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Que la foto fija de Málaga en la segunda mitad del siglo XIX es la de una ciudad capaz de competir con las ciudades más punteras de España es una realidad ampliamente recogida en los libros de historia. Su influencia a nivel político, comercial, industrial e incluso social salpica todas y cada una de las crónicas de la época. Fábricas con cientos de trabajadores, proyectos urbanísticos clave como la construcción de calle Larios que le dieron la vuelta a la ciudad, industrias como La Constancia, Industria Malagueña S. A. o La Aurora que salieron ganando por mérito propio en un escenario de competencia feroz... Nada de eso fue una casualidad. Sí lo fue, quizás, que justo en esas décadas e incluso en las anteriores coincidiera a este lado del mapa el talento imprescindible para sacar adelante proyectos antes impensables. Y sobre todo, que se aprovechara la oportunidad y que se crearan las alianzas definitivas entre sus protagonistas.
Ese talento tuvo nombre y apellidos y un lugar en el que crecer, en este caso La Alameda, proyectada a finales del siglo XVIII como la primera gran revolución urbana de una Málaga que hasta entonces se organizaba a partir de plazas y no de grandes avenidas. Pero fue en el siglo XIX cuando esta vía señorial, aún sin la competencia de calle Larios, desarrolló todo su esplendor. Y allí estuvieron ellos, agrupados bajo el denominado 'clan de La Alameda' u 'Oligarquía de La Alameda'. Ahora bien, ¿quiénes estaban en este poderoso grupo?, ¿cómo se relacionaban?, ¿hasta qué punto esas alianzas estratégicas trascendieron el interés particular y fueron un motor de desarrollo real para la propia ciudad?
De partida, hay que recordar que la denominación de 'clan de La Alameda' está relacionada, precisamente, por el lugar en el que residían (salvo excepciones). Allí, en los fabulosos palacetes que fueron dibujando la imagen de la nueva vía señorial de Málaga, esas familias instalaron sus cuarteles generales privados, desde donde hacían negocios, repartían apoyos e influencia y forjaban alianzas. Y muchas, por no decir la mayoría, a través de los matrimonios entre ellos (algunas, incluso, sin salir de la propia familia).
En segundo lugar, es importante rescatar la capacidad que tuvo Málaga a lo largo del siglo XIX para atraer talento de fuera, ya fuera de otras regiones de España o de países extranjeros. De este último grupo se conservan aún hoy muchos apellidos -algunos impronunciables- que dan la medida de ciudad cosmopolita, diversa y llena de oportunidades. Animados por esa efervescencia económica y comercial, decenas de familias se instalaron en Málaga para poner en marcha sus proyectos y hacer fortuna. Y vaya que si la hicieron. En este escenario destacan dos nombres fundamentales, origen de ese fabuloso árbol genealógico que fue ampliando sus ramas a medida que otras familias acomodadas ponían sus ojos en la ciudad. La raíz, en todos los casos, fue la misma: la influencia y el poder. Esos dos personajes fueron Manuel Agustín Heredia (Rabanera de Cameros, La Rioja, 4 de mayo de 1786 - Málaga, 14 de agosto de 1846) y Martín Larios y Herreros (Laguna de Cameros, 11 de noviembre de 1798 - París, 18 de diciembre de 1873), ambos nacidos en el riojano valle de Cameros y los primeros de un éxodo hacia el sur que años más tarde se completó con otros personajes ilustres de la ciudad, como Félix Sáenz (San Román de Cameros, La Rioja, 1859 - Málaga, 1926). Más allá del ojo y el talento para los negocios, tanto Heredia como Larios reforzaron su influencia social -especialmente el primero- gracias a sus matrimonios. Y aquello no era un tema menor; más en una época en la que el negocio era importante, sí, pero quizás más aún las puertas que se abrían en los grandes círculos burgueses, infranqueables para los que 'no eran como ellos'.
Manuel Agustín Heredia contrajo matrimonio a los 27 años en la Iglesia de Santiago con Isabel Livermore Salas (18), una de las seis hijas de Thomas Livermore Page, un potentado inglés con sangre irlandesa que ya había hecho fortuna en Málaga con una fábrica de curtidos en el barrio de Capuchinos. Martín Larios, en cambio, no salió del círculo familiar y se casó con su propia sobrina (hija de su hermano), Margarita Larios y Martínez de Tejada. De aquella unión nacieron cinco hijos: el cuarto de ellos -después de tres chicas- fue Manuel Domingo Larios y Larios, el fabuloso continuador de la saga que sin embargo falleció sin descendencia.
Especialmente curioso es el caso de las seis hijas del mencionado Thomas Livermore, que hicieron matrimonios espléndidos llevando al extremo aquella costumbre burguesa que aseguraba (o al menos facilitaba) la vida acomodada a la que estaban acostumbradas. Miren si no: Isabel se casó con Manuel Agustín Heredia; Ana María, con el comerciante de ascendencia inglesa Miguel Bryan Villanueva; María Dolores, con el comerciante José de la Cámara; Josefa, con Martín Heredia Escobar, hermanastro de Manuel Agustín; Matilde, con el conocido escritor, jurisconsulto y político Serafín Estébanez Calderón, además tío del político Antonio Cánovas del Castillo; y Petronila, por último, con José de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca y uno de los hombres más poderosos de la España de la época.
Como curiosidad, fue Estébanez Calderón el que acuñó y popularizó el nombre de 'clan de La Alameda' u 'oligarquía de La Alameda' al referirse a ese grupo de burgueses e industriales que establecieron entre ellos algo más que relaciones económicas. El hispanista Gerald Brenan, en cambio, se refería a ellos como 'la gente de la manteca', por su afición por importar mantequilla salada de Hamburgo, un alimento lujoso y exclusivo que hoy puede parecer una simple anécdota pero que también era termómetro de estatus social. Sea como fuere, todo quedaba en esas casas de La Alameda.
