Palacio de Trinidad Grund en Carratraca. Archivo SUR
Tribuna de la Historia

Memorias de una nieta de don Manuel Agustín Heredia

María Pía Heredia relató la historia de su familia por petición de sus parientes con anécdotas que de otro modo habrían caído en el olvido

Viernes, 1 de noviembre 2019, 12:30

María Pía Heredia y Grund (1865-1958) escribió estas memorias en 1952, cuando ya había cumplido los 87 años: «Ahora que soy tan vieja, que estoy hecha una ruina y que por falta de vista no me puedo entretener en otras cosas, me pongo a escribir esto». Lo que hace único a este libro es que ninguno de los miembros de las grandes familias de cameranos que llegaron desde La Rioja hasta Málaga en el siglo XIX (los Larios, Félix Sáenz, los Gómez...) se preocuparon en dejar constancia escrita de su aventura vital y comercial.

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Leyendo las memorias de la nieta de Heredia podemos sentir cómo los personajes, cuyos nombres aparecen en los áridos documentos notariales o en los solemnes registros históricos, cobran vida y se convierten en personas de carne y hueso. El historiador Alfonso Vázquez afirmaba que en este libro María Pía «insufla de vida nombres egregios que habían permanecido demasiado hieráticos en el pabellón de las glorias malagueñas». En efecto, en sus páginas podemos conocer a un Manuel Agustín más cercano (no al que está subido a su pedestal en la avenida que lleva su nombre), que jugaba todas las noches al tresillo con sus amigos y allegados y que, cuando llegaba un barco correo, se iba a la Alameda a cambiar impresiones con otros comerciantes.

María Pía nos contó la historia de su familia porque se lo habían pedido algunos familiares, y lo hizo según lo que había oído a sus padres, tíos o amigas. No pensó en publicarlas porque las escribió «como cosa de familia para inter nos», pero alguien que desconocemos decidió en 1955 darlas a la imprenta en Madrid. Hace unos años el Ayuntamiento de Málaga las reeditó con acierto (haciendo una excepción a la tacañería de la que ha hecho gala en los últimos años en lo referente a la publicación de libros), con un prólogo de Amparo Quiles, profesora de literatura de la Universidad de Málaga, cuyas clases son un regalo para los que tienen la suerte de disfrutar de ellas.

Estatua de Manuel Agustín Heredia. Lápida de la tumba de los hijos de Manuel A. Heredia en la iglesia de San Agustín. Retrato de M.A. Herdia . Archivo SUR

El libro está lleno de anécdotas que hubieran caído en el río del olvido si María Pía Heredia no se hubiera tomado la molestia de contárnoslas. Así sabemos que el suegro de Manuel Agustín Heredia decidió enviar a su hijo John, aún niño, a Inglaterra para educarse y, cuando esperaban noticias de su feliz llegada, estas no llegaron porque el barco desapareció (posiblemente naufragara), sumiendo a la familia en la pena y angustia más profundas. El padre de John, Thomas Livermore, «se puso raro y perdió su animación y jovialidad». También nos cuenta María Pía el fallecimiento de Thomas Livermore, el suegro de Heredia: murió repentinamente el 1 de noviembre de 1841 en la calle Victoria, a los ochenta años, cuando se dirigía al cementerio.

Manuel Agustín Heredia, un hombre hecho a sí mismo

En estas memorias conocemos a un Manuel Agustín Heredia que con 25 años alquilaba un caballo y se plantaba en una tarde en Vélez-Málaga para comprar frutos del país (almendras, pasas, aceite...) que no se vendían en una España paralizada por la Guerra de la Independencia (1808-1814). Conseguía todo baratísimo y sacaba un buen beneficio al darle salida a un precio mucho mayor. Este fue el origen de su fortuna. Se insiste mucho a lo largo del libro en que entonces todo era más fácil y que la vida era más barata. Encontraron estos cameranos una Málaga todavía virgen, en la que todo estaba aún por hacer. Manuel Agustín contaba que lo difícil era ganar los primeros 20.000 duros y «que luego, siendo prudente y trabajador, todo se hacía fácil». Llegó a ser el hombre más rico de España.

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Sin embargo, Heredia tuvo que superar muchas adversidades como cuando, yendo a Marbella en plena guerra contra el francés para visitar sus minas de grafito, se topó con una partida de guerrilleros que lo alistaron como «voluntario» hasta que, unos días más tarde, pudo zafarse de ellos.

Una de las partes más emotivas de la obra es cuando María Pía cuenta cómo Manuel Agustín Heredia conoció a su futura esposa, Isabel Livermore. Esta era hija de Thomas Livermore, que vivía en una casa de la calle Álamos (actual número 38). Thomas tenía seis hijas como seis soles y todas encontraron buenos partidos. Debió de ser a finales de 1812 cuando Heredia estaba de tertulia en casa de los Livermore «con los señores viejos», pero no paraba de mirar cómo bailaban los jóvenes. Entonces fue cuando Isabel se ofreció a enseñarle a bailar. A los pocos días, Manuel Agustín pidió a Thomas la mano de su hija, a lo que este respondió: «Yo de usted tengo muy buena opinión y me consideraría muy honrado con esta boda, pero creo que usted -un hombre que se lo debe todo a sí mismo- querrá una mujer que sea tan trabajadora como usted lo es, y mis hijas saben tocar el piano, pintar, bailar, pero nada práctico«. La boda se celebró en la iglesia de Santiago el 12 de abril de 1813. Manuel Agustín aún no había cumplido 27 años e Isabel tenía 18. Se fueron a vivir a una casa frente a la de sus padres, en la misma calle Álamos. Más tarde se mudarían a la Alameda, donde Heredia levantó cuatro casas.

