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Cien años después del primer documento que certifica la presencia del Café Central en la plaza de la Constitución, el pasado domingo echaba la persiana para siempre el establecimiento que enseñó a pedir café en Málaga. Con ese catálogo histórico y sentimental se construyó también parte de la historia comercial de la ciudad, que en la década de los 20 y 30 del siglo XX tenía en la calle Larios y la plaza de la Constitución el epicentro del lujo pero también de la tradición y de los establecimientos de toda la vida. El recorrido ha ido variando con el paso de los años hasta convertirse en una pasarela de franquicias y grandes firmas nacionales e internacionales, por eso el regusto amargo del último trago de café invita a echar la vista atrás y a viajar en el tiempo.
El archivo de Narciso Díaz de Escovar atesora muchas de aquellas crónicas comerciales de la época, cuando la calle Larios llevaba apenas tres décadas de vida (1891) y los marqueses que le dieron nombre rivalizaban con la plaza de la Constitución por tener los mejores establecimientos. Muchos de ellos, de hecho, decidieron 'mudarse' a la nueva arteria urbana convencidos de la pujanza de la nueva calle, porque a pesar de que hoy en día pueda considerarse que existe una unión casi natural entre Larios y su plaza, hace más de un siglo sí había diferencias de peso entre levantar la persiana en un lugar o en otro. Sea como fuere, en ambas brilló lo mejor de aquel comercio histórico y tradicional: hoteles, cafeterías o tiendas especializadas en ropa, complementos u objetos de escritorio y hogar dibujaron una completa radiografía tan histórica y sentimental como el azulejo del Café Central.
Entre esas crónicas del archivo de Díaz Escovar destaca una, publicada por 'El Liberal', que se detiene en los detalles de esos establecimientos. Por orden, como si de un paseo imaginario se tratara, el cronista desmenuza las características y bondades de los negocios de Larios y la Constitución. De la primera dice que es «tan popular y conocida en todo el mundo que su descripción resulta innecesaria» y que es el «punto de paseo de invierno y verano; es la calle de las fondas, de los cafés y de las cervecerías». De la plaza, conocida durante siglos como la plaza de las Cuatro Calles, escribe que «es a Málaga como la Puerta del Sol de Madrid (…). Confluyen en ella las seis u ocho calles más importantes de Málaga y es un hervir continuo de gentes de todas clases».
Abre el recorrido por la arteria de los marqueses de Larios el Café Imperial, «en la calle Larios esquina con la plaza de la Constitución»: «Es como si dijéramos en la calle Alcalá esquina a la Puerta del Sol. Si decimos que su situación es la mejor de Málaga, diremos una gran verdad, y si agregamos que por sus dimensiones, distribución y altura de techos, no hay local semejante, tampoco mentimos». El cronista se refiere también a su dueño, don José Fernández Martín, que «no perdona medio para que los géneros que en él se sirven sean inmejorables» y concluye que no es extraño que «se halle siempre concurridísimo y que haya gente en Málaga que le es tan necesario como respirar la tacita de café en El Imperial».
El Café Inglés y su 'restaurant' eran, igualmente, otro punto de encuentro imprescindible en calle Larios. Allí se reunía la «gente elegante, la gente 'chic', de la goma». Más aún: era el café de las señoras 'bien' de la época. En su reservado, añade la crónica, «se reúnen todas las tardes las damas más bellas y elegantes de Málaga» y su 'restaurant' estaba considerado como una cita obligada de todos los «gourdman de Málaga». Mención expresa merecía su pastelería, un servicio que se abrió cuando el café ya estaba consolidado, que era «la predilecta de quienes son capaces de apreciar la diferencia entre un pastel fino y bien hecho y un pastel de munición». A su dueño, don Fernando Marzo, también se refiere el cronista en su exhaustivo y complaciente texto: «Merece un aplauso por haber dotado a Málaga de estos establecimientos».
En el número 10 de la calle Larios estaba el Gran café Comercial, una cervecería con cuya propiedad se hizo, para darle un nuevo impulso, don Diego Díaz Trujillo, que «puso todo su empeño en acreditarle y convertirle en uno de los mejores de Málaga (…). Siendo ésta una de las ciudades de España donde mejor café se toma, el que da El Comercial es uno de los más exquisitos». Otro tanto sucedía con las cervezas, vinos y licores; una oferta que a juicio dela crónica «dio vida próspera a un negocio antes anémico».
Unos números más abajo, en el 3 de Larios, don José Osorio Calatrava supo hacer de su Café Victoria uno de los favoritos de los malagueños, hasta el punto de que la crónica invita también a los forasteros a «no abandonar Málaga sin visitar el popularísimo café Victoria». Lo más destacado de su oferta estaba en «el atractivo de un buen café, pero también El Victoria posee aperitivos, cócteles y refrescos de todas clases», además del surtido de cervezas «tanto del país como extranjeras».
Pero la calle Larios no fue sólo un negocio de cafés para las clases acomodadas. También reinaron en esa arteria hoteles como el Niza y el Victoria, en cabeza de los mejores establecimientos de una ciudad que apenas se desperezaba en la industria del turismo. De hecho, la crónica hace referencia a que «el mayor inconveniente que existe en España para la industria del turismo es la falta de buenos hoteles, aunque en Málaga está salvado en gran parte». Ese 'en gran parte' escondía, sin embargo, un 'pero', habida cuenta de que el Gran Hotel Miramar, inaugurado con el nombre de Hotel Príncipe de Asturias y obra cumbre de Fernando Guerrero Strachan, no abrió sus puertas hasta 1926: «No tiene (Málaga), ciertamente, un gran hotel donde el turista rico encuentre a aquellos lujos a los que está acostumbrado en otros países; pero sí excelentes hoteles que, sin esas pretensiones, ofrecen todo género de comodidades, junto con un sentido de verdadera equidad en los precios».