Pero hubo muchas más alianzas. Algunos de esos nombres aparecen recogidos en un extraordinario artículo que firmó el ingeniero y miembro de la Real Academia de Ciencias Miguel Álvarez Calvente, un prodigioso recorrido que extiende la memoria más allá de los apellidos Heredia, Larios y Livermore a otros igualmente imprescindibles como Loring, Crooke, Kraüel, Grund, Galwey, Huelin, Lamothe o Scholtz.
En este contexto, fue especialmente significativa la aportación y la importancia de Jorge Loring Oyarzábal, marqués de la Casa Loring (1822-1900), otro ilustre del clan de La Alameda que formó una de las parejas más relevantes de la época con Amalia Heredia Livermore, hija de Manuel Agustín e Isabel. Hombre de empresa, Loring fue cosechero, cofundador del Banco de Málaga y de los ferrocarriles Málaga-Córdoba y Sevilla-Cádiz, mecenas de las ciencias y de las artes y responsable, junto con su mujer Amalia, del exótico y lujoso esplendor de la Finca de la Concepción. Que si en La Alameda estuvo la primera zona de influencia, la segunda tuvo en esta finca de recreo el escenario del poder local. Y en todos los ámbitos, desde el cultural -con su museo loringiano, que custodiaba la Lex Flavia Malacitana-, hasta el político. De estas últimas reuniones se decía que eran auténticos «consejos de ministros». Y aquello fue mérito compartido de Jorge y Amalia. Tanto monta.
Sin salir de la rama Loring, en este caso por matrimonio con Elisa Loring Oyarzábal (hermana de Jorge), también tuvo un peso específico en ese clan Manuel Rodríguez de Berlanga y Rosado (1825-1909), abogado, historiador y epigrafista al que se debe el estudio y traducción de esos bronces de la Lex Flavia que había salvado su cuñado y que recogían el primer ordenamiento jurídico de la Málaga romana.
Otro 'fijo' en la Finca de la Concepción y en el clan de La Alameda fue el político malagueño Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897), sobrino de Estébanez Calderón y que ha pasado a la historia por ser el primer presidente del Gobierno nacido en Málaga. La estrecha relación con Jorge y Amalia, que lo apoyaron y promocionaron en su carrera política, queda recogida en fotografías de la época en la finca de recreo de la pareja, un parlamento paralelo de los líderes conservadores de la época. Más allá de su papel como restaurador de la monarquía borbónica y responsable de la alternancia en el Gobierno entre liberales y conservadores, fue el impulsor definitivo del Paseo del Parque. La exclusiva lista incluye, además, al lugarteniente de Cánovas del Castillo, Francisco Silvela, esposo de Amalia Loring Heredia, una de las hijas de Amalia y Jorge y yerno favorito de la gran dama de La Concepción.
Las ramas de este árbol genealógico frondoso e influyente tienen otra curiosa conexión entre la familia Heredia y otra de las grandes familias del siglo XIX: los Grund. Si Amalia reforzó su indiscutible posición social por el matrimonio con Jorge Loring, dos de sus hermanos varones (Manuel y Tomás, los mayores de entre una numerosa prole de 12 hijos) lo hicieron al pasar por el altar con las hijas de Federico Grund, cónsul de Prusia y hombre influyente que sin embargo tuvo que sufrir el dolor de un exilio. Esa fue la razón por la que decidió mandar a su mujer y a sus hijas desde Sevilla a la Málaga de la época -por supuesto, con residencia en La Alameda- para que se 'casaran bien'. Y fue misión cumplida, porque Trinidad y Julia contrajeron matrimonio, respectivamente, con los mencionados Manuel y Tomás, hijos de Manuel Agustín, a quien las crónicas de la época no dan por muy convencido del enlace de sus herederos con las jóvenes Grund por las circunstancias excepcionales del padre. En cualquier caso, el matrimonio de ambas se celebró a la vez, ya que se casaron con los dos hermanos Heredia Livermore el 2 de enero de 1848 en la iglesia de San Juan.
El resto ya es historia de Málaga, sobre todo en lo que se refiere a la trayectoria de Trinidad Grund, que nunca dejó de ser una de las mujeres más influyentes de La Alameda y una de las mecenas más queridas y admiradas de Málaga. Con una vida personal absolutamente desgraciada -su marido Manuel se suicidó en una cacería cuando ella estaba embarazada de su tercer hijo y al poco tiempo sus tres hijos murieron en circunstancias dramáticas-, su huella en la ciudad es, sin embargo, indiscutible y luminosa.
Tras la muerte del primogénito de Manuel Agustín Heredia, el control de las empresas y posesiones del industrial pasó a manos de Tomás, esposo de Julia Grund, aunque el esplendor que logró el patriarca nunca más fue el mismo y no faltan crónicas que hablan de la ruina de la familia Heredia frente a la pujanza que siguió conservando la de los Larios. En una de estas crónicas, a medio camino entre la leyenda urbana y el rigor histórico, se hace referencia al desalojo de los muebles del palacio de los Heredia en La Alameda y cómo, avergonzada, la familia pidió abrir un agujero que conectara su residencia con el palacete de al lado para que los enseres no cruzaran el pórtico de entrada de la que había sido una de las casas más fabulosas e influyentes de La Alameda. Y origen, además, de un todopoderoso clan que siguió siendo el mejor reflejo de una época esplendorosa y con semilla en decenas de árboles genealógicos. Eso sí, con muchas ramas cruzadas.
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María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
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