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No crea el lector que los problemas de tráfico son cosa de hoy. Ya hace cien años los malagueños se quejaban de lo peligroso que era a veces circular por las calles y los periodistas se hacían eco de esta problemática. Málaga había heredado de época musulmana un trazado urbano de calles estrechas y sinuosas, que no estaban preparadas para sufrir el crecimiento vertiginoso del número de automóviles. Entre 1925 y 1930 el parque móvil malagueño aumentaba a razón de unos quinientos vehículos al año.
Nuestros antepasados tenían la impresión de que cada día había más accidentes, atascos y disputas entre conductores de coches y carretas. Los abusos que cometían en nuestras calles los automóviles, simones y otros vehículos estaban a la orden del día. Por aquel entonces los vehículos transitaban indistintamente a la derecha o a la izquierda de la vía, aunque ya la guardia municipal obligaba, en ocasiones sin éxito, a circular por la derecha.
La policía urbana acababa de mudar de uniforme. Los conocidos popularmente como 'guindillas' (gorra de plato, sable dorado, traje azul marino, a veces descolorido por los rigores del estío) habían cambiado de traje y paseaban elegantísimos con su casco, flamante chaqueta azul o blanca –dependiendo de la estación– y pantalones oscuros. En vez del carpetovetónico sable decimonónico llevaban una moderna y eficaz porra blanca. Por eso eran llamados 'los guardias de la porra'.
En estos felices años veinte, un visitante tuvo que tomar un taxi al final de la calle Larios porque no llegaba a tiempo a un concierto al Cervantes. El vehículo subió la calle Larios, enfiló la de Granada y por Duque de la Victoria tomó Alcazabilla hasta llegar a la plaza de la Merced. Todo el trayecto fue un auténtico calvario por las múltiples paradas y cruces del camino, en los que los peatones, carros y otros vehículos impedían avanzar. Eso sí, el turista quedó sorprendido por el porte y distinción del nuevo uniforme de los guardias que intentaban poner un poco de orden en aquel desbarajuste y afirmó jocoso: «Dos cosas grandes he visto en mi vida: la guardia imperial alemana y la guardia municipal de Málaga».
Según un periodista de la revista Vida Gráfica, «el aparato circulatorio de Málaga produce estupefacción en todos los turistas». La Alameda se había abierto al tráfico en 1924 (en su paseo central) y la calle Larios se había llenado de vehículos de todo tipo. Los carros y caballerías seguían pasando por nuestra principal vía, aunque había letreros que lo prohibían expresamente. El fotógrafo Arenas publicó en 1928 una instantánea de una carreta bajando la calle Larios, junto al cartel de la prohibición, para denunciar esta situación. Ese año los coches solían aparcar en el centro de la calle, dejando a sus lados dos carriles para la circulación ascendente o descendente. El reportero se lamentaba porque la calle más bonita de España se había convertido en un enorme garaje y muchos de los coches estacionados parecían estar colocados allí solo para exhibición de sus dueños.
Cuando en 1930 se abrió la calle Calderería, pues se ensanchó esta vía derribando algunos edificios, se generó un pequeño colapso en la calle Granada. En efecto, en el inicio de esta coincidían los vehículos que subían de la calle Larios y los que procedían de la calle Calderería, provocando lo que en su momento se denominó como «una gran afluencia de vehículos». La prensa se erigió en portavoz de la ciudadanía y pidió a los poderes municipales que la calle Granada tuviera solo un sentido de circulación ascendente y que el tráfico, tras pasar por la plaza del Carbón, bajase por Molina Lario. Esta medida, que se acabó adoptando, estuvo vigente prácticamente el resto del siglo.
En 1932, Vida Gráfica seguía denunciando lo que ellos calificaban como «el problema de circulación de muchas calles malagueñas». Por ejemplo, en la parte más estrecha de la calle Granada, llegando a la iglesia de Santiago, el tranvía pasaba tan cerca de los peatones que «afeitaba» los vestidos de los transeúntes. Otras quejas del rotativo señalaban a las calles Especerías-Cisneros y Carretería, en las que se colocaban muchos puestos callejeros y los clientes tenían que bajarse de las aceras para comprar. El gran trasiego de personas y mercancías impedía una segura circulación de automóviles, taxis y autocares. El periodista afirmaba que «ser chófer de un autobús que tenga que cruzar la calle Cisneros es una desgracia». Durante las mañanas, a la hora de las compras, era imposible transitar por estas vías.
Para disgusto del reportero, algunos camiones circulaban a una velocidad endiablada, sin respetar el límite de 15 kilómetros por hora que habían fijado las ordenanzas municipales y haciendo caso omiso de la autoridad de los policías municipales.
El 1 de enero de 1929 había matriculados en Málaga exactamente 3.563 vehículos a motor. Teniendo en cuenta que algunos de ellos ya se habrían dado de baja y que otros solían circular por localidades de la provincia e incluso por otras provincias (en realidad se vendían y se matriculaban en Málaga porque en nuestra ciudad estaban establecidas las principales marcas), podemos calcular que el parque automovilístico malagueño no llegaría a los dos mil coches. Por esas mismas fechas, transitaban por la ciudad de Madrid unos treinta y tres mil vehículos motorizados. En 2021, según el Instituto de Estadística de la Junta de Andalucía, en Málaga (excluyendo la provincia) había 273.643 turismos, sin contar taxis ni, lógicamente, camiones o autobuses. Si bien en Madrid se instaló el primer semáforo en 1926, para regular el tráfico existente en el cruce entre la Gran Vía y la calle de Alcalá, en Málaga hubo que esperar hasta el 8 de abril de 1959, cuando los malagueños atendieron sorprendidos las indicaciones del semáforo colocado en la calle Córdoba, haciendo esquina con la Alameda.
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Álvaro Soto | Madrid
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