
John Smith, profesor emérito de español de la Universidad de Cleveland, en el estado de Ohio, desciende emocionado del avión. Aunque ha estado varias veces ... en España, es la primera vez que visita Málaga. Al llegar a la pista escucha a una operaria (uñas largas, retocado maquillaje, moño improvisado, masticando chicle enfundada en chaleco reflectante) que le grita a un compañero:
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¡Illo, ya me ha echao el bajío el siesomanío ese!
El estudioso de nuestro idioma no entiende nada.
(Illo, acortamiento léxico de chiquillo, aunque en Málaga a los muchachos jóvenes les llamamos chaveas. Echar el bajío, transmitir mala suerte. Es propio de los gafes o malasombras. Siesomanío, antipático o desagradable. También conocidos popularmente como esaboríos, del castellano 'desabrido', algo que carece de gusto).
Fue Juan Cepas –librero, escritor, sobrino de Salvador González Anaya– quien publicó en 1972 su entretenido 'Vocabulario popular malagueño', del que se vendieron miles de ejemplares. Siguieron su estela Enrique del Pino, con su 'Diccionario del habla de Málaga', y Antonio del Pozo, autor de 'El habla de Málaga', este último precisamente profesor de Lengua del IES Los Manantiales de Torremolinos, donde uno es hoy sufrido docente. Todos ellos coinciden en que Málaga es una ciudad abierta al mar y nuestro puerto el lugar por donde penetran muchas palabras extranjeras que rápidamente se malagueñizan.
Pongamos un ejemplo de esta teoría. Cuando llegaban los barcos cargados de marineros –que llevaban largas jornadas de abstinencia sexual–, algunas mujeres 'de mala vida' se acercaban al muelle prontas a satisfacer sus deseos. Los navegantes, impacientes, deseaban elegir con cuál se quedaban y les increpaban en el lenguaje de los hijos de la Gran Bretaña:
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¡Show me now!
A lo que ellas, alegres y desinhibidas, se levantaban sus faldas y refajos. El show me now derivó en el malagueño chumino, que no vamos a traducir vaya a ser que haya algún menor curioseando el periódico. A estos giros, Juan Cepas los llamaba con gracia 'brincos idiomáticos' propios de nuestra manera de ser y de expresarnos.
Mi amigo Ricardo, burgalés de pro, se ríe mucho cuando yo decía que algo me daba fatiga, o sea, apuro o vergüenza. En Málaga poseemos un rico vocabulario que hace referencia al carácter de las personas. Algunas de ellas de antigüedad inmemorial. Estar guarnío o cansado, ya que cuando los soldados estaban de guarnición o de guardia acababan agotados. Enortao, estar desorientado, de perder el norte o estar desnortado. Un rabúo es una persona lista, espabilada. Al parecer tiene su origen en un tipo pintoresco que hubo en Málaga al que apodaban así. Pero quizá el vocablo más significativo en este campo sea el de majarón, que no necesita traducción alguna. Alfonso Vázquez publicó un tratado en el que analiza esta figura tan malagueña.
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Algunas palabras tienen origen culto, como flato, del latín flatus, 'viento', que en Málaga le añadimos otro significado, el de mareo: 'A esa señora le ha dado un flato'. Son palabras que se desvían de su sentido recto, adquiriendo otras significaciones variadas. Unas tienen un origen desconocido, como las piardas que a veces hacen mis alumnos. Algunas se refieren a la playa, como espeto, aguacuajá (medusa) o chambao. Otras a la Semana Santa: trono (en Sevilla, paso) y de ahí hombres de trono, que hasta no hace mucho se montaban en un tinglao.
Aunque para mí, las dos palabras malagueñas por antonomasia son guarrito y merdellón. Los primeros taladros que llegaron a Málaga procedían de Gibraltar y eran de la marca Warrington, de donde procede nuestro guarrito. En cambio, la etimología de merdellón no está tan clara. La teoría clásica afirmaba que procedía del francés, 'merde de gens' (mierda de gente). Así tildaron a los malagueños los soldados franceses de Napoleón en los años de la Guerra de la Independencia. Hoy está más extendida la opción de que su origen sea el vocablo italiano 'merdellone'. En su origen hacía referencia al criado que viste con desaseo y, de ahí, a las personas puercas y sucias. Como decía Juan Cepas, en Málaga merdellón «es un adjetivo que abarca muy sutiles conceptos de dificilísima especificación».
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Omitiremos en esta guía algunos vulgarismos tales como contri más (cuanto más), abájate (con sus variedades amoto y aradio), zarpullío (o sarpullido), fíate (fíjate), jopo (vete) o trompezar e inrritación, en los que se ha colado una eme, que parece dar más fuerza a estas palabras que salen de la boca de los malagueños en momentos de enfado o bronca. Acabemos esta breve y sucinta guía explicando que en Málaga al tobogán se le llama chorraera; a las zapatillas de deporte, tenis; al tacaño, encogío; dar un guantazo, es dar un mascón; y un malagueño nunca te lleva o te trae, te alarga.
Laura, mi compañera de departamento, castellana de Soria, estaba una mañana apesadumbrada en una cafetería. Acababa de llegar a Málaga y no sabía cómo desayunar –ella, que es de muy buen comer–, cuando vio que en la mesa contigua mandaron al camarero servir un pitufo catalana y un mitad doble (esto último le pareció metafísicamente imposible, como esa otra expresión tan malagueña, 'ahora después'). Ya no se le olvidó nunca más cómo tenía que pedir el desayuno en Málaga. Por la tarde, unas amigas la llevaron a tomar una papasá, que no sabía lo que era hasta que descubrió que se trataba de una patata asada, y un campero, ese bocadillo redondo tan típico de nuestra ciudad. A una persona muy tranquila, mi madre le decía que tenía muchas cachorreñas, pues las sopas cachorreñas se elaboraban a fuego lento, sin ninguna prisa. El palodú es una raíz dulce que se come y mastica, preferentemente de caña de azúcar. Cuando un malagueño quiere más, pide que se le añada una mijita. Se trata de una unidad de medida muy precisa. Lo contrario es una pechá.
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