Detalle de 'La Batalla de Lepanto', de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, Sevilla.

Malagueños que protagonizaron episodios destacados de la historia

Jueves, 15 de agosto 2024, 00:04

Queremos tratar hoy de algunos malagueños anónimos o poco conocidos que han protagonizado algunos de los episodios más importantes de la Historia.

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El soldado malagueño ... que mató a Alí Pachá en la batalla de Lepanto. A las once de la mañana del 7 de octubre de 1571 comenzó el momento decisivo de la lucha, cuando los dos comandantes, Juan de Austria y Alí Pachá juntaron sus galeras en el centro de la batalla. Los jenízaros intentaron pasar a la nao capitana de los cristianos, pero fueron rechazados. Hubo un segundo abordaje en el que Alí Pachá recibió en la frente un disparo de arcabuz y cayó al suelo. Entonces, un soldado malagueño le cortó la cabeza con una cimitarra y se la mostró a don Juan de Austria:

¿Para qué quiero yo eso?, cuentan que le contestó enfadado.

Y el soldado malagueño arrojó la cabeza al agua, donde flotaban cientos de muertos y heridos. Desde ese momento, sin jefe, perdida la nave capitana turca, la batalla estaba decidida.

Bernardo el malagueño en el motín de Esquilache. El pueblo madrileño estaba hambriento debido a la subida excesiva del precio del pan. El populacho llegó a rodear el carruaje de la reina Isabel de Farnesio, cuando ésta volvía de El Escorial, pidiendo pan. Además, el gobierno prohibió el uso de la capa larga y sombrero redondo, ya que estos servían para proteger a los delincuentes. El pueblo culpó de estas medidas al ministro italiano de Carlos III, Esquilache, y el domingo de Ramos de 1766 asaltó su casa. Pero Esquilache ya había huido a San Fernando de Henares con todas sus joyas.

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Al día siguiente, corrió el rumor de que Esquilache se había refugiado en el Palacio Real y la multitud se congregó a sus puertas. La situación se fue caldeando, pero la guardia española no hizo nada para defenderse, mientras la guardia valona, un cuerpo militar formado por extranjeros que eran muy mal vistos por los madrileños, disparó contra el pueblo provocando varias muertes. Al final, el pueblo mató a diez guardias y sus cuerpos mutilados fueron arrastrados por las calles. La situación parecía descontrolada.

Motín de Esquilache, atribuido a Goya.

El rey se reunió con sus consejeros. El conde de Revillagigedo le pidió de rodillas que no le obligara a disparar contra el pueblo. Fue entonces cuando se asomó al balcón del palacio y escuchó los gritos de un calesero llamado Bernardo el malagueño, quien resumió las peticiones del pueblo: «¡Fuera Esquilache, fuera la guardia valona y que baje el precio del pan!» El monarca concedió todas sus peticiones, pero por la noche, y en secreto, huyó a Aranjuez. Carlos III estaba asustado y se sentía humillado e indignado.

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El populacho, enfadado, comenzó a saquear tiendas y se decidió enviar a Aranjuez a Bernardo el malagueño con otro pliego de condiciones que también atendió el rey. El motín de Esquilache se saldó con noventa y cuatro fallecidos. Cuentan que Carlos III se quedó traumatizado con los sucesos y que una noche que escuchó ruido en las cercanías de palacio se levantó asustado. Solo era la celebración de la fiesta de San Pedro.

El malagueño que puso nombre a los Estados Unidos

Se llamaba Luis de Unzaga y Amézaga (1717-1793) y su padre era el alcaide de la Alcazaba. Nació en una casa junto a la Catedral. Desde los trece años se enroló en el ejército y llegó a ser capitán general de la Habana, de Venezuela y gobernador de Louisiana. Mantuvo un estrecho contacto con George Washington (al que llamaba Jorge). Como desvelaron unos profesores malagueños, que acaban de publicar su biografía, Washington comentó a un colaborador suyo que había recibido una carta de Unzaga en la que le otorgaba como aliado el título de «general de los Estados Unidos Americanos», fórmula que fue muy del agrado del primer presidente de los llamados hasta entonces «los 13 estados unidos».Luis de Unzaga también se considera precursor de la CIA y jugó un papel importante en la implantación del dólar. Pasó los últimos años de su vida en una casa en la Alameda. El alcalde descubrió hace un par de años una placa en este edificio para perpetuar su memoria.

Pepa la malagueña y Fernando VII. «Hércules del sexo»: Así llama Emilio Calderón a Fernando VII. Su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, era tan inocente y dada a las lecturas piadosas que pensaba que a los niños los traían las cigüeñas. Hubo que recurrir a la intermediación del Santo Padre para que la reina accediera a acostarse con el rey, pues lo veía pecaminoso. Cuando llegó la noche, María Josefa se orinó ante los primeros embates del primer ariete del reino. Fernando VII abandonó el tálamo nupcial hecho una furia.

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Hablemos, para mayor entendimiento de esta historia, de la verga real, que era de unas dimensiones colosales, lo que explica el susto de la reina que acabó en regia micción. Según explican reputados historiadores, el monarca utilizaba en sus relaciones íntimas una almohadilla de tres o cuatro centímetros de grosor y perforada en el centro para amortiguar el efecto de su atributo viril en las asustadas damas. Añadamos que el rey era muy aficionado a los prostíbulos y lupanares. Su favorito, sin duda, era el de Pepa la malagueña.

Su rutina era la siguiente. Fernando VII se reunía después de cenar con los miembros de su camarilla: el duque de Alagón, el aguador Chamorro y otros preclaros hombres del reino. A las once en punto marchaban al dormitorio real a que el capellán de palacio bendijera el regio lecho y, después, salían de palacio discretamente por una escalera oculta, conocida como la de Pepa la malagueña, pues a su casa iban la mayoría de las noches. Allí el rey, entre chulos, prostitutas y borrachos, se siente a sus anchas, bebe, canta, ríe y se refocila con la ilustre propietaria de la casa: Pepa la malagueña.

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