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josé maría garcía-herrera | fernando alonso
Lunes, 15 de marzo 2021, 00:42
En la plaza de la Constitución hubo una imprenta y librería desde mediados del siglo XVII. Este establecimiento permaneció abierto más de dos siglos y estuvo en manos de la misma familia, aunque figuró bajo dos apellidos distintos, los López Hidalgo y los Carreras, que lo mantuvieron durante seis generaciones, desde 1669 hasta 1888. Ese año se derribó la vetusta casa para poder abrir la nueva calle Larios. La famosa imprenta ocupaba parte del solar de lo que hoy es el Hotel Larios. Curiosamente, en 1890 abrió sus puertas, muy cerquita y en la misma acera de la plaza, la Imprenta y Papelería Catalana (fundada en 1865), que desde 1939 pasó a ser la Librería Cervantes.
Teniendo en cuenta que este último negocio cerró definitivamente en 2010, podemos asegurar que hubo una librería en la plaza de la Constitución a escasos metros de distancia a lo largo de tres siglos y medio (exactamente durante la friolera de 339 años), lo que no nos parece asunto baladí. Hoy en nuestra plaza más emblemática y malagueña ya no queda ninguna librería. En la era de la globalización solo resisten en la plaza de la Constitución cinco comercios malagueños, sin duda la cifra más baja de su historia: una relojería, una farmacia, una cafetería, una óptica y una panadería. El lector avezado puede averiguar fácilmente de cuáles se trata.
El 1574 se imprimió el primer libro en Málaga, en una imprenta antequerana, a cargo de un nieto de Elio Antonio de Nebrija: se trata de Figurae Bibliorum Veteris Testamenti, de Francisco de Ávila. Según el padre Andrés Llordén, el primer libro propiamente impreso en nuestra ciudad fue una Descripción general de África, estampado por Juan René en 1599. Sin embargo, los orígenes de la mítica imprenta de Mateo López Hidalgo, la imprenta de la plaza, hay que buscarlos en su tío Juan Serrano de Vargas y Ureña. Este era natural de Salamanca e hijo y nieto de impresores. Estuvo ejerciendo su oficio en Madrid desde 1606, en tiempos de Miguel de Cervantes, y más tarde en Sevilla, Osuna, Granada y, finalmente, en Málaga, adonde llegó en 1632. Aquí trabajó como impresor hasta 1657, año en el que falleció. Tuvo su imprenta en la calle Granada, entre la iglesia de Santiago y la calle Beatas.
Mateo López Hidalgo nació en Nerja. Sabemos que era sobrino de Juan Serrano de Vargas, con quien seguramente aprendería el oficio de impresor. Al morir su tío, Mateo López Hidalgo se hizo cargo de la imprenta. En 25 de abril de 1669 alquiló una casa en la principal plaza de nuestra ciudad, en la que de presente vivo, por la que pagaba cada año 106 ducados y dos gallinas. Por esta razón, 1669 es la fecha que podemos considerar como inaugural de la centenaria imprenta y librería de la plaza, aunque no sería descabellado adelantarla algunos años. López Hidalgo fue impresor oficial de la Santa Iglesia. Según Narciso Díaz de Escovar fue también poeta y «su establecimiento debía de ser bastante bueno, pues en el mismo se editaron libros de gran importancia, que aventajaron a los impresos por sus antecesores». Mateo López Hidalgo falleció en Málaga en los últimos años del siglo XVII. Fue amortajado con el hábito de San Francisco y enterrado en la iglesia de los Mártires.
López Hidalgo se casó en segundas nupcias con María Gutiérrez del Caño, con la que tuvo ocho hijos. Al morir aquel, fue su viuda la que se puso al frente de la imprenta, al menos entre 1698 y 1716. Creemos que hay que destacarla, porque no debía de ser nada fácil para una mujer dirigir una imprenta a finales del siglo XVII y principios del XVIII y durante dieciocho años. Más tarde, encontramos al frente de negocio a su hijo José López Hidalgo, que mantuvo los apellidos de su padre por el prestigio que le reportaba. Fueron momentos difíciles de la empresa familiar. En un escrito al Cabildo, José confiesa que tiene muchas dificultades económicas y pide que le sea concedida de nuevo la impresión de las cédulas de confesión del Obispado. José López Hidalgo introdujo en 1720 importantes reformas y modificó los caracteres de la imprenta, dotándola de mayor calidad.
