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Paseo de la Alameda a mediados del siglo XIX. SUR
La Málaga de mediados del siglo XIX vista por una viajera inglesa
A la sombra de la historia

La Málaga de mediados del siglo XIX vista por una viajera inglesa

Sábado, 31 de agosto 2024, 00:01

Louisa Tenison (1819-1882) pertenecía a una familia de origen irlandés y estaba casada con un militar. Mujer de espíritu aventurero, viajó a Oriente antes de pasar un par de años en España, entre 1850 y 1852. Sus impresiones las recogió en un libro, Castilla y Andalucía, que publicó en Londres al año siguiente y que fue elogiado por el propio Richard Ford, paradigma de los viajeros románticos. Desde Gibraltar, Lady Tenison pasó por Málaga, Granada, las Alpujarras –y subió en mula al pico Veleta–, Sevilla, Cádiz y Jaén. Y tras recorrer Andalucía de punta a punta, visitó Madrid y algunas ciudades castellanas.

La viajera inglesa se interesa especialmente por las costumbres y el carácter de los españoles. El espíritu romántico que la invade contribuye a crear una imagen de una Andalucía legendaria, anclada en tiempos pretéritos. Por ejemplo, cuando divisa Málaga desde el barco por primera vez, se la imagina como un campo de batalla durante la Reconquista de la ciudad por los Reyes Católicos. Solo se despierta de su ensueño cuando admira sorprendida las chimeneas de las fábricas de Heredia. A la señora Tenison también la podemos considerar una viajera romántica cuando busca lo pintoresco en las descripciones de los lugares por los que va pasando.

Lady Tenison viajó a España por la bonanza del clima, especialmente el de Málaga, donde pasó el invierno con resultados beneficiosos para su salud. Desde hace unos pocos años, Málaga se ha convertido en la residencia favorita de los enfermos. Su clima, con toda certeza, es extremadamente suave y benigno. Y los enfermos que pueden conseguir una habitación soleada raramente habrán de soportar el frío durante el invierno. Apenas hay lluvias.

Plaza del Obispo. Anónimo 1800. SUR

Nuestra viajera llegó a Málaga en octubre de 1850. Al bajar del barco que la traía desde Gibraltar, tuvo que soportar el «torbellino y confusión» de los agentes de aduanas, examinando los equipajes, y los molestos empleados de los hoteles, cada uno recomendando las bondades del suyo «con las vehementes gesticulaciones que muestran los exaltados habitantes del sur». Tenison se hospedó en un hotel de la Alameda, sin especificar cuál, pues no le fue posible alquilar una casa amueblada. El mobiliario de su habitación era espartano: se reducía a una cama, un sofá, una mesa con algunas sillas. Nada de alfombras ni de cortinas ni de otras comodidades a las que estaba acostumbrada. A pesar de todo, le pareció muy superior a la media de los hoteles españoles, aunque le faltaba mucho para igualar a otros establecimientos del continente. Eso sí, la habitación le pareció maravillosa porque entraba a raudales el sol invernal. La Alameda la describió como un bello paseo, pero polvoriento, sin sombra ni flores, donde todo el mundo paseaba arriba y abajo para ser visto. La afeaba el estar rodeada de dos filas de casas, lo que la incomunicaba con el mar.

Sin embargo, Louisa Tenison nos deja pasmados cuando se desengañó al descubrir la falta de belleza de las mujeres españolas, difiriendo del resto de los viajeros románticos que en el mundo han sido. Piensa que las mujeres se equivocan al cambiar la elegante mantilla y su velo negro por unos vestidos de colores rojos y unos chales amarillos, combinación que considera contraria al buen gusto. Y los hombres han abandonado la tradicional capa y pasean con gabanes y todo tipo de invenciones foráneas, rindiéndose a la moda francesa. A pesar de todo, considera que «las malagueñas están justamente capacitadas para disputar la palma con las habitantes de cualquier otra ciudad que hayamos visitado». Eso sí, le encanta el detalle de adornar su pelo con una flor.

Louisa Tenison recorre la provincia de Málaga

La viajera inglesa advertía a sus lectores de que en Andalucía son malas las posadas y la cocina, y había que soportarlas con paciencia oriental. Además, recomienda a futuros viajeros un mínimo conocimiento del idioma, pues solo encontró en Granada y Sevilla guías que hablaban francés. Ella misma realizó excursiones por los alrededores de Málaga y, a finales de marzo, subió al monte de San Antón, tras detenerse a descansar en una «granja» que había a medio camino. Admiró las rocas «cubiertas de diversas variedades de jaras, cuyas hermosas flores dan tanta belleza a la vegetación del sur». Estuvo en Alhaurín, «un bello pueblecito situado en las montañas». Siempre se desplazaba a caballo, la única manera de viajar en un país donde las carreteras eran infames. En cabalgar hasta Vélez empleó unas cinco o seis horas desde Málaga por un camino que rodeaba acantilados y arenosas playas. También visitó Torremolinos (ya copiamos su descripción en una entrega anterior), Antequera, Archidona, Ronda -con la cueva del Gato, Teba, Campillos y la laguna de Fuente de Piedra.

Lo que menos le gusta de la catedral es que el coro ocupe el centro, entorpeciendo la visión del resto del templo. Está llena de muchedumbres de mujeres, todas vestidas de negro, que se arrodillan o se sientan en el suelo con los pies recogidos debajo de ellas mismas, mientras abren y cierran sonoramente sus abanicos. En cambio, los hombres son menos y no se arrodillan, salvo en el momento de la consagración. No hay ningún asiento en el templo, por lo que todos deben permanecer de pie. En definitiva, Lady Tenison se lleva una buena impresión porque en la catedral no aprecia distinciones sociales: allí se juntan el rico y el pobre, el grande y el humilde.

Terminemos señalando que la viajera se queja de la falta de vida social en Málaga, a excepción del teatro y de algún baile de máscaras en el Liceo. En las casas no se recibía, salvo a los amigos íntimos o a los familiares.

Un año más, y ya van seis veranos y con este 284 artículos, Víctor Heredia y quien esto escribe queremos agradecer la fidelidad de los lectores de A la sombra de la Historia.

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