La inteligencia, la laboriosidad y la honradez de este malagueño, tío de Bernardo de Gálvez, le llevaron a ocupar una altísima responsabilidad en el gobierno de Carlos III. A él le debemos la creación del Archivo de Indias, entre otras cosas
«En la Villa de Macharaviaya, en siete de enero de mil setecientos y veinte años, yo D. Alonso de Carrión y Cáceres, bauticé a Joseph Bernardo hijo legítimo de D. Antonio de Gálvez y D.ª Ana Gallardo, vecinos y naturales de dicha villa. Declaró el dicho su padre no haber tenido otro del mismo nombre, y aseguró con juramento que nació el día dos del dicho mes y año…».
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Aquel niño, segundo de un matrimonio tan sobrado de hidalguía como escaso de riqueza, estaba llamado a tener una brillantísima trayectoria. Se cumplen hoy 300 años del nacimiento de una figura excepcional, de un gran político que puso por encima de todo su afán por servir a España. Su inteligencia, su laboriosidad y su honradez le llevaron a ocupar una altísima responsabilidad durante los últimos 11 años de su vida en el gobierno de Carlos III. Lógicamente aunar las citadas tres grandes cualidades no se perdona, ni en España ni en ningún otro país del mundo.
Por ello hoy existe también una leyenda negra sobre los Gálvez y en concreto sobre José de Gálvez: raro resulta no ver asociada la palabra nepotismo a su trayectoria. A desmontar esta falacia ha dedicado tiempo y esfuerzo la Asociación Bernardo de Gálvez, por más que sea una tarea titánica.
José de Gálvez destacó desde que era muy joven. Su clara inteligencia atrajo la atención del obispo malagueño González de Toro cuando hacia el año 1733 realizó una visita pastoral a Macharaviaya. Esto fue determinante en su vida, pues gracias a la influencia del citado prelado –y a su sucesor, Gaspar de Molina, que llegó a ser presidente del Consejo de Castilla– pudo estudiar Leyes, y licenciarse en Salamanca con 24 años. Muy pronto el Ayuntamiento de Málaga le encomendó defender los intereses de la ciudad en Madrid, y pocos años más tarde fue elegido Alcalde de Casa y Corte y letrado de los Reales Consejos.
Blasón de José de Gálvez.
Su creciente prestigio como jurista motivó que la embajada de Francia en Madrid lo escogiera como asesor jurídico. Otro relevante nombramiento fue, en 1762, el de abogado de cámara del príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV.
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La biografía de José de Gálvez y Gallardo escrita por José Béjar Cunquero, párroco de Macharaviaya a comienzos del siglo XX, que hemos localizado en la Universidad de California-Berkeley, recoge una tradición oral que demuestra fehacientemente el carácter de nuestro personaje. Se cuenta que tuvo que defender los intereses de una empresa francesa en un pleito contra el estado español, y que lo ganó. El Rey mandó traerlo a su presencia, y al recriminarle su actitud, Gálvez respondió: «Señor: antes que el Rey está la Ley».
Nombrado en 1765 Visitador General de los Tribunales y Real Hacienda de Nueva España, cargo que ejerció hasta 1771, logró controlar la corrupción que viciaba el Virreinato reformando su administración. Allí, además, desarrolló una extraordinaria iniciativa: la evangelización y civilización de la Alta California, evitando así que pudiera caer bajo el dominio del imperio ruso.
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Retrato de José́ de Gá́lvez.
Pero su etapa más importante comenzó el año 1776 al ser nombrado Ministro Universal de Indias, es decir, responsable de todos los ramos de la Administración en los dominios españoles. Nunca antes una persona ejerció un poder tan amplio, lo cual refleja su enorme capacidad. La gobernación de las Indias dio la medida de la inteligencia, el tesón y la energía de José de Gálvez. Su mandato comenzó precisamente el año en el que las Trece Colonias inglesas en Norteamérica declararon su independencia de la metrópoli. José, junto con su hermano Miguel, fue responsable de diseñar la estrategia para el anunciado conflicto contra los británicos, que comenzó en 1779. Por ello ambos fueron los supremos responsables de dirigir la guerra en América, y los triunfos allí logrados por su hermano Matías y por su sobrino Bernardo resultaron determinantes para que Estados Unidos lograra su independencia.
Una de las islas Tonga, en el Pacífico Occidental, lleva el nombre de José de Gálvez
Entre las muchísimas y acertadas iniciativas y reformas de la administración de las Indias cabe citar la creación de la Comandancia de las Provincias Internas de la Nueva España y del Virreinato del Río de la Plata, el impulso al sistema de Intendencias, con el que intentó acabar con la corrupción, la liberalización del comercio con América desde numerosos puertos de la Península, entre ellos Málaga, o la creación de la Real Compañía de Filipinas.
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Los Gálvez, José y Miguel, fomentaron también el conocimiento científico impulsando expediciones hacia América, como las de Ruiz y Pavón, Sessé y Mociño y José Celestino Mutis. Hoy una de las islas Tonga, en el Pacífico Occidental, lleva el nombre de José de Gálvez. A él le debemos la creación del Archivo de Indias, Patrimonio de la Humanidad. Y, para evitar que la Leyenda Negra prosiguiera su destructiva tarea contra España, instó a la Real Academia de la Historia a encontrar «el medio que le pareciera más oportuno y decoroso para vindicar la verdad de la historia, el honor de la nación, la justicia de la conquista y gobierno de América, y la reputación de sus conquistadores».