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Tuvieron doce hijos de los que siete alcazarían la edad adulta. El llamado a suceder a su padre en los negocios familiares era el hijo mayor, llamado como su padre Manuel Agustín. Este se casó con Trinidad Grund Cerezo de Campos, hija del cónsul de Prusia en Sevilla que, por diferencias políticas, se había afincado en Málaga. La boda se celebró en la iglesia de San Juan el dos de enero de 1848, y los recién casados iniciaron un viaje de novios de varios meses en el recorrieron Alemania, Italia y Francia. Cuando ya estaban de vuelta, en un hotel de Cartagena, nació su primer hijo, Manolito, sietemesino, «que era muy nervioso, como su padre, muy mimado y caprichoso».

Trinidad Grund, viuda dolorida

Sin embargo, aquí empezaron las desgracias familiares. Manuel Agustín Heredia Livermore tenía una naturaleza depresiva. Su sobrina María Pía lo llama directamente «desequilibrado», sin más. Un día, su hermano Tomás lo invitó a una cacería para que se distrajese, porque estaba muy nervioso por el nuevo embarazo de su mujer. Cuando estaban en Motril cenando, en un ambiente muy distendido, Manuel, sin decir nada, se levantó y se fue a la habitación de al lado. De pronto se escuchó un disparo. Era el 30 de enero de 1852 y tenía 34 años. Dejaba una viuda embarazada, Trinidad Grund, y dos hijos de tres y dos años. Cuando su hermana fue a darle la noticia, dijo la viuda: «¿Qué me vienes a decir? No me lo digas. Manuel se ha muerto: lo acabo de soñar».

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Pero la rueda de la caprichosa diosa fortuna seguía rodando presurosa y, cuatro meses después, falleció Manolito, con tres añitos, cuando iba a ser operado de crup, una enfermedad respiratoria que recibe el kilométrico nombre de laringotraqueobronquitis. Y lo peor estaba aún por llegar. En 1856 varios Heredia decidieron viajar hasta Sevilla para disfrutar de su feria. Hasta habían alquilado una casa en la capital andaluza. El viaje se iba a realizar en barco, en un vapor pequeño propiedad de la familia, el Miño.

Cuando acababan de pasar Gibraltar, a la altura de Punta Carnero, en Algeciras, a las dos y media de la madrugada del 29 de marzo, el Miño recibió el envite de un velero de transporte inglés de mayor tamaño, tan grande «como una catedral», el Minden. El barco de los Heredia tardó solo tres minutos en hundirse y fallecieron 65 personas, la mayoría succionados por el remolino que provocó el barco al sumergirse. Trinidad Grund, en estos dramáticos momentos, tuvo tiempo de abrazarse a sus dos hijas, María Isabel y Manolita, de seis y tres años, aunque en la catástrofe perdió el conocimiento y no pudo evitar que fueran arrastradas por el remolino. Ella se salvó gracias a que su abrigo se enganchó a uno de los bancos de madera del barco y pudo salir a flote. Fue uno de las 21 supervivientes. Esperó a ser rescatada durante dos horas, agarrada a una tabla, en las frías aguas del Estrecho, mientras llamaba desesperadamente a su hijas.

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Desde entonces la vida de Trinidad Grund, que en cuatro años había perdido a su marido y a sus tres hijos, dio un vuelco y se convirtió en la piadosa y caritativa señora que todos conocemos. Siempre vistió de negro. Murió en 1896, a los 75 años, de un tumor canceroso en la matriz. Le pusieron como mortaja la ropa que llevaba puesta en el naufragio del Miño, cuarenta años antes. Su entierro fue el más multitudinario que se recuerda en el cementerio de San Miguel.

La familia Heredia fue muy piadosa. María Pía recuerda cómo sus padres le llevaban a misa a la Catedral, y después visitaban la capilla de la Encarnación para rezar a los patrones de Málaga, San Ciriaco y Santa Paula. Con motivo de la revolución de 1868, que casi costó la vida a los Larios, los Heredia huyeron a Gibraltar y, desde allí, a Biarritz y a París, donde pasaron el invierno de 1869. Hicieron un viaje a Roma en el que el papa Pio IX, «un cura vestido de blanco», cogió a María Pía en brazos y le dio un beso en la frente. Aunque la autora tenía solo cuatro años, recordó toda su vida ese momento.

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María Pía fue testigo de la ruina de su familia. Su padre, Tomás Heredia Livermore (1819-1893), era el cuarto hijo de Manuel Agustín Heredia y el que se encargó de los negocios de la familia tras el suicidio de su hermano mayor. No paraba de decir a todos sus hermanos que no gastasen tanto. Cuando murió en 1893 «ya todo era ruina».

No podemos alargarnos más explicando cómo empezó la fortuna del marqués de Salamanca con el dinero que le había prestado su cuñado Manuel Agustín Heredia; o cómo describe María Pía a Serafín Estébanez Calderón, al que le gustaban los boquerones fritos y el gazpacho bien frío y que en verano, como pasaba mucho calor y sudaba abundantemente, se ponía una amplia blusa de su mujer para recibir en casa; o contando cómo fue asesinado en 1891 el primo de María Pía, Manuel Loring Heredia, concejal del Ayuntamiento de Málaga, por el periodista García Peláez.

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Estas y otras muchas historias puede descubrir el lector interesado leyendo las Memorias de una nieta de don Manuel Agustín Heredia, fiel radiografía de la burguesía malagueña del siglo XIX. María Pía Heredia y Grund falleció a los 94 años, el 23 de marzo de 1958, en el colegio de la Asunción de Málaga, aquel que su familia había ayudado a fundar en 1865, justo el año de su nacimiento.

Sepulcro de Heredia en el cementerio de San Miguel. Trinidad Grund. Portada del libro. Archivo SUR

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