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Un grupo de tripulantes del Gneisenau, dirigiéndose a la fragata en barca unos días antes de la tragedia archivo municipal
Las historias desconocidas del Gneisenau: ropa y vino del farero, dormitorios y cena en el salón de plenos... y una letra de carnaval
SUR Historia

Las historias desconocidas del Gneisenau: ropa y vino del farero, dormitorios y cena en el salón de plenos... y una letra de carnaval

Más allá del título de 'Muy Hospitalaria' en el escudo y del obsequio a la ciudad del Puente de los Alemanes, el hundimiento de la fragata alemana en el Puerto de Málaga el 16 de diciembre de 1900 dejó decenas de detalles casi inéditos sobre los héroes anónimos, la asistencia a los heridos... y hasta lo que cenaron los supervivientes

Viernes, 15 de abril 2022, 23:33

La mañana del 16 de diciembre de 1900 ha quedado en la memoria colectiva como una de las más trágicas de nuestra historia reciente. El horror de una ciudad entera, que contemplaba cómo se hundía junto al morro de Levante la fragata-escuela alemana Gneisenau, ha llegado a nuestros días gracias al testimonio no sólo de los supervivientes, sino también de los cientos de malagueños que de una u otra manera colaboraron en el auxilio de los náufragos. El esfuerzo colectivo fue tal que la ciudad conserva la huella de aquel suceso tanto en su escudo -con el título de 'Muy Hospitalaria'- como en el callejero, con el regalo posterior del gobierno germano del conocido como 'Puente de los Alemanes'. Ambas circunstancias son destacadas cada vez que se recuerda aquella tragedia, pero el hundimiento del Gneisenau esconde decenas de historias mucho menos conocidas.

Por ejemplo, que de entre sus 41 fallecidos no había ninguno de religión católica porque poco antes del naufragio estos habían desembarcado para asistir a misa a la Catedral, que el Ayuntamiento de entonces (ubicado en el antiguo Convento de San Agustín) reconvirtió el salón de plenos en comedor y en dormitorio para asistir a los supervivientes o que, al contrario de lo que se afirma en muchas ocasiones, ningún malagueño murió en aquella tragedia. También que se destacó la «entrega y generosidad» de los habitantes de La Malagueta, que abrieron sus casas para acoger a los que escapaban del horror de las aguas o que el farero de la Farola y su mujer fueron de los primeros en dar ropa seca y vino a los supervivientes. O que un año después de aquella tragedia, en 1901, ya había una letra interpretada en el Carnaval que recogía los detalles de aquel acontecimiento.

Todas esas historias aparecen dispersas en los archivos de la ciudad, en investigaciones posteriores y en lugares que ya son el símbolo de aquella dramática jornada, como el Hospital Noble o el Cementerio Inglés. Hoy toca hablar de algunas de ellas.

El 'no' al aviso que pudo evitar la tragedia

El buque Gneisenau es arrastrado por las olas hacia las escolleras archivo juan temboury

Por poner cada cosa en su contexto, hay que recordar que buque-escuela Gneisenau -que puede asimilarse, hoy en día, a nuestro Juan Sebastián Elcano- tenía capacidad para 470 hombres y que se encontraba fondeado en Málaga unas semanas antes de aquel fatídico 16 de diciembre. Los documentos históricos confirman su llegada el 13 de noviembre para asistir a una delegación de la embajada alemana mientras ésta cerraba unos contactos diplomáticos con el gobierno marroquí. Mientras, aprovechaban para hacer prácticas diarias de tiro en alta mar y al término de la jornada regresaban al entorno del dique de Levante. El buen tiempo y la mar calma acompañaron a la tripulación hasta el 15 de diciembre.

Aquel día, el tiempo empeoró y en pocas horas se desató un temporal de una violencia extraordinaria. El historiador Elías de Mateo recoge en un artículo de la revista 'Isla de Arriarán' que la veloz bajada de los barómetros llevaron al comandante militar de marina de Málaga, Julián García de la Vega, a ponerse en contacto inmediatamente con el comandante de la fragata, el capitán Kretschmann, un experimentado marino de 46 años muy apreciado en Málaga, para pedirle que entrara en el recinto interior del puerto. Pero el aviso fue desatendido. La prensa de la época recoge la respuesta negativa en los siguientes términos: «Agradezco sus buenas intenciones, pero las aguas del Mediterráneo son mansas. La Gneisenau siempre salió victoriosa de los mares». Cuando el capitán alemán quiso hacer la operación 'in extremis', al filo de las once de la mañana del día 16, ya fue demasiado tarde.

