Del músico del spaguetti western al papa de la Inquisición Romana: Ennio Morricone y Paulo III
Albas y ocasos ·
Tal día como hoy nacía Ennio Morricone, quien a lo largo de su vida ha compuesto más de quinientas bandas sonoras fílmicas, y moría Paulo III, Papa Farnesio, que dio comienzo a la Inquisición Romana condenadora de Giordano Bruno y Galileo Galilei
maría teresa lezcano
Domingo, 10 de noviembre 2019, 00:49
Del músico del spaguetti western al papa de la Inquisición Romana: Ennio Morricone y Paulo III
Tal día como hoy nacía Ennio Morricone, quien a lo largo de su vida ha compuesto más de quinientas bandas sonoras fílmicas, y moría Paulo III, Papa Farnesio, que dio comienzo a la Inquisición Romana condenadora de Giordano Bruno y Galileo Galilei.
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Ennio Morricone. 10-11-1928
Roma, diez de noviembre de 1928. Nace, con un solo de trompeta regurgitado en el legado paterno y un llanto de armónica vaticinado en su horizonte lejano, Ennio Morricone. Tras su graduación en música, Morricone comenzó su carrera como compositor fantasma en bandas sonoras atribuidas a famosos músicos de la época, hasta que se cruzó en su camino Sergio Leone, que en realidad había sido compañero suyo de aula en la infancia y cuyo reencuentro obedecía a la voluntad del cineasta de contratar al músico sin recordar el pasado colegial que les unía, de tal manera que cuando se vieron se sorprendió Morricone con un «Pero ¿tú eres Leone, el de mi colegio?», a lo cual respondió el aludido con un «¿Y tú Morricone, el que iba conmigo al Viale Trastevere?». Llegados a este punto refrendaron su asociación artística 'Por un puñado de dólares', que por esas fechas era apenas un libreto que Leone llevaba día y noche bajo el brazo y que se convertiría en la primera película de vaqueros dirigida por el cineasta, a la que se irían sumando una larga lista de spaguetti westerns que Morricone, quien ya sabía que 'La muerte tenía un precio' y que existía vida musicada al margen de 'El bueno, el feo y el malo', rubricaría antes de compartir ambos nominación al Óscar y Premio Bafta por 'Érase una vez en América'. La deserción de Leone por una irreversible huelga coronaria dejaría a Morricone huérfano de camarada aunque tan inspirado en lo suyo que lo mismo te bandasonorizaba 'La misión' con un oboe en mitad de la selva que te operizaba 'Los intocables de Eliot Ness' o se convertía en la sombra de John Malkovich en 'El juego de Ripley' ; de igual manera te envolvía la Italia de la posguerra de 'Cinema paradiso' en piano y cuerdas que te escalofriaba minimalísticamente en 'La cosa' o te subrayaba el apocalipsis de violencia de los tarantinianos 'Odiosos ocho', película que le reportaría su primera estatuilla académica después de la que en 2006 le entregaron por la totalidad de su carrera: más de quinientas bandas sonoras fílmicas en su haber. Casi nada. Quasi tutto.
PAULO III. Del 29-2-1468 al 10-11-1549
Trescientos setenta y nueve años antes del nacimiento romano de Ennio Morricone había tenido lugar el no menos romano deceso de Paulo III, Papa número 220 de la Iglesia Católica. Perteneciente a la poderosa familia Farnesio, Paulo, quien era aún un Alejandro prepapal, pasó parte de su educación en el florentino palacio de Lorenzo de Medici, también conocido como «el magnífico», y si bien el inicio de su carrera eclesiástica fue tan tardío que no ocurrió hasta los cincuenta y un años, edad que para la época casi más que tardía resultaba provecta, no es menos cierto que, una vez enchufado en el apostolado por el entonces Papa Alejandro VI, que era asimismo amante de Julia Farnesio, es decir cuñado de facto de Alejandro, éste ya fue de promoción en promoción hasta alcanzar la meta papal a los sesenta y seis años. Una vez oficialmente entiarado y enmitrado Alejandro Farnesio como Paulo III, se instaló en el lujo de la corte romana como si no hubiera un mañana penitente y, conspiración a diestra, nepotismo a siniestra, se apresuró en barrer o mejor dicho pontificar para casa nombrando cardenales a dos de sus nietos cuyos respectivos catorce y dieciséis años adornaron de acné juvenil las liturgias de rutina. A continuación le creó un ducado parmesano a su hijo Pedro Luis; se asomó por vía interpuesta al Nuevo Mundo a ver qué se cocía en sus evangelizaciones de paganos remotos; hizo frente a una insurrección de la ciudad de Perugia, la cual estaba hasta los uova de la católica subida de impuestos y cuya revuelta pasaría a la Historia como «la Guerra de la Sal»; aprobó con una bula expansiva la fundación de la Compañía de Jesús y con una burla de clausura la de las Ursulinas y, un día que andaba de manto caído se le ocurrió establecer el Santo Oficio como tribunal de última apelación en los casos de herejía, dando comienzo de este modo la Inquisición Romana que cinco décadas más tarde condenaría y quemaría, vivo y en una nada eufemística hoguera pública, a Giordano Bruno por aseverar que el universo contenía un infinito número de mundos habitados por seres inteligentes – es más que probable que el optimismo giordanesco respecto de la eventual inteligencia humana se le quitara mientras lo asaban en una plaza romana –, y procesando a Galileo Galilei por osar sostener que la Tierra giraba alrededor del sol, aunque en su caso la condena no fue a fritura episcopal sino a confinamiento gracias a una suerte de retractación del científico que, mientras al inquisidor le iba diciendo que, bien pensado, la Tierra estaba tan quieta que más quietud ya no cabía, apostillaba por las esquinas la ya legendaria frase de «Eppur si muove», Y sin embargo se mueve.
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