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Víctor Heredia
Lunes, 24 de julio 2023, 00:34
Hasta el siglo XVIII la ciudad conservó una cerca amurallada que era su principal defensa ante posibles ataques del exterior. De hecho, durante los meses ... del asedio al que los Reyes Católicos sometieron a la Málaga nazarí en 1487, la muralla constituyó una barrera infranqueable para las tropas castellanas.
El recinto amurallado de la ciudad quedó formado en su perímetro definitivo entre los siglos XI y XIII, delimitando un trazado que desde el pie de la colina de la Alcazaba bordeaba la zona portuaria y el arenal hasta el río Guadalmedina, siguiendo hacia el norte y noreste por las actuales plaza de Arriola, pasillo de Santa Isabel, calles Carretería y Álamos, hasta llegar a la plaza de la Merced, para a continuación enlazar de nuevo con el recinto fortificado de la Alcazaba. Más allá de los límites de la medina se extendían los arrabales de Funtanalla, al norte, y Atabbanim, al oeste, al otro lado del río, que contaban con sus propias defensas amuralladas.
Las investigaciones arqueológicas han permitido en los últimos tiempos ir descubriendo restos de las cercas. Los de mayor importancia son visibles en la calle Carretería número. 62, donde se conserva un tramo intacto con una torre. También hay muros a la vista en la Librería Proteo y en la plazuela de la Virgen de las Penas. Existen tramos recuperados en subterráneos en los hoteles Tribuna (calle Carretería) y Posada del Patio (pasillo de Santa Isabel), en el aparcamiento de la plaza de la Marina y en la sede del Rectorado de la Universidad. En otros puntos los muros han sido estudiados y luego enterrados de nuevo, como ha ocurrido recientemente en la plaza de San Pedro Alcántara. En algunas calles el trazado de la muralla ha sido marcado en el pavimento mediante materiales de colores diferenciados, como ocurre en las calles Puerta Nueva, Alcazabilla, Ramón Franquelo y Granada.
La huella de la muralla también persiste en el callejero. Algunas de las viejas entradas de la ciudad siguen siendo importantes puntos de paso, como Puerta del Mar, Puerta Nueva y Puerta de Buenaventura. Otras han quedado como vías de menor tamaño e importancia, como Puerta de Antequera y Postigo de los Abades. Los Jardines de Puerta Oscura, en la ladera sur de la Alcazaba, recuerdan otra de esas entradas y hay calles que deben su nombre a puertas menores de las cercas de los arrabales: Postigos, Postigo de Juan Boyero y Postigo de Arance.
Otra pervivencia en el callejero son las vías que tienen una denominación común: los Muros. Se conservan en la actualidad tres: Muro de Puerta Nueva, Muro de las Catalinas y Muro de San Julián. Estas calles formaron parte del camino de ronda que discurría por el lado interior de la muralla, por lo que uno de sus lados era ese muro que les acabó dando denominación. El verdadero camino de ronda que utilizaba la guardia pasaba por la parte superior de la cerca y no se interrumpía, mientras que la ronda a nivel de calle no tenía continuidad en todo el recorrido amurallado.
La calle Muro de Puerta Nueva enlazaba esta entrada con la popular calle Camas y era espacio de tránsito de cosarios, arrieros y gentes que venían del campo a la ciudad y buscaban los mesones y posadas que abundaban en esta zona.
De todas las calles que tomaron su denominación de la vecindad con la muralla hay dos que ya no existen. Una es la del Muro de Espartería, que se extendía como prolongación de la calle Esparteros, hasta la calle Ancla. Las obras de la calle Larios modificaron la estructura viaria de la zona y redujo su longitud a la parte trasera de la Acera de la Marina. Formaba parte del núcleo de callejas de ambiente portuario que fueron demolidas en la década de 1940 con la reforma urbanística que dio lugar a la plaza de la Marina. La otra calle perdida lo fue en fechas más recientes. Se trata del Muro de Santa Ana (que en algunos planos antiguos aparece como Muro de Santiago), que recibía su nombre del cercano Hospital de Santa Ana, fundado a principios del siglo XVI para tratar enfermedades venéreas y cuyos restos han aparecido en el solar en el que estuvieron los cines Astoria y Victoria. Esta vía desapareció para habilitar el acceso al túnel de la Alcazaba que se construyó en los años noventa.
La calle Arco de la Cabeza se llama así desde que en el siglo XVII Catalina Bejarano construyó una pequeña capilla en la que colocó un lienzo de la Virgen de la Cabeza. Antes este tramo se llamaba Muro de la Puerta de Antequera, acceso medieval que perdió importancia con la apertura de la Puerta Nueva. Seguía a través del Muro del Santo Cristo (por un cuadro de un Crucificado expuesto en una capilla incrustada en la muralla), que después de que el convento de las monjas dominicas se instalara en la calle Andrés Pérez en 1787 pasó a ser conocido como Muro de las Catalinas, por la santa dominica Catalina de Siena.
A continuación, a partir del punto en el que se abría la Puerta de San Francisco, seguía el Muro de la Mancebía, lugar de prostitución que en el siglo XVI se había instalado aquí. A partir de 1683 el solar del desaparecido prostíbulo fue destinado a la construcción del Hospital de San Julián y empezó a ser llamado Muro de San Julián, aunque el comercio carnal se ha mantenido en esta zona hasta fechas muy recientes. Esta calle se prolonga hasta la plaza del Teatro, en la que el camino de ronda se perdía.
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