De cómo un humilde pescador del Perchel escondió en su casa al duque de Rivas
A la sombra de la historia ·
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Hoy pocos se acuerdan de Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano (1791-1865), duque de Rivas, autor de Don Álvaro o la fuerza del ... sino. Cordobés de nacimiento, participó en la Guerra de la Independencia, una contienda que empezó de alférez de caballería y la terminó de coronel. En la acción de Ontígola (Toledo, 1809), Saavedra perdió su caballo y se vio obligado a luchar a pie. Recibió once heridas, tres de ellas de importancia, en especial un sablazo en la cabeza y una lanzada con la que un soldado enemigo le atravesó el pecho. Su hermano Juan Remigio le dio por muerto (terrible momento) y le abandonó entre el resto de cadáveres. La caballería francesa y polaca lo pisoteó en su avance hacia Ocaña. Al caer la noche, Ángel de Saavedra se reanimó un poco y se encontró, en noche oscura y nublada, rodeado de muertos y moribundos. Un lugareño llamado Buendía, que merodeaba entre los cadáveres posiblemente rapiñando, lo escuchó y, viendo que el herido parecía persona de calidad, lo subió a la grupa de su caballo y lo llevó a Ocaña, donde se habían refugiado los españoles en su desesperada huida.
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En Ocaña Juan Remigio se hizo cargo de su hermano. Los médicos no lo operaron, pues lo consideraban una pérdida de tiempo. Fue atendido por un barbero del pueblo y curado de urgencia. En un carro, por los infames caminos manchegos fue llevado hasta Baeza, donde pasó veinte días hasta que, ya algo repuesto, pudo levantarse. Cuando el adolescente pudo valerse por sí mismo, fue trasladado a Córdoba para recibir los solícitos cuidados de su madre, ya viuda. Allí, en la casa familiar, pasó las navidades de 1809, que debieron de ser muy tristes. Pero no acabaron aquí las desgracias. Los franceses estaban invadiendo Andalucía y habían atravesado el paso de Despeñaperros el 20 de enero. Para no caer en sus manos, decidió huir con su madre a Cádiz. El viaje fue una verdadera aventura. La primera parada la tuvieron que hacer en Málaga, pues el estado de salud del futuro duque de Rivas no era ni mucho menos bueno.
La noche del 5 de febrero de 1810 el general Sebastiani, tras vencer las últimas líneas defensivas en el arroyo del Cuarto y en el de Los Ángeles, entró en Málaga con su temida caballería polaca. Ángel de Saavedra había llegado unos días antes a Málaga, escapando de los franceses, y se refugió con su madre en la casa de un pescador del Perchel. El dato es fidedigno y así se lo contó nuestro protagonista a su amigo Nicomedes Pastor Díaz, quien publicó en 1854 las Obras Completas de Ángel de Saavedra, en la Biblioteca de Autores Españoles, y escribió al inicio de la edición la vida del autor, biografía que el mismo duque revisó y corrigió:
Después de perder sus caballos, equipajes y dinero, tuvo que esconderse con su afligida madre, disfrazados ambos y faltos absolutamente de recursos, en la miserable barraca de un pescador del Perchel.
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¿Quién era este pescador? ¿Qué relación existía entre nuestro aristócrata y este humilde trabajador de la mar, en una época en las que las clases sociales vivían sin mezclarse, como el agua y el aceite? Es posible que se escondiera en barrio tan humilde para no levantar sospechas entre los franceses. Pero, al cabo, todas las precauciones que tomó Saavedra se mostraron inútiles y al final fue descubierto por un oficial que lo reconoció «por una casualidad». Se daba la circunstancia de que este militar afrancesado había sido acogido poco tiempo atrás en la casa cordobesa de los Rivas. Su amistad la demostró facilitando al escritor y a su madre un salvoconducto para que pudieran escapar a Cádiz, donde les esperaba Juan Remigio. Pero para conseguir el pasaporte, Ángel de Saavedra tuvo que pasar por la humillación de prestar acatamiento al rey intruso, José Bonaparte, algo que le debió de resultar moralmente traumático.
«Yo que abajo firmo, alférez de caballería y guardia de corps, ofrezco y prometo obediencia y sumisión al rey don José Napoleón, Rey de España e Indias, y a las leyes del Estado. Málaga, 8 de febrero de 1810. Firmado Ángel Saavedra».
Y añadió más abajo:
«No puede continuar el Real Servicio hallándose echando sangre por la boca a resultas de varias heridas. Vive en la calle de los Mártires».
Vaya mal trago. Cualquier procedimiento era válido en aquellos tormentosos días para conseguir la libertad. Obsérvese el detalle de que nuestro protagonista prometió y no juró.
Este valioso documento fue descubierto por Andrés Oliva Marra-López. El escrito autógrafo del joven adolescente Ángel de Saavedra se conservaba en el archivo del marqués de la Casa Loring y lo pudo localizar gracias a la ayuda de José Ignacio Álvarez de Toledo, conde de Villapaterna. Sabe Dios por qué caminos llegaría esta cédula a sumarse a los papeles del marqués. Al pie del documento alguien escribió: «Este fue luego duque de Rivas».
Gracias al documento en el que Rivas promete lealtad a Bonaparte, sabemos que el futuro dramaturgo ya no vivía en el Perchel sino en una casa, seguramente más confortable, de la calle de los Mártires. Francisco Bejarano cuenta que por aquellas fechas vivían en esta calle dos blasonadas familias: los Villalonas y los Ahumada. Quizá el joven y su madre se alojaran temporalmente en alguna de sus viviendas.
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Es evidente que los pocos días que Ángel de Saavedra pasó en Málaga no fueron agradables, si consideramos el grave dilema moral en el que se halló al tener que prestar lealtad y sumisión a un rey contra el que había luchado, y todo esto añadido a los innumerables sufrimientos físicos que le producían sus heridas.
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