El 7 de septiembre de 1733 la viuda de José López Hidalgo, Josefa Ros del Viso, se dirigió al Cabildo de la Catedral pidiendo continuar con la impresión de los villancicos en Navidad, y alegando que disponía de un sujeto hábil y capaz en el manejo de la imprenta. Se refería con toda probabilidad a Francisco de Arriba y Abarca, con el que posteriormente contraería matrimonio. Josefa Ros del Viso, otra viuda impresora en un mundo de hombres, tuvo también su mérito porque supo defender ante el Cabildo de la Catedral el contrato que tenía su primer marido y, a su vez, la habilidad de contratar a Francisco de Arriba, su futuro marido.
Para conocer qué fue de la imprenta de la plaza en la segunda mitad del siglo XVIII contamos con un documento excepcional. Se trata del testamento de Francisco de Arriba y Abarca, fechado en 1789. Este refiere en el escrito que tiene una edad avanzada y que su mujer, Josefa Ros del Viso, había fallecido ya. Cuenta que cuando se casaron ella solo aportó «una corta imprenta» y él el manejo de la misma, pero que la fue mejorando de manera notable con nuevas adquisiciones. Francisco de Arriba no tuvo hijos con Josefa y ella debió de morir joven ya que explica que, al fallecer su esposa, él se encargó de la crianza de su hijo Francisco López, del cual se sentía orgulloso porque le llamaba padre. Finalmente, hace un elogio de su hijo adoptivo, diciendo que siempre se ha portado con la mayor eficacia y mirando por la mejora de la imprenta.
Francisco de Arriba logró con su esfuerzo ser impresor de la Mesa Capitular, del Gobierno del Obispado, del Cabildo Eclesiástico y también del Cabildo de la ciudad de Málaga. Todo esto suponía que cada vez tenía más trabajo y que a él, por su enfermedad y con sólo el apoyo de Francisco López, le costaba más esfuerzo realizarlo. Así que en 1781, ante la dificultad de dar salida a todo el trabajo que le encargaban, Francisco de Arriba decidió contratar a un joven de veinte años llamado Luis de Carreras y Ramón. En definitiva, Francisco de Arriba es también una persona fundamental en el devenir de la imprenta de la plaza, ya que la va a mejorar notablemente y consigue que su rendimiento sea óptimo. Por último, tiene la visión de emplear a Luis de Carreras y de entrever en él a la persona idónea para seguir al frente de la imprenta.
Luis de Carreras y Ramón (1761-1842), en palabras del propio Francisco de Arriba, era una «persona hábil, de reconocida suficiencia y especial conocimiento para el manejo de la imprenta, oficio que ejecuta a satisfacción mía y de toda mi familia a mi cargo.» Luis de Carreras era de origen hidalgo y había nacido en Abarán, provincia de Murcia, pero de familia oriunda de la merindad Trasmiera, en la montaña cántabra, donde nacían los hijosdalgo. Debió de aprender desde muy joven el oficio de impresor. Se casó con la hija de Francisco López Hidalgo, Rosa López, quien era bisnieta del fundador de la saga. De esta manera, Luis de Carreras enlaza con la familia de los López Hidalgo. La boda se celebró en la iglesia de los Mártires en 1789 y del matrimonio nacieron once hijos, nueve varones y dos hembras. Los dos mayores murieron, siendo jóvenes, luchando en la Guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas.
Luis de Carreras ya estaba encargado y agregado a la imprenta de los López Hidalgo a finales del siglo XVIII. El primer libro impreso bajo su nombre lleva la fecha de 1792. Desde entonces Carreras ejerció el divino y nobilísimo oficio de imprimir libros, con el que alcanzó merecida fama y celebridad. Escuchemos a Andrés Llordén:
Su actividad como impresor fue intensa y su producción extensa en calidad y cantidad. Siguió la escuela de sus antecesores, los López Hidalgo, y la mejoró notablemente por la pulcritud y belleza, la nitidez y elegancia de sus impresiones.
