Víctor Heredia
Jueves, 4 de agosto 2022, 23:47
El turismo es desde hace décadas un sector clave en nuestra economía. En un principio, cuando se empezaron a plantear las posibilidades de Málaga como ... centro turístico, el clima era el atractivo más importante. Entonces, a finales del siglo XIX, se creó la Sociedad Propagandista del Clima y Embellecimiento de Málaga, formada por destacadas personalidades de la vida social y económica de la ciudad, con el objetivo de divulgar las virtudes de los suaves inviernos de la 'perla del Mediterráneo', que quizás fue el primer eslogan turístico de la ciudad.
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El clima se ofrecía como una alternativa terapéutica para la curación o el alivio de enfermedades. El médico Vicente Martínez Montes escribió en 1880 el folleto 'Del clima de Málaga', en el que establecía comparaciones con otras poblaciones como Niza o Nápoles. La cuestión de convertir Málaga en una 'estación de invierno' empezó a ser tema de debate y objeto de publicaciones específicas y artículos de prensa. Y un profesor, un científico, escribió una memoria en la que detallaba los 'Medios prácticos para convertir a Málaga en la mejor estación de invierno de Europa'. Fue publicada en 1893 por iniciativa del Ayuntamiento después de haber obtenido un premio en un certamen literario convocado dos años antes por el Centro Militar. Bien es verdad que fue el único trabajo presentado, pero el premio fue adjudicado por unanimidad.
El autor era Ramón Pedro Marcolain San Juan, nacido en Lerín (Navarra) en 1848, doctor en Ciencias Físicas y desde 1887 catedrático de Física y Química del Instituto Provincial de Málaga. Antes había ejercido la docencia en los institutos de Mahón, Reus y Teruel, poblaciones de las que había realizado estudios meteorológicos. En Málaga se ocupó de la instalación de una estación sismológica. Ganó una plaza de catedrático de Química en la Universidad de Oviedo, a la que renunció.
Redactó varios manuales para la enseñanza de Química y Física, que fueron reeditados en numerosas ocasiones. Desde muy pronto despertó su interés la aeronáutica, a la que dedicó algunas publicaciones. En 1898 se trasladó al Instituto de Zaragoza, de cuya dirección se hizo cargo en 1916. De su calidad como docente hay una prueba bastante elocuente. Cuando le llegó la edad de jubilación, sus alumnos se manifestaron por las calles de la capital aragonesa para pedir que continuara impartiendo clase. Falleció en Zaragoza en 1926.
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Para su estudio sobre el clima de Málaga Marcolain se apoyó en las observaciones de la estación meteorológica del Instituto, que expuso en numerosas tablas estadísticas. En este sentido, su trabajo científico deparaba una clara conclusión: «Málaga posee el mejor clima del Mediterráneo; por tanto, puede y debe ser reputada como una de las mejores residencias de invierno, y puede llegar a ser sin duda la primera entre todas».
Para que esa aspiración se hiciese realidad eran necesarias varias actuaciones: hacer propaganda del clima, cumplir con rigor unas normas de higiene pública y privada y realizar los muchos proyectos de ensanche, urbanización y ornato de la población. Para Marcolain, Málaga era un lugar idílico por el clima, pero muy mejorable en aspectos higiénicos y morales. Las reformas que proponía incidían en aspectos como el abastecimiento de agua, el alcantarillado, la pavimentación y la realización del ensanche para reducir el hacinamiento y conseguir así la reducción de la elevadísima mortalidad de la ciudad.
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Su completo programa de reformas no pasaba por alto la mejora de las condiciones de venta de alimentos, la construcción de un nuevo matadero, la plantación de arbolado, la eliminación de la mendicidad y de la vagancia infantil (el 'chaveismo') e incluso el fomento del matrimonio para reducir el celibato masculino, fuente para él de muchos vicios. Algunas de sus propuestas son ciertamente llamativas vistas desde nuestro tiempo. El embellecimiento de la población pasaba por ejecutar proyectos como la demolición de la Alcazaba, la urbanización de los terrenos ganados al mar dentro del puerto y la desviación del Guadalmedina. La dotación de buenos servicios de alumbrado y seguridad debía ir acompañada de una «respetuosa tolerancia para con todos los usos y costumbres de los extranjeros».
La Naturaleza ya había hecho su trabajo. Marcolain partía de que el clima ya estaba y que, ante todo, había que formular un profundo programa de reformas urbanas y morales. Curiosamente no mencionaba hoteles o paseos marítimos. Sus conclusiones nos hablan de las carencias de todo tipo que sufría la ciudad para convertirse, no ya en un centro turístico, si no, sobre todo, en una población saludable. El Ayuntamiento le dedicó a este precursor de la proyección turística de Málaga una calle junto al Hospital Civil.
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La idea de que el Instituto malagueño contara con un observatorio meteorológico se activó en 1875, cuando se iniciaron las gestiones para instalar una estación permanente ante la demanda de «médicos extranjeros y demás personas científicas que visitan esta capital». Ya entonces se apreciaba la importancia de la difusión del clima malagueño. En palabras del director: «La importancia de esta capital por la riqueza de su provincia y por la ventajosa posición topográfica de su concurrido puerto, atrae a la misma infinidad de extranjeros que vienen a gozar de su benigno clima, a estudiar sus producciones y muchos de ellos a buscar la salud que han perdido en climas más rigurosos».
La estación entró en funcionamiento el 1 de marzo de 1877 gracias a los aparatos enviados por Antonio Aguilar, director del Observatorio Astronómico de Madrid. Para las observaciones se construyó en 1882 una torre equipada con un pararrayos. Se hacían dos observaciones diarias, enviándose telegráficamente los datos obtenidos al Instituto Geográfico. Fue durante décadas el observatorio oficial de la ciudad.
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