La catástrofe, en la prensa: «Fue horrible el espectáculo»

Detalle de la portada de 'La Unión Mercantil' el 17 de diciembre de 1900 narciso díaz escovar

El archivo de Narciso Díaz de Escovar, que conserva una de las mejores hemerotecas de la ciudad, atesora los ejemplares del día después de la tragedia, con detalles dantescos de las escenas que se vivieron a la entrada del puerto y a pie de muelle. Es el caso de las portadas que publicaron el 17 de diciembre 'El Noticiero malagueño' y 'La Unión Mercantil', que coinciden en llevar a sus titulares principales la palabra 'catástrofe'.

Ambos dedican amplios artículos al momento del naufragio, pero resulta especialmente trágico este pasaje de 'La Unión Mercantil': «Fue horrible el espectáculo. El barco lanzado en una de sus muchas sacudidas contra las piedras de la escollera debió destrozarse recibiendo grandes vías de agua y empezó a irse a pique. Momentos de indescriptible y espantosa confusión que la pluma se resiste a describir. Marineros que para no sumergirse se suben a las vergas reclamando socorros. Botes que tan pronto se llenan de náufragos como se hunden en el mar arrastrando la carga de muchos hombres que se confunden con las irritadas olas. Jóvenes en la plenitud de la vida que pretenden salvarla nadando desesperadamente hasta que cansados, sin aliento, desaparecen en el agua tragados por el abismo. Otros eran empujados contra las piedras, abriéndose la cabeza, rompiéndose los brazos y las piernas, destrozándose mutuamente. El buque fue hundiéndose mientras tanto quedando sólo las extremidades de los palos fuera (…). Sobre estos continuaban los que habían buscado la salvación en las alturas».

Los primeros auxilios: la ropa y el vino del farero

Fotografía antigua de la zona del parque, ya construido, con el Hospital Noble, donde fueron conducidos los supervivientes, a la izquierda de la imagen archivo narciso díaz escovar

Es conocido que la ciudad de Málaga se volcó con la asistencia a los náufragos, pero en esos mismos artículos de prensa se ponen los nombres y apellidos de los héroes anónimos que llegaron incluso a exponer su vida para salvar la de los alemanes. Uno de los más aplaudidos fueron el torrero del Faro, Abelardo Beloqui, su esposa Concepción Centeno y el hermano de ésta, Francisco; además del torrero tercero, Juan Retamero. Entre los cuatro atendieron a 55 heridos «entre oficiales, el médico, un maquinista, guardia marinas y marineros, que llegaban desnudos o casi y a los que, llevados allí, les facilitaron todas las existencias de ropa que había en el edificio y reanimaron con cuarenta botellas de vino sus fuerzas agotadas».

Y añade la crónica: «Varias personas llevaron ropas al faro, y entre ellos merece ser mencionado un alemán que fue en un coche lleno, literalmente, de prendas de vestir». El faro -o la Farola, como la conocemos en Málaga- fue uno de los escenarios en los que se dio auxilio a los heridos leves. Los más graves se repartieron entre la escasa infraestructura sanitaria que había en la Málaga de la época: el Hospital Noble, cuya construcción -unos años antes- respondió precisamente al deseo del médico inglés José Guillermo Noble de que la ciudad contara con un espacio que atendiera a los forasteros (sobre todo marineros) y que recibió a 38 náufragos del Gneisenau, y el Hospital Civil, donde fueron ingresados 55.

Sobre las víctimas mortales, 41 en total, algunos escritos destacan que hubo malagueños entre los fallecidos, pero no fue así: una investigación reciente de la exarchivera municipal Mari Pepa Lara, que se ocupó de repasar las actas de defunción de aquellos días con motivo del centenario de la tragedia, confirma que no hubo bajas entre los vecinos. Sí está confirmada, sin embargo, la estancia en el Hospital Noble del único herido español (no se especifica la ciudad de procedencia), llamado Luis González Martínez y de oficio estibador: según él mismo contó a los que lo socorrieron, a la hora del hundimiento se encontraba en el Café de La Marina (en la Acera de La Marina) «y advertido del peligro de la fragata, acudió al sitio de la ocurrencia y coadyuvó al salvamento. Al querer arrojar un cable fue envuelto por una ola que lo sepultó en la hondonada formada por dos grandes rocas. Gracias a unas cuerdas que oportunamente le echaron, pudo salir de aquel lugar y fue atendido de contusiones en el pecho y la cadera».

