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Las crónicas de la ciudad sobre la conquista de Málaga están repletas de curiosidades y anécdotas sobre aquellos meses en los que los Reyes Católicos organizaron el asedio de la ciudad frente a los musulmanes en el marco de la Guerra de Granada. Con Fernando desde su campamento de La Victoria e Isabel desde la Trinidad, la historia esconde sin embargo algunos episodios que fueron determinantes para la toma final de Málaga (1487) y que podrían haber dado un giro dramático si no hubiera sido por la participación de personajes de segunda línea.
Uno de ellos fue Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, dama de la Reina, consejera, mano derecha y amigas desde niñas que salvó en sentido literal a los Reyes Católicos de un atentado porque el atacante las confundió. Como leen. Sin aquel error de cálculo, los acontecimientos podrían haber sido diferentes y probablemente aquel campamento en los terrenos que hoy ocupa el santuario de La Victoria se hubieran convertido en la tumba de los monarcas.
El episodio está ampliamente recogido en la documentación histórica que ha llegado a nuestros días, pero no tanto la personalidad de esta mujer que da nombre a una pequeña callejuela en el entorno del Museo Picasso Málaga bajo el rótulo de 'Marquesa de Moya' desde el año 1887, coincidiendo con el cuarto centenario de la toma de la ciudad. Que el atentado contra Isabel y Fernando no tuviera mayores consecuencias no quita, sin embargo, ni un gramo de valentía y arrojo a esta dama que en más de una ocasión logró torcer, para bien, el futuro de su amiga Isabel. Ahora bien, ¿quién intentó atentar contra los Reyes?, ¿cómo se desarrolló el ataque?, ¿qué fue lo que salvó no sólo a la reina sino también a su consejera y confidente?
Todas las respuestas se encuentran en ese tramo histórico que ocupó la conquista de Málaga. Durante la contienda, los Reyes Católicos estuvieron acompañados por la propia Beatriz de Bodadilla y su marido Andrés Cabrera, alcaide del Alcázar de Segovia y, ambos, judíos conversos. La pareja se había convertido ya por méritos propios en personal de confianza de los monarcas y, durante las gestas militares, ocupaban las tiendas más cercanas a los aposentos reales. En el caso del atentado de Málaga, éste se produjo en el campamento de Fernando, en la huerta del Acíbar (en La Victoria), y más de 100 días después de que comenzara el asedio cristiano a Málaga. A aquel lugar llegó Ibrahim Al Guerbi, un santón natural de Túnez pero procedente de Guadix supuestamente guiado por un sueño en el que Alá le había mostrado cómo librar a la ciudad de la presión de los monarcas. Para eso, tenía que esperar el momento adecuado, que llegó con la noticia de que Isabel se había desplazado a Málaga para animar a los soldados y a su esposo.
Con la excusa de que tenía información importante sobre el asedio, Al Guerbi pidió ser recibido por el rey, que en ese momento descansaba, dormido, en su tienda de campaña. La Reina accedió, pero ordenó que la visita esperara a que Fernando despertara y que, hasta entonces, fuera conducido a la tienda contigua, donde se encontraba su amiga Beatriz de Bodadilla con otros tres nobles de la corte, entre ellos Álvaro de Portugal. Aquella presencia confundió al santón, que al verlos elegantemente vestidos y percatarse de las reverencias y muestras de respeto que recibían, supuso que Beatriz y Álvaro serían los reyes. Sin pensárselo, sacó el cuchillo que llevaba escondido en el fajín y los atacó con violencia. La cuchillada más profunda se la llevó Álvaro de Portugal, en serio peligro de muerte, en la cabeza; pero Beatriz logró esquivar el ataque y sufrir sólo heridas leves. Sin embargo, la razón de esta 'salvación' no deja de ser curiosa y va más allá de los reflejos de la noble; al menos así se recoge en la extensa biografía que conserva la Real Academia de la Historia sobre la marquesa de Moya: «Beatriz fue atacada por un moro que la hirió sin gravedad gracias a la defensa que de ella hacían los adornos de oro de su traje (…). Su afición a los 'arreos' le habían salvado la vida», recoge el texto.
