profesor Cristóbal García Montero, fue acogida con alegría y esperanza por amplios sectores de la población malagueña, pero también con recelos. Desde el día siguiente aparecieron grupos armados por las calles que chocaron con el ejército. Y es que la fórmula unitaria de la república no tenía en Málaga muchos partidarios, que preferían una república federal. Esta opción contaba con muchos apoyos en los barrios de la Trinidad y del Perchel.
En Málaga la anarquía y el desorden reinaban en las calles, sucediéndose un día tras otro los altercados y los enfrentamientos. El propio alcalde Moreno Micó fue asesinado el 25 de junio cuando volvía a su casa por un grupo de jóvenes que se negaban a alistarse en el ejército.
Ante la gravedad de la situación, el 21 de julio de 1873 Francisco Solier proclamó el Cantón de Málaga. En las calles de la capital solo se oían los gritos de algunos ciudadanos que vociferaban: «¡Viva la República Federal! ¡Viva el pueblo soberano! ¡Vivan los pueblos libres! ¡Viva el pueblo trabajador y honrado! ¡Viva el Gobierno de la República Federal!». La situación llegó a ser tan caótica que la Junta de Comercio e Industria acordó adquirir armas para «defender sus vidas y haciendas» ante la anarquía reinante. El gobernador aprobó el acuerdo. Ante el temor de un posible bombardeo de la ciudad, muchas familias abandonaron Málaga. La población estaba casi desierta, y las casas y los comercios permanecían cerrados.
El Cantón de Málaga fue el segundo de más larga duración tras el de Cartagena. Hubo un tácito acuerdo entre el Gobierno y las autoridades locales, según el cual aquel respetaba la situación autónoma de Málaga a cambio de que estas se comprometiesen a mantener el orden público. El 19 de septiembre se puso fin al Cantón de Málaga. Ese día, a las 10:15 de la mañana, un tren procedente de Córdoba trajo a las primeras tropas del general Pavía. Así hasta un total de trece trenes que transportaron a 1.000 hombres, 376 caballos y 12 piezas de artillería que fueron formando en la Alameda. El orden público había sido restablecido.Durante los siguientes meses, el Ayuntamiento de Málaga fue presidido por una Comisión que se encargó de solucionar los asuntos más urgentes. El 3 de enero de 1874 el golpe de estado del general Pavía puso fin a la República Federal. El 6 de enero el gobernador militar destituyó al Ayuntamiento y nombró otro presidido por Pedro Alonso García. Las aguas volvían a su cauce y los malagueños se olvidaron de locuras independentistas.
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