Camas y comida del lujoso Café Inglés en el salón de plenos

Los heridos más leves fueron atendidos en el faro, pero también en la sede del Ayuntamiento y en desaparecido Cuartel de Levante. En el primer caso, el alcalde de la época, Guillermo Rein, ordenó que la sede del consistorio se transformara urgentemente para dar cobijo a los náufragos. Hay que recordar que en el año 1900, el Ayuntamiento aún tenía su sede en el antiguo Convento de San Agustín, número 82; y las órdenes de las autoridades fueron claras: había que hacer lo más cómoda posible la convalecencia de los heridos leves.

Tal y como recoge la crónica de 'El Noticiero malagueño', se habilitaron el salón de plenos, el de la Alcaldía y las antesalas. Además, «se dieron a los náufragos una muda de ropa blanca y un par de alpargatas, y en los salones donde aquellos se alojaban colocáronse estufas para hacer más cálido el ambiente». Los detalles de la cena que se sirvió dan la medida del mimo con el que se les atendió: «A las ocho y media de la tarde les fueron servidos a las víctimas de la catástrofe 100 cubiertos por el Restaurant Café Inglés -uno de los más distinguidos de la recién estrenada calle Larios-, consistente en una suculenta sopa, un plato de carne, café y vino». La comida fue servida por la guardia municipal en los pasillos del Ayuntamiento, reconvertidos en comedores. Una vez terminada la cena, las dependencias municipales se transformaron en dormitorios: Cruz Roja habilitó 25 camas y la Factoría Militar las restantes, y el periódico recoge el trabajo a destajo «para confeccionar los colchones a toda prisa». El alcalde estuvo acompañando a los heridos hasta última hora y dejó orden de que un retén de bomberos de guardia se quedara en vela «para el caso en que fueran necesarios sus servicios».

Otros 140 heridos leves fueron atendidos en el Cuartel de Levante, donde también se les dio ropa, «una confortable comida y una cajetilla de tabaco de 0.45 céntimos».

Los héroes del rescate (entre ellos, Félix Sáenz)

Un buzo, subiendo al muelle tras una inspección de las aguas después del naufragio archivo juan temboury

Las crónicas de la época están repletas de las gestas anónimas de ciudadanos malagueños que, horrorizados por la tragedia, no dudaron en acercarse al Puerto para echar una mano o arrojarse literalmente al mar en auxilio de los náufragos. La visión del muelle en una época en la que el Parque de Málaga era un proyecto apenas iniciado animó a muchos a colaborar en las tareas de rescate. Uno de ellos fue el conocido comerciante Félix Sáenz, ya un hombre de negocios consolidado que a principios del siglo XX formaba, además, parte de la corporación municipal con el cargo de teniente alcalde. Aunque algunos documentos antiguos han llegado a afirmar que él fue uno de los que no dudó en tirarse al muelle para colaborar en las labores de salvamento, lo cierto es que lo hizo, sí, pero en un vapor llamado 'Cabo Tortosa'. La iniciativa sumó también al gobernador civil y al comandante de Marina, pero no tardaron en darse cuenta de que el estado de la mar hacía inviable la llegada a la fragata sumergida y tuvieron que regresar al Puerto.

Las crónicas de la época dejan espacio también para otros héroes anónimos, como un cochero de tranvía cuyo nombre se desconoce y que resultó herido al arrojarse al agua para salvar náufragos. 'El Noticiero Malagueño' recoge la historia de un trabajador del muelle, llamado Manuel Molina, «que les echó a los heridos varios cabos y trabajó con porfía». O la de un viejo pescador «que vive en Pedregalejo, que se arrojó al mar sin temor al peligro y salvó dos marineros, después de lo cual, y una vez en el Hospital Noble, donde llegó en ropas menores, le proporcionó la señora Rosa Schneider de Küfner dinero para que con un carruaje volviera al sitio de su residencia». Igualmente destacable fue el papel del cabo de mar Rosendo Rodríguez, «destinado en nuestro puerto y que con gran riesgo de su vida salvó a muchos náufragos, metiéndose entre la escollera y auxiliando a los hombres que lanzaban los cables y recogiendo del agua a algunos marineros sin fuerzas».