También su determinación, ya que fueron sus gritos los que alertaron a los soldados, que apresaron a Al Guerbi y lo ajusticiaron con severidad: las tropas cristianas le dieron muerte y su cuerpo, ya en trozos, fue catapultado por encima de la muralla de la Alcazaba. Al conocer el atentado frustrado y el destino de su enviado, los musulmanes que resistían convirtieron al santón en mártir de la ciudad.
Del otro lado, aquel episodio reforzó aún más los lazos de Isabel y Beatriz. Cuentan las crónicas que en agradecimiento a su participación en el ataque, la marquesa recibió unas casas en Sevilla, treinta esclavas tomadas en Málaga y la posibilidad de enviar una carabela con mercadería a Guinea con exención del quinto (uno de los impuestos de la época). Antes de aquello, sin embargo, la marquesa de Moya ya era un pilar fundamental en la vida de Isabel la Católica, sobre la que ejerció gran influencia hasta el punto de acuñar uno de los dichos de la época: «Después de la Reina de Castilla, la Bobadilla».
Aquella relación entre ambas se forjó desde la infancia, cuando Beatriz e Isabel compartieron residencia en el castillo de Arévalo, cuyo alcaide era el padre de la marquesa y donde vivía custodiada y recluida la reina viuda Isabel de Portugal con sus hijos, Isabel y Alfonso, por orden de Enrique IV, su hijastro. La convivencia duró ocho años y a pesar de la diferencia de edad -Beatriz tenía 14 años y la Reina de Castilla, sólo tres- el vínculo nunca se rompió: «Me acuerdo de verlas ya viejas e nunca la reyna la llamaba sino hija marquesa», dejó escrito Gonzalo Fernández de Oviedo, primer cronista de las Indias.
Ya como parte del séquito de damas de la monarca, 'la Bobadilla' contó con innumerables privilegios: más allá de la concesión del título de marquesa, disfrutó de la merced de contar con la 'Copa de oro' -la copa de habían bebido los Reyes- o de situarse con su marido, en las ceremonias religiosas con motivo de la Navidad, junto a la cortina real para que una vez Fernando hubiese recibido la paz se la transmitiera con sus propias manos a Andrés Cabrera y la reina, a Beatriz. Otro de esos guiños de la monarca a su amiga -y como gesto único con ella en vida- fue el añadir a su escudo una mención específica de mejora en sus armas, convirtiéndose en el único testimonio de que en unas armas matrimoniales se haga una mejora de las de la esposa y diferenciadas de las del marido, según recoge la Real Academia de la Historia. En el plano más íntimo y personal, también fue la marquesa de Moya la encargada de cerrarle los ojos para siempre a la Reina a su muerte.
En efecto, Isabel nunca olvidó todos los gestos de su dama, y no sólo en el episodio del atentado de Málaga. También en otro de juventud: el rey Enrique IV quiso casar a su hermana Isabel, por entonces con 15 años, con Pedro Girón, un vasallo cincuentón que había tenido varios hijos con diferentes mujeres y con fama de violento y de poco caballero. Los cronistas relatan que el día antes de anunciarse el compromiso, Isabel pasó toda la noche rezando para que desapareciera Girón y que Beatriz le prometió que ella misma se encargaría de frustrar la boda «incluso apuñalando al impresentable novio». El ataque no fue necesario porque 'casualmente' el pretendiente murió por camino: oficialmente pasó como muerte natural, pero otras crónicas desvelan que fue envenenado. De la participación, o no, de la marquesa en ese episodio nada se sabe, pero aquella fue sería primera de las muchas ocasiones en que Isabel y Beatriz lograron reescribir la historia y sortear a la mala suerte en la vida. Y también en la muerte.
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