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Si hace unos días hablábamos de Alejandro Sawa, el príncipe de los bohemios, hoy lo queremos hacer de Pedro Luis de Gálvez, otra leyenda de ... la bohemia española. Ambos se criaron en la plaza de la Merced. Pedro Luis de Gálvez fue el protagonista de la novela Las máscaras del héroe, libro que lanzó a la popularidad a Juan Manuel de Prada. Y según Borges, Gálvez es el autor de algunos de los mejores sonetos del castellano.
Pedro Luis de Gálvez era descendiente de los famosos Gálvez de Macharaviaya. Contaba Sesmero que su hermano Antonio, campanero de la catedral y padre de quince hijos, estuvo a punto de reclamar, en los años cincuenta del siglo pasado, los títulos nobiliarios de los Gálvez cuando estos estaban a punto de prescribir. Nuestro protagonista nació en 1882 en el número 7 del pasaje de Campos, justo a la espalda de la casa natal de Picasso, con quien se llevaba tan solo seis meses. No podemos descartar que en algún momento el escritor y el pintor fueran compañeros de juegos en la plaza. Lo que sí es seguro es que ambos artistas fueron amigos de juventud y madurez. En alguna de sus obras, Gálvez evoca la iglesia de la Merced, transformándola en parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes.
Su padre trabajaba de contable en la casa de comercio de Heredia. No creemos que fuera general carlista como afirmaba Julián Sesmero, pero sí tuvo que ser un hombre muy conservador y de ideas tradicionales, que intentó inculcarlas a sus siete hijos. Padre autoritario, practicante de un catolicismo exacerbado, tuvo muchos enfrentamientos con Pedro Luis, quien estudió en el seminario y recibió una estricta educación religiosa, como lo había hecho veinte años antes Alejandro Sawa. Su madre se llamaba María del Carmen López y Domínguez y la describió como «espejo de hermosura cuya radiante luz ha iluminado la negrura de mi camino».
Gálvez debió de ser un lector muy impresionable, amante de las comedias de capa y espada, los lances de honor y los relatos de aventuras. En el colegio eclesiástico odiaba al catedrático de latín ('ventrudo clerigazo'), quien le tiraba de las orejas hasta sangrar, lo que provocaba que escapase con otros chaveas a jugar al río y a curiosear al barrio de la Trinidad o del Perchel. Compuso una sátira en verso contra uno de sus profesores, acusándolo de pecado nefando, por lo que fue expulsado del seminario. Gálvez afirmaba que «mi infancia corrió triste».
Existen dos versiones sobre las razones que indujeron a la familia Gálvez a abandonar Málaga. La primera de ellas hace referencia a la ruina de los Heredia, que provocó que el padre de familia se quedase sin trabajo. Entonces un amigo suyo muy rico le ofreció un empleo como administrador de una finca que tenía en la provincia de Albacete. El dueño era un gran tirador y le gustaba probar su puntería utilizando como blanco el sombrero, el bastón o el bigote del padre, hasta que éste se hartó y dejó el puesto. La otra teoría, menos rocambolesca, afirma que el paterfamilias consiguió una colocación en el ministerio de la Gobernación y se llevó a Madrid a toda la familia. A la capital de España llegó Pedro Luis de Gálvez un 15 de mayo de 1898, recién cumplidos los dieciséis años.
En cierta ocasión simuló estar moribundo para pedir dinero. Al llegar el sacerdote para administrarle la extremaunción, éste salió de la habitación gritando: «¿Pero qué clase de muerto es este señor que me pide diez duros?». Cuando nació muerto un hijo suyo, fue capaz de ir por las tabernas con el ataúd buscando dinero para el entierro. Otra vez le sableó quinientas pesetas al nuncio del Papa como adelanto por una obra sobre el Congreso Eucarístico que estaba a punto de terminar y que nunca se publicó.
Gálvez fue capaz de empeñar un gato vivo para conseguir algo de dinero. Otro de los procedimientos que dominaba nuestro sablista consistía en arrodillarse delante de un confesionario que estuviera de servicio en algún templo madrileño donde no le conocieran y, a través de la rendija, con voz lúgubre y patética, le endilgaba al sorprendido sacerdote una historia desesperante e incluso amenazaba con suicidarse allí mismo si no era socorrido de inmediato. Esta argucia solo podía emplearse una sola vez en cada iglesia.
Y de su hermano Antonio, el campanero, se conservan unos curiosos aguinaldos que utilizaba para pedir a los miembros del cabildo catedralicio malagueño.
Emilio Carrere definió a Pedro Luis de Gálvez como «mujeriego, bebedor, místico, anarquista, presidiario, pícaro y poeta». En efecto, fue condenado a seis años de cárcel por afirmar en un mítin que «el rey es el mayor cretino del reino». Fue indultado, tras cumplir tres años de condena, al ganar un importante concurso literario con un relato corto que envió desde la cárcel. Se casó con Teresa Espíldora Codes, con la que tuvo dos hijos: Pedro y José. Según Gálvez, su mujer era «una mocita malagueña, hija de un labrador acomodado, que lo dejó todo para seguirlo a él». Arenas la retrató en los últimos años de su vida y siempre llevaba colgado de su pecho un retrato de Pedro Luis, con el que nunca llegó a casarse.
Pero Pedro Luis de Gálvez fue conocido por sus sablazos. Dominaba todos los registros, desde el servil hasta la amenaza encubierta, para obtener un duro o dos pesetas: lloraba, se aporreaba las mejillas, imploraba como un mendigo… Decía que daba sablazos para llevarle pan a su hijos. A veces enviaba a uno de ellos para dar más lástima al pedir. Se decía que tenía una lista de 'suscriptores' tan copiosa que contaba con uno para cada día del año. ¿Quién era capaz de negarle dinero a Pedro Luis de Gálvez?
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