Luis de Carreras consiguió los más importantes honores que podía alcanzar en su oficio. Fue nombrado impresor oficial de la ciudad, de la Dignidad Episcopal, de la Santa Iglesia Episcopal, de la Maestranza de Ronda y del Real Colegio de San Telmo, títulos que avalan el buen crédito que tenía como impresor en nuestra ciudad. Su establecimiento también funcionaba como librería, para dar salida a los libros que él mismo estampaba y los de otros impresores locales o foráneos. Además, sabemos que vendía prensa y otras publicaciones periódicas, cuya lectura comenzó a generalizarse ya desde finales del siglo XVIII. Luis de Carreras participó activamente en la difusión de la prensa andaluza. En este sentido, en el periodo que abarca desde 1789 hasta 1808, la librería de la plaza era el segundo punto de venta más importante de Andalucía porque tres publicaciones periódicas salían de sus propias prensas: las Conversaciones históricas malagueñas, el Diario de Málaga y el Semanario erudito y curioso de Málaga, del que Carreras era también redactor. Además, se vendían en su negocio otras tres cabeceras: el Correo de Cádiz, el Postillón del Correo de Cádiz y el Mensajero económico y erudito de Granada.
Años más tarde, por sus ideas liberales, fue el editor del periódico La Confederación Patriótica de Málaga, de la sociedad patriótica del mismo nombre, una de las primeras en fundarse en España en abril de 1820, ya que Málaga era uno de los focos liberales más importantes de nuestro país. Como las demás que se crearon en el Trienio Liberal, su objetivo era difundir los valores de la Constitución de 1812 y propagar los principios del liberalismo. Tuvieron sus debates tanto éxito de público que acabaron fijando su sede en el convento de San Agustín.
La imprenta de Carreras, conocida también como la imprenta de la plaza, tenía una puerta trasera que daba a una especie de prolongación de la calle de las Siete revueltas, conocida como Barrera de los Postigos. Desde este callejón, por un portillo llamado el postiguillo, entraban a diario amigos de Luis de Carreras para reunirse en animada y amistosa tertulia. Por allí pasaban sacerdotes, jubilados, políticos y literatos, entre los que destacó el canónigo Cristóbal Medina Conde, que firmaba con el seudónimo de Cecilio García de la Leña, y José María de Salamanca y Mayol, futuro marqués de Salamanaca. Contaba Díaz de Escovar que allí discutían de lo divino y de lo humano, hablando por los codos, y esperaban a que llegase la hora de las oraciones, para rezarlas y marcharse después a sus respectivas casas utilizando muchas veces la tradicional linterna, que les permitía atravesar sin tropezones ni malos encuentros las solitarias calles de la ciudad.
Esta fue la primera tertulia literaria de las que existieron en Málaga. Fue tachada de afrancesada porque en ella se daban cita personas afines a José I. Esta reunión literaria tenía su contrapunto en otra tertulia que se celebraba en la otra librería importante de nuestra ciudad, la de Martínez de Aguilar, en la que abundaban los frailes y los realistas partidarios de Fernando VII, los patriotas y los militares. Esta última librería, que abría sus puertas en la calle Marqués, también era imprenta y en ella se editó (años más tarde) el conocido periódico El Avisador Malagueño. Ambas librerías, la de Carreras y la de Martínez de Aguilar, compiten por ser la famosa librería de la Málaga de las cien tabernas y una sola librería.
Luis de Carreras, conocido por su fama de liberal, escondió en su propia casa al mismísimo general José María de Torrijos, emparedado en una habitación a la que se accedía por un armario de pino negro que tenía disimulada una puerta en su parte trasera, tal y como contamos en un artículo anterior.
Según Llordén, Carreras «era hombre notable por su instrucción, de tendencias liberales, tan en boga en la época, pero de intachable conducta en su vida, como de indiscutible moralidad en sus costumbres». Es decir, de firmes creencias católicas aunque políticamente fuera liberal. Su nieta, Concha Carreras y León, contaba que su abuelo era «moreno, espigado, de ademanes enérgicos y de sugestivo convencer. Tenía mucho nervio y tesón». Luis de Carreras y Ramón falleció a los ochenta años el día de Reyes de 1842, a las cuatro de la tarde, víctima de una fulminante apoplejía.
