
La historia del cura malagueño que mató al primer obispo de Madrid
A la sombra de la historia ·
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Domingo de Ramos de 1886. Narciso Martínez Izquierdo llevaba solo unos meses ocupando la cátedra de obispo de la recién creada diócesis de Madrid-Alcalá. Hacía una mañana espléndida y lucía un sol radiante. Su Ilustrísima llegó en coche de caballos a la catedral de San Isidro. Al comenzar a subir la escalinata del templo alguien le descerrajó tres tiros. El señor obispo todavía ascendió algunos escalones antes de caer desplomado en medio de un charco de sangre. Don Narciso Martínez falleció al día siguiente, después de recibir la visita del presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo.
El autor de los disparos se llamaba Cayetano Galeote Cotilla y era un sacerdote natural de Vélez-Málaga. Había nacido en 1839 en el seno de una familia muy humilde de seis hijos. De pequeño padeció una otitis que le dejó prácticamente sordo. Estudió en el seminario de Málaga y ejerció de coadjutor en Vélez. Fue destinado al desolado peñón de Vélez de la Gomera. También fue capellán castrense en Fernando Poo y durante cinco años desempeñó su sagrado ministerio en Puerto Rico. Aquí fue donde consiguió la famosa pistola que siempre le acompañó hasta el día del asesinato.
Tras estos destinos, que seguramente no envidiarían sus compañeros, en diciembre de 1879 Cayetano Galeote llegó a Madrid. Entonces comenzó un periplo de parroquia en parroquia. En muchas de ellas fue amonestado y llamado al orden, lo que él sentía como un desprecio o una humillación. Aclaremos que nuestro protagonista tenía un carácter difícil. Tuvo fama de malhumorado, irascible y violento. Sus ataques de ira eran temidos, máxime cuando procedían de un individuo de considerable estatura, como era el caso de Cayetano. Algunos aseguran que era codicioso. Francisco Montoro, que estudió a fondo la figura de Galeote, afirma que su padre le inculcó desde pequeño la importancia del sentido del honor. Su sordera, que le impedía administrar el sacramento de la confesión, le volvió excesivamente suspicaz.
Cayetano Galeote vivía amancebado con doña Tránsito, personaje misterioso y principal en toda esta singular historia. Él aseguraba que era su sobrina. Le acompañó en todas sus mudanzas y sabía sobrellevar con paciencia y resignación cristiana los inesperados cambios de ánimo de su tío. En aquellos tiempos, algunos sacerdotes celebraban varias eucaristías al día en diferentes iglesias, porque cobraban estipendio por cada una de ellas. El nuevo obispo (había sido diputado carlista y era muy estricto con el comportamiento del clero) quiso acabar con este abuso. Además de que, lógicamente, no apoyaba que sus clérigos vivieran en público concubinato.
El cura veleño padecía manía persecutoria. La desencadenó el padre Vizcaíno, quien le impidió celebrar la santa misa en su parroquia, prohibición que Cayetano Galeote se saltaba a las bravas. El caso es que poco antes los dos estaban a partir un piñón, pues el párroco le había prestado cincuenta duros para que don Cayetano socorriese a su familia tras los famosos terremotos que sufrió la Axarquía en las navidades de 1884. Cuando se le privó de celebrar el santo sacramento, escribió una airada carta al obispo que este no contestó. Nuestro sacerdote sintió que su honor estaba siendo pisoteado.
En el juicio, que se convirtió en mediático por el gran escándalo que levantó el magnicidio, el cura Galeote declaró lo siguiente: «No soy un asesino, no, no. El obispo se mató a sí mismo. Mi honra está reparada. Cuando divisé el coche, como arrastrado por una fuerza irresistible, me abrí paso, llegué hasta el obispo y disparé. Luego me quise matar pero me cogieron por los brazos y me lo impidieron. Ya estoy vengado, grité».
Doña Tránsito Durdal Cortés era natural de Marbella y frisaba los treinta años. Así la describen sus contemporáneos: «Era esbelta, educada e inteligente». «Guapetona, alta, ojos negros, boca grande, conjunto agradable». Cayetano la conoció al poco de llegar a Madrid y sucumbió ante sus encantos. En el juicio, el fiscal comentó de manera maliciosa que en casa del acusado solo había una cama de matrimonio. Cuando se le preguntó cómo conseguía tranquilizar al acusado, contestó: «Dándole lo que él deseaba». Esta respuesta llenó de carcajadas la sala y fue muy celebrada en la prensa.El psiquiatra José María Escuder viajó a Vélez y estudió cuatro generaciones del cura Galeote, en concreto 163 parientes, 66 de ellos vivos. Quedó maravillado. Muchos padecían delirios, epilepsia o histeria. El padre y tres hermanos entre ellos. Pero lo que más le sorprendió fue su elevada fecundidad, tanto en la rama de los Galeotes como en la de los Cotillas. Los matrimonios superaban con creces los diez descendientes, llegando en algunos casos a los dieciocho o veinte hijos.
No era usual que un sacerdote matase a su obispo un Domingo de Ramos delante de todos los fieles. La sentencia le condenó a muerte, pena que le fue conmutada por reclusión perpetua en un manicomio. Fue el primer caso en la historia del derecho español en el que un condenado se libró de la pena máxima por su estado mental, ya que se demostró que el acusado padecía «monomanía de persecución en tercer grado», según el informe psiquiátrico. Su deplorable estado mental quedó patente en el juicio, en el que pasaba del llanto a la ira, siempre agitado y nervioso.
Tanta repercusión tuvo el caso que Antonio Machado y Álvarez, el padre de los Machado, le dedicó el libro 'La iglesia y Galeote'. Galdós visitó al sacerdote homicida en el psiquiátrico y nos lo describió en su obra 'El crimen de la calle Fuencarral' así: «Galeote parece una fiera enjaulada, balanceándose con movimiento semejante al de los cuadrúpedos aprisionados». En el manicomio de Leganés, Cayetano Galeote estuvo encerrado más de treinta años, hasta que falleció en 1922.
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Álvaro Soto | Madrid
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