La guerra de Marruecos y el hundimiento del Génova (1859)
Tribuna de la Historia ·
En agosto de 1859 se inició una campaña destinada a establecer una nueva delimitación del territorio de Ceuta, buscando la ocupación de Tetuán y, llegado el caso, de la importante ciudad de Tánger
francisco cabrera
Lunes, 9 de diciembre 2019, 13:52
La guerra de Marruecos y el hundimiento del Génova (1859)
España mantuvo a lo largo de la Historia unas difíciles relaciones con nuestros vecinos norteafricanos y desde luego Málaga fue, en no pocas ocasiones, testigo de ello. En agosto de 1859, uno de los tradicionales incidentes con los rifeños sirvió de excusa a nuestro ... país para iniciar una campaña, reconocida como Guerra de África o Primera Guerra de Marruecos, destinada a establecer una nueva delimitación del territorio de Ceuta, buscando la ocupación de Tetuán y, llegado el caso, de la importante ciudad de Tánger. Las operaciones militares comenzaron en diciembre de 1859.
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El fervor patriótico —que sin duda también respondía a razones internas destinadas a reforzar al entonces gobierno de la Unión Liberal— se extendió por toda España, llegando incluso a abrirse centros de reclutamientos de voluntarios en regiones como Cataluña y el País Vasco.
En Málaga, en la sesión municipal celebrada el 3 de noviembre de 1859 en el salón capitular de San Agustín, que era en donde entonces se ubicaba el Ayuntamiento malacitano aunque por poco tiempo, el regidor Santiago Casilari presentó una moción para que el municipio colaborase en los gastos de la guerra que estaba a punto de iniciarse. El lenguaje en aquellas circunstancias no podía ser más encendido: «… con motivo de la próxima campaña de África y en favor de los valientes soldados, pródigos siempre en derramar su sangre por la Patria y por el honor de su estandarte inmaculado y que se aprestan a combatir con la sonrisa en los labios sin pensar ni por un momento en los peligros si no para aumentar su confianza de vencerlos…».
A lo largo del mismo mes, las tropas españolas fueron embarcando camino de las ciudades hermanas norteafricanas. En Málaga, según recogía la gaceta de Madrid (n.º 335) en fecha 1 de diciembre de 1859, el general Ros de Olano pasó revista en la Alameda malacitana a siete batallones que marchaban hacia el frente: «Las tropas se presentaron en un estado brillantísimo de equipo y ejercicio militar, llamando la atención por su escogido personal y la marcial apostura de todos sus oficiales. En todos los semblantes se revelaba el ardiente deseo que tienen estos valientes de ir a compartir las penalidades y las glorias con sus dignos compañeros que ya están en África.»
Sin embargo, al no disponer de una escuadra de suficiente envergadura como para preparar un desembarco directo a Tetuán fue necesario hacerlo en Ceuta, cuyas defensas se vieron precisados a reforzar. Esta misma circunstancia de escaseces obligó al gobierno español a alquilar algún que otro buque a navieras extranjeras. Ese fue el caso del Génova, un vapor mixto italiano construido en Inglaterra y contratado por el gobierno español para el traslado de soldados y avituallamientos al escenario de la guerra. Según el investigador Fernando José García Echegoyen, el barco en cuestión «desplazaba 2968 toneladas, pudiendo transportar 270 pasajeros en tres clases y 450 toneladas de carga».
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El Génova llegó al Puerto de Málaga procedente de Alicante y cargado de explosivos, municiones, mulas y avituallamientos con destino al frente de guerra el 29 de noviembre de 1859, echando amarras a la altura de la actual Comandancia de Marina, frente al Fuerte de San Felipe.
A poco de atracar, el estallido accidental de una granada provocó una violenta deflagración en la popa del buque seguida de un voraz incendio. Los oficiales y tripulantes, conocedores de las toneladas de explosivos que almacenaban sus bodegas, lo desalojaron de inmediato intentando remolcarlo y alejarlo lo más posible tanto de la ciudad como del muelle. Esa fue la orden dada por la Comandancia de Marina al comandante del barco si bien el intento fue del todo inútil, ya que a la altura de la actual Farola y dada la extensión que iba tomando el fuego terminó naufragando en plena bocana de las instalaciones portuarias. Lo poco que sobresalía hubo que hundirlo con la intervención de un cañonero a fin de evitar males mayores al tráfico marítimo.