Durante más de medio siglo Luis de Carreras ejerció su oficio y elevó a gran altura en Málaga el arte tipografico. Al fallecer, el fondo bibliográfico con el que contaban los depósitos de su librería estaba formado por 249 títulos y 915 ejemplares, sin contar un número importante de obras incompletas. Todo fue valorado por los tasadores en 6.546 reales. Teniendo en cuenta que por aquel entonces en Málaga vivían unas 68.000 almas y que el índice de analfabetismo era muy alto, nos parece que este fondo editorial nos proporciona una idea de la importancia para nuestra ciudad de la imprenta y librería de la plaza.
Los hijos de Luis de Carreras se limitaron a seguir las huellas trazadas por su padre. En 1842, tras el fallecimiento de don Luis, sus sucesores acordaron continuar el negocio formando una compañía, que denominaron Herederos de Luis de Carreras. Desde 1853 ya aparece en solitario el nombre de Fernando Carreras y López. Fernando Carreras era el octavo hijo de Luis de Carreras. Se casó con Rafaela León Arévalo, con la que tuvo nueve hijos, dos de ellos varones, Eduardo y Fernando, llamados a sucederle al frente del negocio. Fernando Carreras, tan liberal como su padre, fue capitán de la Milicia Nacional, concejal y miembro destacado del Partido Progresista de Málaga y, más tarde, del Partido Radical.
Antonio Guerola, que fue gobernador civil de Málaga entre 1857 y 1863, nos dejó una breve semblanza de Fernando Carreras. Durante la epidemia de cólera de 1860, que mató a 2.336 malagueños de los 5.344 que contrajeron la enfermedad, Carreras no huyó de la ciudad en esos terribles días como otros compañeros suyos del Ayuntamiento, sino que se mantuvo al frente de su puesto como concejal encargado del cementerio. Así nos lo cuenta Guerola:
Este concejal no solo permaneció firme en su puesto durante toda la epidemia, sino que tiene el mérito especial de haber estado encargado del cementerio y de las obras de ensanche del mismo, que precipitadamente hubo que emprender para la inhumación de los coléricos. Era comisión desagradable y peligrosa. El señor Carreras la desempeñó de una manera inmejorable. Despreciando el peligro y lo imponente que era el cementerio en los días de la epidemia, se le vio todas las tardes allí inspeccionando los trabajos, vigilando sobre el reconocimiento de los cadáveres, confiado a un facultativo, y poniendo aquel lúgubre establecimiento en estado que forma uno de los objetos dignos de visitarse en esta ciudad.
Durante la Gloriosa su imprenta pasó a denominarse como Imprenta de la Libertad, Carreras e Hijos. Fernando Carreras y López se hizo cargo de la imprenta y librería de la plaza durante casi cuarenta años, hasta su muerte el 2 de noviembre de 1882. Al ser concejal en el momento de su fallecimiento, en las Actas Capitulares consta lo siguiente: «El señor presidente (el alcalde) dijo que tenía el sentimiento de participar a la corporación que otro individuo de la misma, el señor don Fernando Carreras y López había fallecido, causando honda pena entre sus numerosos amigos, porque era una persona muy estimable como particular y hombre público». El Ayuntamiento acordó «dispensar los derechos de sepelio y costear los gastos del entierro, como prueba de las consideraciones que merecía al finado».
Tras la muerte de Fernando Carreras y López, su hijo Eduardo Carreras y León se convirtió en la cabeza del negocio, parece ser que ayudado por su hermano Fernando, doce años más joven. Ellos dos formarían la tercera generación de los Carreras y la sexta de impresores a cargo de esta centenaria e histórica imprenta malagueña. En 1888 Eduardo y su hermano Fernando tuvieron que dejar el local de la plaza de la Constitución, cuando su casa fue expropiada forzosamente y derribada para poder abrir el arranque de la nueva calle Larios. La imprenta entró en franca decadencia. Sabemos que pasó a denominarse «Establecimiento Tipográfico E. Carreras» y que se trasladó a la calle Duque de la Victoria número 4 y, poco después, a otro local de la calle Alonso Benítez, en Lagunillas. Desde 1899 se pierde la pista de esta vieja y secular librería que tanto hizo por la difusión de la cultura en unos tiempos en los que la mayoría de la población malagueña era analfabeta.
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