Entre esos hoteles, el Niza y el Victoria gozaban de una excelente reputación y ambos estaban en calle Larios. Ambos pertenecían, añade la crónica, a don Baldomero Méndez, «jefe que fue, durante mucho tiempo, de la casa del duque de Sexto, y a quien llevó a Málaga el deseo de reponer su salud (…). Restablecida ésta, enamorado del clima de Málaga y agradecido a sus beneficios, emprendió el negocio de los hoteles». El hotel Victoria, que ocupaba parte de los esplendorosos edificios en curva de la calle, se convirtió en el «predilecto» de los viajeros, «al extremo de que el señor Méndez tuvo necesidad de adquirir un nuevo hotel para hospedar a su clientela». Y no se equivocó, ya que el cronista añade que «con el mismo o mayor éxito continuó trabajando, hasta el punto de que muchas veces, aun disponiendo de dos fondas, le faltaban habitaciones».
El paseo de 'El Liberal' asciende hacia la plaza de la Constitución, donde ya servía sus cafés el Central y que era, además, el epicentro de negocios más diversos. Allí, en el pasaje de Álvarez 75 y 79 (también conocido como el Pasaje de Chinitas), estaba 'El Niágara', la más importante fábrica de gaseosas y aguas carbónicas de Málaga. Fundada por los señores López y Mendoza, contaba con «los más modernos aparatos» para la producción de esas aguas, en las que se empleaba el ácido carbónico líquido. Su éxito fue tal que cada año expendía alrededor de 100.000 botellas, aunque igualmente celebrados eran, según la crónica, «sus refrescos de agua helada que sirve al grifo. Fabricados con jarabes de primera clase y esencias naturales, el público los prefiere todos por su sabor exquisito y su incomparable baratura».
El número 44 de la plaza de la Constitución estaba ocupado por el local de Sebastián Marmolejo, uno de los más «favorecidos» por el público de Málaga por su enorme surtido en paquetería, quincalla, pasamanería, encajes, bisutería, artículos de piel, juguetes y otras novedades del mercado. Su calidad y los precios ajustados hacían las delicias, confirma el cronista, del «bello sexo malagueño».
Frente a su local estaba el de su hermano, Antonio Marmolejo, que llegó a sobrevivir en el mapa de los comercios tradicionales malagueños unos años más que el de Sebastián. Su almacén de quincalla ocupaba un enorme edificio que daba a la calle Granada, la plaza de la Constitución y el pasaje de Heredia, construido por el industrial Manuel Agustín Heredia una vez derribada la antigua cárcel de la ciudad. Su enorme surtido incluía corbatas, pañuelos, abanicos, antucas (parasoles), bolsillos, carteras y demás artículos de piel, perfumería, bisutería... «todo cuanto la fantasía y el lujo ha creado tiene brillante representación en el establecimiento», concluye la crónica.
La Zapatería Inglesa y Armería Toledana también disfrutaron del éxito de público. Ocupaban el antiguo local del Café de España, tomado en traslado en el año 1909 por don José Reding, y están «instaladas con tanto lujo como gusto». El texto se deshace en elogios hacia el surtido del establecimiento: «En la zapatería existen géneros ingleses y americanos de las mejores marcas, aunque ninguno puede competir con los producidos en los talleres de la casa, que hacen honor a la antigua fábrica del calzado de Málaga». Como detalle revelador de esa importancia, el negocio tenía a 33 operarios dedicados en exclusiva a hacer trabajos a medida. También tenía un enorme éxito la otra parte del negocio: «Tanta o más importancia tiene la sección dedicada a cuchillería, armería y artículos de viaje, fundada por el señor Reding hace diez años en calle Compañía (…). Con respecto a los artículos de 'sport', puede afirmarse que es una de las casas mejor provistas de España». Y concluye la crónica: «Los géneros que pudieran encontrarse en las casas más importantes y mejor surtidas de Madrid y Barcelona se hallan en la de Reding, y aun algunos le son exclusivos».
Los amantes de lo exclusivo también hacían parada en La Estrella Oriental, que ocupaba los números 2 al 4 de la plaza de la Constitución. Las últimas novedades en encajes, pasamanería, botones, cintas, hilos, lanas y sedas de todas clases se combinaban en sus escaparates con objetos de la perfumería y la bisutería más exquisitas. También dispensaban «la cepillería de mejor resultado, hules, telas impermeables, cristal, juguetes, porcelanas artículos de bazar».
El recorrido comercial y sentimental por la calle Larios y la plaza de la Constitución se cierra con La Catalana, a continuación de La Estrella Oriental. Propiedad de don José Ferrer Escobar, la casa fue fundada en 1865 (26 años de la inauguración de a calle Larios) y era una referencia en el sector de los objetos de escritorio. Con ellos, las postales o los papeles para vestir habitaciones le daban un 'plus' al negocio. Además, en el local se hacían impresiones «de todas clases, con prontitud y economía, y es depositaria de las tintas de Stephens, Pelikan o Ville de Paris».
El surtido glorioso de negocios y comercios tradicionales en las principales arterias de la ciudad, y que se completa con otras calles de referencia como Granada y calle Nueva, dan cuenta de un latido centenario que hoy, en 2021, sigue perdiendo pulso con el cierre de establecimientos como el mítico Café Central, del que al menos queda esa forma única de pedir el café en su justa medida.
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Óscar Beltrán de Otálora / Gonzalo de las Heras (graphics)
Encarni Hinojosa | Málaga
Jon Garay e Isabel Toledo
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