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Fernando Alonso
Martes, 25 de agosto 2020, 00:22
Este invierno pasado asistí a una conferencia de Amparo Quiles sobre la figura de Trinidad Grund, quizá una de las mujeres más relevantes del siglo ... XIX malagueño. En su disertación, la profesora de la Universidad de Málaga insistía en que en ninguna situación anterior había mostrado Málaga tal sentimiento de pésame. En su entierro se mezclaron las clases burguesas y las populares, a las que Trinidad Grund tanto había ayudado. Nunca se vio otro igual.
Trinidad Grund y Cerero del Campo nació en Sevilla en 1821. Era hija del cónsul de Prusia y por su estatus social se casó ni más ni menos que con el primogénito de Manuel Agustín Heredia. Aunque el hijo no había salido al padre, porque Manuel Agustín Heredia Livermore tenía una naturaleza depresiva. Un día, su hermano Tomás lo invitó a una cacería para que se distrajese ya que estaba muy nervioso por el nuevo embarazo de su mujer. Cuando estaban en Motril cenando, en un ambiente distendido, Manuel, sin decir nada, se levantó y se fue a la habitación de al lado. De pronto se escuchó un disparo. Era el 30 de enero de 1852. Dejaba una viuda embarazada, Trinidad Grund, y dos hijos de tres y dos años. Pero las desgracias no habían hecho más que empezar para Trinidad Grund. Cuatro meses después falleció su hijo Manolito, con tres añitos, cuando iba a ser operado de una enfermedad respiratoria.
Y lo peor estaba aún por llegar. En 1856 murieron ahogadas en un naufragio sus dos hijas, María Isabel y Manolita, de seis y tres años. Trinidad Grund se salvó gracias a que su abrigo se enganchó a uno de los bancos de madera del barco y pudo salir a flote. Desde entonces la vida de Trinidad Grund, que en cuatro años había perdido a su marido y a sus tres hijos, dio un vuelco y se convirtió en una señora piadosa y caritativa. Colaboró en muchas empresas benéficas, por lo que fue muy querida. Desde 1856, hasta su fallecimiento en 1896, pasó cuarenta años haciendo el bien. Fundó con su dinero el Asilo de San Manuel, en el que procuraba ropa y comida diaria a muchos niños malagueños de las clases más desfavorecidas. Se la veía frecuentemente en los barrios más humildes, ya hiciera un sol abrasador o ya lloviera torrencialmente, visitando las más insalubres viviendas. Consumió su inmensa fortuna en obras de caridad. Nació rica y murió pobre.
Siempre vestía de negro y en invierno llevaba puesto el abrigo que la salvó del naufragio, para no olvidarse nunca de sus hijas. En 1868 tuvo el coraje de enfrentarse a los revolucionarios a las puertas del Palacio Episcopal, arrancándoles la promesa de que respetasen a las monjas de clausura de los conventos de nuestra cuidad, amenazadas de muerte. Su cuñado, Serafín Estébanez Calderón, la llamaba la Virgen de la Victoria.
Trinidad Grund murió de cáncer de matriz a los 75 años, pero con la satisfacción de haber realizado una inmensa labor social. El mismo día de su fallecimiento, el Cabildo Catedralicio expresó su pésame afirmando que «su muerte arrebataba a la sociedad una de sus más virtuosas e ilustres damas, y a los pobres una madre. Trinidad Grund supo emplear su tiempo y todo su capital en enjugar las lágrimas y en extinguir el hambre de los desgraciados».
Trinidad Grund falleció a la una y media de la madrugada del día 31 de agosto de 1896. Mantuvo la lucidez hasta el último momento. Por expreso deseo suyo no se publicó ninguna esquela en la prensa. Su cuerpo fue llevado de madrugada en un modesto ataúd al Asilo de San Manuel, que ella misma había fundado. Allí fue amortajada con el abrigo del naufragio, como era su voluntad, por sor Gabriela y sor Santa Cruz. Desde las cuatro y media de la mañana hasta la una del mediodía se dijeron misas ininterrumpidamente en la capilla. Allí fue velada «por colonos de sus fincas rústicas».
A las cinco de la tarde partió la comitiva. Por la calle Salitre, Alameda, Acera de la Marina, Cortina del Muelle y Molina Lario llegaron a la Catedral, en la que se pensaba rezar un responso. Pero era tal la cantidad de gente que impedía el avance del cortejo, que la comitiva iba muy retrasada y no pudo detenerse porque se hacía de noche. Siguió por la calle Granada hasta el cementerio de San Miguel, donde llegó pasadas las ocho. Allí fue velada por sus familiares y algunas religiosas. A las cinco de la madrugada del primer día de septiembre se le dio cristiana sepultura. Descanse en paz quien tanto hizo el bien.
La comitiva estaba encabezada por la guardia municipal. Le seguían, portando cirios, 47 asilados de Santo Domingo, 150 de San Bartolomé, 60 de San Juan de Dios, otros tantos de Martiricos y 140 de San Manuel. A continuación iban 38 monjas de San Vicente de Paúl y de otras órdenes y congregaciones y sacerdotes de distintas parroquias. La carroza fúnebre iba rebosante de coronas como la de Agustín Pérez de Guzmán, la Casa de Expósitos, el Círculo Mercantil, la Casa Heredia o la Diputación, entre otras muchas. Tras la carroza marchaban su hermano Constantino Grund (que presidió el entierro) y otros familiares cercanos, seguidos del Obispo, el Alcalde, el presidente de la Diputación y los gobernadores Civil y Militar. Después toda la burguesía malagueña. Espigamos de las crónicas periodísticas algunos apellidos: Larios, Huelin, Rein, Gross, Souvirón, Bolín, Pérez de Guzmán, De la Cámara, Hurtado de Mendoza... Y finalmente pueblo, todo el pueblo al que Trinidad Grund tanto había favorecido. Miles de malagueños inundaron las calles por las que pasó el cortejo.
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