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¿Por qué ocurrió el incendio de la Aduana?
A la sombra de la historia ·
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A la sombra de la historia ·
Hubo 28 víctimas, entre ellas dos niños cuyos cadáveres se encontraron abrazadosCuatro fueron las grandes tragedias que sobrecogieron la Málaga de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX: los terremotos de 1884, el naufragio de la fragata Gneisenau (1900), la riada de 1907 y el incendio de la Aduana. La furia de los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego, respectivamente) parece que se aliaron para castigar nuestra ciudad. Sobre la tragedia de la Aduana se ha escrito mucho. Un artículo de Francisco Cabrera publicado hace un año en SUR es una estupenda síntesis de lo que ocurrió. Nosotros nos centraremos en analizar las causas del siniestro y sus consecuencias.
Eran las primeras horas del 26 de abril de 1922. Sánchez Tabodaela, periodista de 'El Cronista', salía aquella noche cansado de trabajar de su redacción de la calle Madre de Dios. Mientras se despejaba, oyó rumores de que algo sucedía en la Aduana. Llegó al edificio antes de que las campanas de la Catedral empezasen a repicar dando la voz de alarma. Subió al segundo piso y estuvo en las buhardillas del piso tercero. Entonces solo ardía el lado de la fachada principal. Las viviendas de la tercera planta tenían unos techos altísimos y estaban apenas separadas por frágiles tabiques, algunos de lienzo. Las cocinas, sin instalación alguna, usaban chimeneas que se abrían a través del tejado, con el peligro que ello suponía. Allí vivían en condiciones precarias 72 personas, según las cuentas del padrón municipal. Eran familias de funcionarios, ordenanzas y carabineros.
Sánchez Tabodaela fue testigo de cómo el fuego, en tan solo veinte minutos, se extendió a las otras tres alas del edificio. Se había originado sobre la una de la madrugada en la casa del empleado Cañamero, en el ángulo superior derecho de la fachada principal. El único acceso a las buhardillas era una escalera de madera, vieja y estrecha. Esta ardió en los primeros momentos y dejó a la mayoría de los habitantes atrapados, provocando la tragedia. Muchos prefirieron arrojarse al vacío antes que perecer entre las llamas. El fuego se veía desde todos los puntos de Málaga.
Los hermanos Álvaro y Antonio Rubio recogieron con una lona a once personas que se tiraban desde las alturas, entre ellos a un niño cuyo padre lanzó desde la cornisa. El padre, desvanecido, cayó inmediatamente después. Antonio Fernández Roza, de diecinueve años, subió y sacó a una mujer. Al entrar por segunda vez, el fuego no le dejó bajar y se tiró a la calle. El portero Diego Navas salvó a toda su familia pero luego volvió a por una máquina de coser, su bien más preciado. Se quedó atrapado. Antes de morir quemado, se pegó un tiro. Pero quizá el caso más trágico sea el de Andrés Rodríguez, uno de los empleados más antiguos de la Diputación, que pereció con su mujer, seis hijos y cinco parientes que habían llegado el día anterior desde Álora.
A las dos y media explotaron 400 cajas de cartuchos que había en la comandancia de carabineros. Todos los detenidos en la comisaría de la Aduana tuvieron que ser puestos en libertad. Como los bomberos no aparecían, la gente sacó violentamente las escalas del cercano Ayuntamiento. Pero estas apenas llegaban al primer piso y el agua alcanzaba una mínima altura. El diario conservador 'La Unión Mercantil', tan poco dado a las críticas, llegó a decir: «Un cuerpo muy a propósito para redoblar y tocar saetas y lucir airosos cascos en las procesiones de Semana Santa».
La tragedia se saldó con 28 víctimas, entre ellas los cadáveres de dos niños abrazados que los bomberos encontraron en la segunda planta. Todas las viviendas de esta planta también quedaron destruidas. Solo permanecían colgadas de las vigas las dos arañas de cristal que se habían instalado con motivo de la visita de Isabel II.
El poeta Emilio Prados fue uno de los muchos malagueños que esa noche acudió al lugar de la tragedia. Allí conoció casualmente a Manuel Ángeles Ortiz, un joven pintor granadino al que Falla había encargado buscar en Málaga cantaores para un concurso de cante jondo que se iba a celebrar en la Alhambra. Manuel Ángeles sería en 1926 el autor de la famosa portada del primer número de la revista 'Litoral'.
Según cuenta el profesor Francisco Chica, el poema de Prados 'Invocación al fuego', publicado en su libro 'La voz cautiva', nació de la contemplación del pavoroso incendio que sufrió el edificio más emblemático del poder civil en Málaga: «Es el símbolo incendiario de la utopía liberadora (…). De sus llamas purificadoras debe nacer el nuevo orden encaminado a la salvación moral del Hombre».
Ancha lengua que subes.
Tela que sin memoria, enloquecida,
devastas cuerpos, ríos y ciudades:
vuelve,
que vuelvas,
vuelve,
que te llaman las torres,
las crujientes venas,
la piedra en las campanas.
Entre los culpables se señaló al Ayuntamiento y al Gobierno Civil. El primero, por no disponer de un cuerpo de bomberos adecuado y con material moderno. (El alcalde, Narciso Briales fue insultado y abucheado al acercarse al lugar del siniestro). El segundo, por permitir que vivieran en la tercera planta familias sin reunir las condiciones adecuadas. Según parece, el origen del incendio se debió al hollín de una chimenea y se extendió con la ayuda de la antigua instalación eléctrica, cuyo cableado estaba colocado por la buhardilla sin protección alguna, prendiendo fuego a toda la techumbre. El historiador Antonio Lara Villodres recogió el rumor de que el incendio fue intencionado para destruir documentación que denunciaba corruptelas de algunos altos cargos. Se calcula que se quemaron varias toneladas de papel y el viento llenó la ciudad de expedientes, recibos y recursos. El gobernador civil tuvo que alojarse en un piso que le ofreció Félix Sáenz y la Diputación se trasladó a un palacete de la calle Beatas.
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