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Una nota a pie de página en el segundo volumen del 'Epistolario' de Alberto Jiménez Fraud, recién publicado por la Fundación Unicaja y la Residencia de Estudiantes, trae de nuevo a la actualidad la figura de otro malagueño, Luis Antonio Bolín Bidwell, encargado de alquilar el avión donde viajó Franco desde Canarias hasta el norte de África para ponerse al frente del golpe militar que desembocó en la guerra civil. De la mano del historiador y profesor de la Universidad de Málaga Víctor Heredia, la figura de Bolín -tío del que fuera alcalde de Benalmádena, Enrique Bolín- surge como «uno de esos personajes que ocupan un plano quizá secundario, pero fundamental en diversos acontecimientos cruciales de la Historia».
De hecho, Luis Bolín entra y sale de escena en diversos momentos esenciales en los primeros años de la guerra. Primero, como artífice del alquiler del 'Dragon Rapide' que llevó a Franco hasta el norte de África. Recuerda Heredia que Bolín era entonces corresponsal de 'Abc' en Londres y desde allí planificó, junto a Juan de la Cierva, el traslado de Franco desde Canarias hasta Marruecos aquel 18 de julio de 1936. Bolín contaba con los contactos y el dominio del idioma necesarios para realizar la operación con discreción, que se enmascaró como un supuesto viaje turístico de una pareja británica. Su papel en aquella maniobra le hizo ganar enteros en la organización de los golpistas, si bien otro episodio le haría perder ese protagonismo.
Fue su labor como intermediario en la entrevista que el general Gonzalo Queipo de Llano realizó con el periodista y escritor Arthur Koestler, cuyo texto publicado en la cabecera británica 'News Chronicle' no dejaba al militar en muy buen lugar. «Lo mataré como a un perro», dicen que exclamó Bolín, en alusión al periodista que también actuaba como espía del bando republicano. De hecho, Bolín estuvo a punto de cobrarse la vida de Koestler, testigo de la caída de Málaga y de La Desbandá. El escritor había buscado refugio en la residencia de Sir Peter Chalmers-Mitchell en El Limonar y quiso el destino que la vivienda estuviera separada apenas unos metros por el domicilio de la familia Bolín, como cuenta Heredia.
Bolín apresaría a Koestler y cuando éste estaba a punto de pasar por el paredón, se topó con la intermediación del gobierno británico, que había negociado su intercambio con Josefina Gálvez, esposa del aviador Carlos de Haya. Fue el propio piloto quien se encargó de trasladarlo en aeronave hasta la frontera con Gibraltar, tal y como relata Jorge Freire en su biografía de Koestler.
Pero el papel de Bolín no quedaría ahí. Como jefe del recién creado Servicio Nacional del Turismo, el malagueño idearía las llamadas 'Rutas Nacionales de Guerra'. «Su objetivo principal al frente de dicho organismo será que España sea visitada por aquellos interesados en conocer de primera mano lo que está ocurriendo y lograr así difundir la versión nacional para confirmar, de este modo, que la sublevación militar estaba justificada y era, sin lugar a dudas, necesaria para la salvación del país», escribe Eva Concejal López, en una investigación recogida por la Biblioteca Nacional.
«El objetivo era claro y tenía el apoyo del general Franco que, según Serrano Suñer, ministro de Interior, compartía la idea de que abrir la zona nacional a los turistas serviría para mostrar al mundo entero la verdad de España, de la guerra y de su movimiento político», relata Concejal López en su artículo.
La especialista añade: «Ni en los años más duros, como lo fueron los de la Guerra Civil, se quiso prescindir de esta potente herramienta de propaganda política y así lo confirma Bolín en su libro 'España. Los años vitales' cuando dice: 'Muchos vinieron para averiguar cómo iba la España de Franco... algunos aspiraban a reunir datos auténticos destinados a respaldar relatos lóbregos sobre represión y hambre en nuestra retaguardia. Las fantasías de esta especie fueron deshechas por escritores objetivos cuyo argumento básico -Franco no expondría la zona nacional a investigaciones ajenas, si fuese cierto lo que esos aseguran- resultó difícil de rebatir».
La muerte sorprendería a Luis Bolín el 3 de septiembre de 1969 durante una visita a Málaga. Está enterrado en el panteón familiar del Cementerio de San Miguel.
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