Exterior de una cueva en El Palo. Archivo CTI-UMA
A la sombra de la Historia

Las cuevas de El Palo o las hurdes malagueñas

No disponían de luz, ni agua ni cuarto de baño, y en ellas vivían grandes familias con animales domésticos

Domingo, 22 de agosto 2021, 01:20

Así tituló un reportaje gráfico a doble página el 29 de septiembre de 1930 la revista 'Vida Gráfica', dirigida por Juan Arenas. Lo firmaba el ... periodista E. de Argentales, quien no dudó en utilizar expresiones tan llamativas como «trogloditas en el siglo XX» para referirse a los habitantes de las cuevas del Calvario en la barriada de Miraflores de El Palo y añadía: «El hombre de las cavernas existe en 1930». Utilizaba como titular la maldición bíblica «ganarás el pan con el sudor de tu frente» porque «desde que nuestra madre Eva comió la fruta del árbol prohibido hasta nuestros días, en nadie se ha cumplido con tanto rigor la dura ley».

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El periodista describía cómo eran las viviendas. Tenían dos o tres piezas de unos dos metros de largo, otros dos de ancho y dos de alto aproximadamente, sin más comunicación con el exterior que una pequeña puerta por donde podía entrar el aire o el sol. No disponían de luz, ni agua, ni cuarto de baño. Destacaba la promiscuidad en la que vivían las familias que las habitaban, normalmente con muchos hijos, mezclados con animales domésticos y algunas cabras. La calle a la que daba la cueva era en realidad el cauce de un arroyo maloliente y sucio. La fuente más cercana estaba a ochocientos metros.

El autor del artículo no tuvo empacho en comparar las cuevas de El Palo con las ya míticas Hurdes, región recóndita de Extremadura, que había recorrido unos años atrás el rey Alfonso XIII a lomos de caballerías, acompañado por el doctor Marañón. Allí el monarca se encontró lo que nunca había imaginado: pobreza, hambre, atraso, abandono y unos habitantes aquejados de enfermedades como paludismo, bocio endémico o cretinismo.

Joaquín Ruano y José A. Barberá publicaron hace unos años un documentado libro sobre esta popular barriada. Según cuentan estos autores, El Palo tenía en 1700 unos 35 habitantes. En 1772 había seis chozas (habitadas por Antonio Gómez, Diego Gutiérrez, Manuel Ortega, Francisco de Mosa, Luis Esteban y Antonio Cortés) y un número no determinado de cuevas como la de Diego Hernández. En total sumaban 120 vecinos. El núcleo original del barrio se situaba en las laderas más bajas del monte de San Antón, al norte de la actual avenida Juan Sebastián Elcano.

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Interior de una cueva de El Palo en noviembre de 1954. Foto Arenas. Archivo CTI-UMA

En 1800 había en El Palo unas 140 casas. Veintitrés años más tarde, los 560 vecinos vivían principalmente junto a la playa y en las primeras calles del barrio. Solo quedaban quince chozas y cinco cuevas habitadas en la zona del arroyo, y otras doce, las conocidas como cuevas de Santa María Magdalena. Estas zonas, que estaban en el origen del barrio, se fueron quedando como núcleos marginales.

Según el censo de 1842, la población había ascendido a 2.091 vecinos. El gran crecimiento en estos años se debió a la cercanía a Málaga, la bondad de la tierra y la abundancia de la pesca, que sirvió como foco de atracción. En ese año, la mayoría de la población se dedicaba a la pesca (calamares, almejas, boquerones, chanquetes, jureles, lenguados, etc) y a la agricultura. También había un grupo de personas que se empleaban en el pastoreo y en la cría de cabras de leche, y otros oficios minoritarios como albañiles, herreros y hasta un bombero. En ese mismo censo de 1842 aparecen ya documentadas haciendas como la de San Antón, El Candado, El Deo, Lagar Blanco o la huerta El Platero. En 1900 la población creció hasta los 4.500 habitantes.

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Cuando el periodista de 'Vida Gráfica' visitó las cuevas de El Palo en 1930, le llamó la atención el contraste de estas con el gran crecimiento y desarrollo que había experimentado Málaga en la década de los años veinte. En 1930 ya circulaban por las calles malagueñas unos dos mil coches y otras dos mil casas tenían teléfono. Los dueños de las cuevas, cuenta el autor del reportaje, cobraban un alquiler que oscilaba entre las tres y las quince pesetas. Había un propietario que vivía de las rentas de cinco o seis cuevas. Una inquilina se quejaba de que antes eran muy baratas, «pero ahora son muy demandadas y los alquileres han subido escandalosamente». El que no pagaba se tenía que ir a vivir a la playa.

El autor acababa su reportaje con una invocación al alcalde de la quinta capital de España y a los concejales «que en procesiones y fiestas lucís el elegante frac». Y advertía del odio y rencor que estaba naciendo en esas pobres gentes que no habían disfrutado de los beneficios de la dictadura de Primo de Rivera.

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Con la construcción paulatina de viviendas sociales en los años cincuenta y sesenta se fue acabando con esta lamentable situación de subdesarrollo.

Archivo CTI-UMA

A vueltas con el nombre de El Palo

Existen dos leyendas muy conocidas sobre el origen del nombre de este barrio: la del gran tronco de madera que una inundación arrastró y que permaneció un tiempo en las cuatro esquinas, y la del mástil de un barco hundido que se quedó clavado en la orilla.

La teoría más sugerente es la que proponen Ruano y Barberá, que encontraron en los repartimientos de los Reyes Católicos del Valle de las Viñas de Miraflores un Alonso Ximénez, marqués de Palo, que recibió tierras en la zona. Según Medina Conde tenía otros títulos como el de marqués del Vado Maestre. Sin embargo, en ningún archivo local ni nacional queda constancia de que haya existido alguna vez el título de marqués de Palo.

Según Víctor Heredia, lo único constatado es que en el antiguo camino entre Málaga y Vélez existió un ventorrillo llamado del Palo, que le dio nombre a la población. El topónimo puede proceder del latín 'palus', que significa pantano o marisma, por la que se formaba entre los arroyos Jaboneros y Gálica en las épocas de grandes lluvias.

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