Sábado, 5 de junio 2021, 01:12
«Esa mujer es Elena León... La más valiente de las mujeres. ¡Cómo pasan los años! Quien la hay visto animando a los hombres de ... la tralla para sacar el copo... ¿Quieres hablar con ella?». Es 26 de octubre de 1947 y esa mujer marenga, valiente y al filo de las siete décadas se dispone a contar su historia. Esa mujer es Elena León Gaitán, una institución en la playa de La Malagueta antes de que la revolución urbanística de los 60 sustituyera ese espacio de marengos y jábegas por la construcción vertical. Y su historia es la que ella misma cuenta a un reportero de SUR que esa mañana de 1947 comía chanquetes en un merendero típico de la playa cuando su acompañante le alerta de la presencia de Elena.
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-«Sí, señorito, soy yo. Para lo que usted mande. Vivo ahí en una casilla de ésas, con una sobrina y sus hijos, aquí cerca. ¿Quiere usted venir?», invita la marenga al periodista.
Nacida en 1876, el mismo año en que a un puñado de metros de allí se celebraba la primera corrida de toros en la plaza de La Malagueta, la historia de Elena León ha ido pasando de generación en generación como una de las más admiradas de cuantas crecieron al abrigo del rebalaje. Conocida como la «más valerosa» de las mujeres de la mar, era una figura respetada por todos los marengos, un privilegio casi inalcanzable a finales del siglo XIX, cuando la mujer era educada para sacar las casas adelante y no los pies del plato, como hizo ella. No en vano, llegó a tener cinco barcas en propiedad y, en esos arrojos de valentía, esta 'humilde empresaria' de la mar recordaba el rescate de siete personas que hubieran muerto ahogadas si ella no hubiera acudido en auxilio.
El reportaje en el que la propia Elena repasa su historia dos años antes de morir (1949) se conserva en la hemeroteca de SUR junto con una imagen de escasa resolución en la que se adivinan sus orígenes humildes y su avanzada edad. La marenga habla en su casa, «pobre pero limpia, donde se acumulan por doquier útiles para la pesca del copo, cuadros con fotografías de familiares y dos marcos con diplomas». El reportero la mira sorprendido por esas dos condecoraciones, incluida una medalla, y ella se explica: «Ya hace mucho tiempo. Entonces yo tenía más fuerza que un toro, no se me resistía nada. Ese diploma y esa medalla me las dieron cuando yo era bañista de los Baños de La Estrella -en aquellos años, los Baños de Estrella, Apolo y Diana ya se habían mudado a La Malagueta desde Cortina del Muelle-. Se estaban ahogando dos señoras, la esposa de don Adolfo Suárez de Figueroa y su sobrina. Yo no sabía quién era ese señor pero me tiré de cabeza desde lo alto de la barandilla y las saqué a las dos de una vez; a cada una la cogí no sé de donde, pero de donde pude, y me las llevé a la escalerilla principal», relata Elena, con nostalgia de esa «fuerza para parar un vapor» y recordando que ya no podía «ni andar».
El segundo de los salvamentos en los que participó fue el de un barco que partió de Alicante a Málaga «con un cargamento de papas». «Frente al Puerto naufragó, yo veía desde la playa cómo se ahogaban los hombres y me desboqué. Animé a cuantos había en la costa. '¡Venga, que se ahogan esos padres de familia! ¿No hay quien venga conmigo a salvarlos?'», recuerda poco antes de entrar en los detalles del salvamento: «Cogí mi barca, 'La Pepita', y embarqué a la fuerza a los hombres de la playa (…). Nos hicimos a la mar y nos comía; yo iba en la popa animando a los hombres, que remaban con todas sus fuerzas, y mi barca hincaba la proa y se hundía, pero se levantaba y llegamos ¡ya lo creo que llegamos! Salvé a los náufragos, a los cinco; y luego remolqué la barca y las papas y 'tó'. No se perdió 'naíta'», relata orgullosa.
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Con esos dos salvamentos documentados gracias al relato de la propia marenga, existe sin embargo una leyenda en la ciudad que cuenta que Elena, cuando tenía 24 años, participó también en el rescate de los náufragos del Gneisenau, la fragata alemana que se hundió en el Puerto el 16 de diciembre de 1900 dejando casi medio centenar de víctimas. A pesar de que son muchos los testimonios que defienden su participación en esa operación, resulta sorprendente que al final de sus días ella no fuera capaz de recordar su concurso en una de las mayores tragedias marítimas de Málaga y sí, sin embargo, los detalles (algunos, menores) de los otros dos salvamentos.
Sea como fuere, Elena León ha pasado a la historia sentimental de la ciudad no sólo por ese carácter valiente; también por su capacidad de mando sobre sus compañeros marengos. Ella misma se encarga de salpicar el reportaje de anécdotas vinculadas a las labores de pesca, como que era ella la responsable de «echar a suertes» el orden en que las barcas salían a faenar. «Cada barca tenía señalada una carta de la baraja. Mi 'Pepita' tenía el dos de oros. A la puesta de sol se reunían todos los hombres y allí, en la playa, se barajaba y se cortaba, de modo que la primera carta que salía era la primera barca que se hacía a la mar. ¡Eso se llevaba con un orden riguroso!», se encarga de subrayar la responsable del sorteo cotidiano, quien también recuerda como algo excepcional los días aquéllos en los que pudieron pescar atunes en el litoral: «No podíamos tirar de la red. Los hombres hincaban sus pies desnudos en la arena y se agarraban a la maroma con furia, sin descanso, mientras yo los animaba a voces. Fue una cosa prodigiosa que no volverá a verse. Ni vendrán más atunes ni yo podría pescarlos aunque pudiera», lamenta recordando sus achaques.
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Sin embargo, no fue sólo el declive físico lo que la alejó de la mar. También una «mala racha» que la obligó a vender sus cinco barcas y a pescar con los demás, «como otro cualquiera, cobrando la cuerda». «Gracias a eso cobro el subsidio de la vejez», concluye la marenga, cuyo relato define el reportero como de una «maravillosa sencillez, humilde y sin vanidad». «Más que la vida de una heroína de leyenda parece la de una madrecita del mar», cierra el escrito.
Heroína, madrecita, marenga o mujer adelantada a su tiempo quizás sin saberlo, la huella de Elena León no sólo ha permanecido en el patrimonio oral y cultural de los marengos que fueron llegando después de ella; también en el propio callejero de la ciudad. Lo hace gracias a un pequeño pasaje que lleva su nombre en uno de los laterales de la parroquia de San Gabriel, entre la avenida Cánovas del Castillo y la calle Arenal. Sin descendientes conocidos, durante su inauguración (en septiembre de 2006) fueron los hombres de la Comisión de Barcos de Jábegas los encargados de recordar y celebrar el legado de Elena, cuyo latido sigue pegado al rebalaje 145 años después.
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