José́ de Gálvez, a la derecha de Carlos III, en la firma de la creación de la Compañía de Filipinas.
Otra de sus brillantes iniciativas fue impulsar la adquisición en Inglaterra de máquinas de vapor, con objeto de resolver el desagüe de las minas de Almadén, cuyo mercurio era clave para beneficiar el oro y la plata.
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Muchas son las mejoras que José de Gálvez, junto con su hermano Miguel, propició para Málaga. Recordemos la fábrica de naipes y la gran iglesia de San Jacinto en su pueblo natal, los caminos de Vélez y de Antequera, el establecimiento del Montepío de Cosecheros, la institución del Consulado, la creación de las escuelas de Macharaviaya o del Real y Militar Colegio Náutico de San Telmo, la solución del gravísimo problema que suponían los periódicos desbordamientos del Guadalmedina, el impulso a la traída de aguas con la construcción del acueducto de San Telmo, la creación de la Alameda, la continuación de las obras del Puerto… e incluso la construcción de la Aduana, que indudablemente fue iniciativa suya.
Málaga, agradecida, nombró regidores honorarios y perpetuos a José y a Miguel de Gálvez. En 1783, como reconocimiento a sus relevantes servicios a la Corona, y al tiempo que su sobrino recibía la merced de Conde de Gálvez, el rey le concedió a José de Gálvez la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III.
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Impreso oficial de D. José de Gálvez
Y, posteriormente, en 1785, le nombró Marqués de Sonora (sin el «la» que muchos erróneamente anteponen). Resulta imposible que un monarca como Carlos III –o su primer ministro Floridablanca– hubiese mantenido a José de Gálvez hasta su muerte como ministro de Indias, o que se le hubiesen concedido tales y tan importantes distinciones, si hubiera habido alguna mancha en su trayectoria.
Obviamente protegió a sus familiares más directos. Pero la acusación de «nepotismo» que tantas veces se ha lanzado contra él queda desmontada recordando los nombramientos de su hermano Matías como capitán general de Guatemala y de su sobrino Bernardo como gobernador de Luisiana. Eran los destinos de más altísima responsabilidad ante el previsible conflicto bélico contra los ingleses, y en ambos su hermano y su sobrino lograron decisivos triunfos, superando unas circunstancias muy difíciles, muestra de sus extraordinarias cualidades. Porque queda fuera de toda duda que el nepotismo pierde su negatividad cuando el nombramiento para un cargo no representa una cómoda y bien dotada canonjía.
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Oficio de D. José́ de Gá́lvez comunicando la concesió́n del título de Márqués de Sonora
José de Gálvez murió el 17 de junio de 1787 en Aranjuez, en donde en ese momento estaba la Corte. Sobre su fallecimiento también se ha especulado con falsas y truculentas informaciones. Lo cierto es que fue un extraordinario gobernante, fiel a su patria y a su rey, un hombre culto, eficaz en su gestión y con una honradez a toda prueba, todo lo cual le creó no pocos enemigos.
Es indudable que Gálvez tuvo un carácter enérgico –uno de sus retratos resulta muy expresivo– y que pudo excederse en aras del mejor cumplimiento de lo que consideraba su deber. Acometió muchas iniciativas novedosas que chocaron con los que defendían a ultranza las estructuras del Antiguo Régimen, y también en muchas ocasiones se equivocó. Por supuesto. Ese es un privilegio exclusivo de los emprendedores, no de los que no toman decisiones o las toman a destiempo.
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Blasó́n de José́ de Gá́lvez labrado en el frontisficio de su ataú́d de piedra. Iglesia de Macharaviaya.
Para quienes quieran ampliar su conocimiento sobre tan extraordinario gobernante nos permitimos recomendar el libro de María Soledad Santos o el artículo de María Luisa Pernía en el nº XXIV de la revista Péndulo, del Colegio de Ingenieros Técnicos de Málaga, descargable en su página web.
Carlos Gutiérrez de los Ríos, duque de Fernán Núñez, uno de los contemporáneos de José de Gálvez, dejó escritas las siguientes palabras: «Incremento análogo al de España tomaban las Indias bajo el ministerio del marqués de Sonora, vivo retrato del conde de Gausa (ministro de Hacienda) en la integridad y en la inteligencia y desemejante en todo del temple del alma, pues enérgico en los pensamientos y en las obras, a correspondencia de las necesidades imaginaba los arbitrios para satisfacerlas, hacía cruda guerra a los abusos y rostro firme a sus mantenedores, y sorteaba los escollos o saltaba por las dificultades«.
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Y, ya para concluir esta apretada síntesis, resultan extraordinariamente significativas estas frases escritas por Domingo Cabarrús, muy relacionado con Málaga: «y aquel Gálvez, no bien apreciado por sus contemporáneos, pero que en medio de muchas equivocaciones es el único ministro que he tratado que fuese susceptible de entusiasmarse por el bien y la gloria de su país…».
José de Gálvez merece que su memoria sea reivindicada. Sus desvelos por Málaga fueron constantes. Sería muy difícil determinar quien hizo más por nuestra ciudad, si Cánovas o José de Gálvez. Por ello su nombre –junto a los de sus hermanos Matías y Miguel y el de su sobrino Bernardo– merecería quedar grabado en mármol en recuerdo y reconocimiento de su insigne trayectoria. Sitio queda para colocar una gran lápida en el Salón de Sesiones de nuestro Ayuntamiento, del que José y Miguel, como ha quedado dicho, fueron regidores perpetuos. Honrar la memoria de tan egregios personajes de la Historia de España es un deber que debemos afrontar.
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