Por último, la leyenda popular habla de la participación en el rescate de la mítica marenga de La Malagueta Elena León, a quien sitúan en pleno naufragio con una de sus barcas a pesar de que esta historia no ha podido ser confirmada.

El entierro y el luto: las oficinas de telegramas, colapsadas

Cortejo fúnebre en dirección al Cementerio Inglés, en la avenida de Príes archivo municipal

La muerte de 41 ocupantes de la fragata (entre ellos, el capitán Kretschmann), la asistencia sanitaria a decenas de heridos y las escenas de pánico que se vivieron en la mañana del 16 de diciembre en el Puerto de Málaga dejaron a la ciudad sumida en la parálisis y el luto. Los teatros, único espectáculo público en aquellos días, cerraron sus puertas en señal de duelo y las noticias de hallazgos de cadáveres y supervivientes en hospitales o casas particulares mantuvieron a la población con el alma en vilo durante semanas. La necesidad de los náufragos de comunicar con sus familias en el extranjero llegó a colapsar las oficinas de telegramas de la capital, poco acostumbradas a la avalancha de supervivientes que querían comunicarse con Alemania para confirmar que se habían salvado.

Los momentos más dolorosos, sin embargo, se vivieron en el Cementerio Inglés de la avenida de Príes, donde fueron conducidos los restos de las víctimas por profesar una religión diferente a la católica (hay que recordar que en aquella época no estaba permitido que personas de diferente religión compartieran suelo sagrado). El entierro tuvo lugar tres días después de la tragedia, el miércoles 19 de diciembre, y las crónicas confirman que fue uno de los más multitudinarios y tristes de cuantos se recuerdan en la ciudad. Miles de ciudadanos arroparon a los supervivientes que estaban en condiciones de despedir a sus compañeros, al cuerpo consular presidido por Adolfo Príes, a las autoridades civiles y militares, a un batallón del ejército español con banderas y música o a la Guardia Civil a caballo cubriendo el cortejo fúnebre. Aún hoy, la visita al pequeño monumento en memoria de los tripulantes del Gneisenau en el Cementerio Inglés, es una de las más impactantes.

… Y hasta una letra en el Carnaval de 1901

Detalle de a letra en recuerdo del Genisenau que se cantó en los carnavales de 1901. FOTO: Narciso Díaz Escovar
Imagen - Detalle de a letra en recuerdo del Genisenau que se cantó en los carnavales de 1901. FOTO: Narciso Díaz Escovar

Sí, han leído bien. Aunque es una historia casi desconocida, el impacto de la tragedia del Gneisenau en la ciudad fue tan profunda que unos meses después, ya con el año 1901 en el calendario, se convirtió en la letra de una de las actuaciones de Carnaval. El documento se conserva en el archivo de Narciso Díaz de Escovar y la primera parte lleva por título 'Naufragio de la fragata alemana'. Su letra repasa cronológicamente el hundimiento y el dolor que quedó en la ciudad: «El terrible naufragio/ que en Málaga hemos tenido/ nos deja triste recuerdo/ y el corazón dolorido. // Hombres, niños y mujeres/ no paraban de llorar, / al ver que con sangre humana/ se enrojecía la mar. // Los muertos y los heridos/ cuando los echaban en tierra,/ recordaba nuestra mente/ lo de las últimas guerras (…)//.

Y con un mensaje para el capitán Kretschmann: «El comandante primero/ de la fragata perdida/ dicen que tuvo la culpa/ de la desgracia ocurrida. / Pues el sabio comandante/ de nuestro puerto de mar/ le avisó con mucho tiempo/ que había un gran temporal//. El alemán contestó/ que lo que hacía sabía/ y que daba las gracias/ por la advertencia que hacía. / Cuando al poco rato vimos/ que el gran huracán entró/ y aquel que tanto sabía/ fue el primero que murió».

La última estrofa de la copla carnavalera resume, en fin, lo que supuso esta tragedia para la ciudad más allá de títulos en el escudo y puentes sobre el Guadalmedina: «Este pueblo nada hizo/ por interés de ganar/ porque sabe todo el mundo/ que fue por humanidad».

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