Víctor Heredia
Jueves, 24 de agosto 2023, 00:02
Cuando caminamos por las aceras las pisamos continuamente, sin darnos cuenta. También cuando circulamos en vehículos de diverso tamaño y tipo de propulsión. Me refiero ... a las tapas de alcantarillas. En realidad, a cualquier tapa de registro que, prácticamente a cada paso, encontramos en nuestros recorridos urbanos. Algunas son realmente de alcantarillas, es decir, de recogida de aguas sucias o de lluvia, pero otras muchas corresponden a las diferentes redes técnicas que surcan de forma subterránea las arterias de la ciudad a través de miles de metros de conducciones: electricidad, telecomunicaciones, gas, agua potable… Hay una urbe escondida, oculta bajo el pavimento, que guarda galerías y pasadizos que solo conocen los técnicos que tienen que trabajar en ellas. Algunas tienen origen medieval y otras son relativamente conocidas, como el foso de la muralla que fue convertido en el siglo XVIII en un gran canal de drenaje que discurre por debajo de los edificios de la acera de los pares de las calles Álamos y Carretería.
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Pero nuestra propuesta de hoy no pretende llegar tan bajo, sino quedarse en la superficie, en lo visible. Visible si miramos al suelo, claro. Volvamos a las tapas de alcantarilla o de registros diversos. Aunque en su inmensa mayoría se trata de piezas metálicas colocadas en las últimas décadas, si las observamos comprobaremos que hay un alto grado de reciclaje de estas piezas de fundición, ya que muchas presentan, a pesar de estar en calles varias veces reformadas, cerca de un siglo de antigüedad. Lo sabemos aunque, en realidad, ninguna lleva fecha. Bueno, sí, hay una con el año de la se habla en el apartado.
En algunos países, especialmente en Japón, las tapas de alcantarilla se han convertido en un objeto artístico con un nombre propio: manhoru. Desde hace cuatro décadas cada ciudad ha ido singularizando sus diseños hasta hacer que sean piezas de alto valor estético y con un potente valor identificatorio. Por el mundo existen algunas tratadas como esculturas, caso del cocodrilo de Tom Otterness en una estación de metro en Nueva York o la figura del pocero asomando su cabeza en Bratislava.
La red de alcantarillado que existía en Málaga a principios del siglo XX era incompleta y arrastraba numerosos problemas. El ingeniero José Bores Romero preparó en 1922 un plan de alcantarillado general de la ciudad para completar la red de saneamiento. Este proyecto fue incluido poco después en el Plan de Grandes Reformas de 1924, que en una primera fase dirigió el propio Bores. Las obras de renovación y ampliación de la red de saneamiento tuvieron un gran impulso entre 1926 y 1934, bajo la dirección del ingeniero Wifredo Delclós.
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Esos trabajos se llevaron a cabo, por tanto, entre los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII y la Segunda República. Conllevaron la realización de cientos de tapas para los registros de las que, como hemos dicho, se conservan muchas en las calles malagueñas. Hay varios modelos que, entre otras cosas, se distinguen por la forma del escudo de la ciudad. Y en el escudo se puede apreciar el régimen político de la etapa correspondiente. Aunque muchas presenten el lógico desgaste por el paso del tiempo y de las pisadas, en no pocas se observa un hecho curioso. Si nos fijamos con detalle, la corona real del escudo de la ciudad ha sido tallada, es decir, eliminada. Si estas piezas fueron encargadas a finales de los años veinte, todavía en la monarquía, y luego fueron colocadas ya en la época republicana, parece que la cuestión de la corona se solucionó sencillamente con su borrado mecánico. Es decir, hay que imaginarse a un operario con un cincel golpeando esa parte de la tapa metálica hasta dejar el hueco. Toda una lección de historia a ras de suelo.
La decana de las tapas malagueñas está en el Cementerio Inglés. Al subir la cuesta de entrada y llegar al patio principal del recinto hay en el suelo un pequeño registro con su tapa de hierro fundido. Puede que en origen fuese una rejilla, cuyos huecos han quedado colmatados por la tierra que ha caído dentro. En su borde se puede leer con dificultad, por el gran desgaste del metal, una inscripción: «Aguas de Torremolinos. Federico Gros. Año 1878». Este texto nos da la fecha y el origen de esta pieza excepcional. Corresponde a la red de distribución de agua que se formó después de la traída desde los manantiales de Torremolinos, obra culminada en 1876. Ese mismo año se entregó la concesión del servicio de abastecimiento a la empresa del francés Federico Gros, cuyo nombre figura en la tapa. Se trata de un objeto con un gran valor histórico y que aporta un valor añadido al camposanto de la avenida de Príes. Una pieza que podría estar en un museo de historia de la ciudad.
Existen otros casos de tapas desubicadas o curiosas. Por ejemplo, en la calle Fresca (que tiene un buen muestrario de tapas antiguas) hay una en la que se lee Churriana, por lo que está a varios kilómetros del que debería ser su lugar. En la calle Martínez tenemos una tapa con cierto misterio, ya que no identifica su función, es decir, a qué red sirve, pero sí a su constructor: el taller metalúrgico de Ruperto Heaton, que se llamaba La Esperanza y estaba en Huelin. En el entorno de la Jefatura de la Policía Local podemos ver otras tapas de saneamiento en las que también se indican las fundiciones malagueñas que las fabricaron en fecha indeterminada (pero en todo caso a mediados del siglo XX): La Metalúrgica S. A. y A. Muñoz Marín.
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Seguro que hay otras curiosidades relacionadas con las tapas que existen en nuestras calles. Merece la pena fijarse en las tapas… de alcantarilla.
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