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La prensa se hizo eco de esta tragedia, que sin duda supuso un problema para un puerto cuyo fondo alcanzaba entonces en la zona del hundimiento apenas los ocho metros. Y también para la ciudad: en el cabildo celebrado en el Ayuntamiento el 1 de diciembre de aquel mismo año de 1859 —presidido por el primer teniente de alcalde Miguel Moreno—, el capitular Lorenzo Cendra manifestó «… que ya están saliendo a las playas las mulas ahogadas en el siniestro del vapor Génova, ocurrido el 29 del anterior, y que era una cosa que debía tenerse muy en cuenta para recogerlas y enterrarlas por lo que interesaba a la higiene pública, a lo que contestó el Sr. Alcalde que tanto como Vicepresidente de la Junta Provincial de Sanidad y como Alcalde había tomado las medidas necesarias; y que dos mulas que el mar había arrojado anoche ya estaban recogidas y enterradas desde la madrugada última».
Entre tanto, las operaciones militares proseguían en los territorios marroquíes, en general de forma satisfactoria para las tropas españolas dada su indiscutible superioridad técnica y estratégica sobre el enemigo.
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En el mes de abril de 1860, tras la batalla de Wad-Ras se firmó en Tetuán el tratado del mismo nombre. En él se ampliaban los territorios fronterizos de Ceuta y Melilla y Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las Chafarinas, al tiempo que se comprometía a pagar una elevada indemnización como compensación de guerra.
No obstante, la consecuencia más importante del conflicto fue afianzar el gobierno nacional gracias a una ola de patriotismo que, magnificada por la prensa, se extendió por toda España. Ejemplo de lo que decimos fue el encargo que la Diputación de Barcelona realizó a Mariano Fortuny (nacido en Reus como el general Prim) de varias obras sobre estos importantes hechos históricos. Un cuadro de gran formato conservado en el Museo del Prado y cuya imagen acompaña a estas líneas es el más significativo de cuantos realizó el artista.
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Con el bronce de los cañones que se capturaron al enemigo en la batalla de Wad Ras y una vez fundidos se encargó al escultor Ponciano Ponzano y Gascón los leones que figuran a la entrada del madrileño Congreso de los Diputados. Fueron nombrados como Daoiz y Velarde en recuerdo de los héroes del 2 de mayo de 1808, aunque el escultor bien pudo inspirarse en los personajes de la mitología griega Hipómenes y Atalanta, convertidos en leones y condenados a no mirarse nunca. Quizás por ello, uno se vuelve altivo hacia la Puerta del Sol, mientras que el otro hace lo propio hacia la Plaza de Neptuno.
Málaga por su parte fue en tales sucesos, como en tantas ocasiones, hospital de sangre en donde se recuperaban nuestros heridos en aquellas refiegas y en las que estaban por venir. Y también los enfermos, puesto que aproximadamente dos tercios de las bajas producidas en la contienda que acabamos de reseñar lo fueron por las enfermedades, el cólera especialmente.
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En la sesión municipal que tuvo lugar en el Colegio de San Agustín el 1 de diciembre —y que por cierto recibió en aquellos días la orden de desalojo para atender en sus espacios a los soldados heridos—, el alcalde informó a los regidores que de acuerdo con el gobernador «había adoptado las debidas precauciones para que si venían de África algunos militares con enfermedad sospechosa fuesen transportados al lazareto de los Ángeles, donde se les asistiese y socorriese sin riesgo de la población…».
Entre tanto, el hundimiento del Génova en un lugar de tanto tránsito marítimo obligó a las autoridades portuarias a iniciar con premura los trabajos de extracción de los restos que, como decimos, dificultaban seriamente la entrada a este puerto.
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Las operaciones se iniciaron apenas dos años después de producido el hundimiento —entre octubre y noviembre de 1861—, y en ellas participó el personal técnico adecuado bajo la dirección del ingeniero director del Puerto de Málaga.
No solo se procedió a sacar de los fondos lo que podía estorbar del citado buque, sino que se aprovechó para hacer lo mismo con otro pecio situado frente a la entonces Casilla de Sanidad, en el embarcadero de poniente, actual Muelle Cánovas. Nos referimos al Guillermo III, hundido el 13 de diciembre de 1857 frente a las costas de Málaga. Era este un barco holandés que había sido abordado en el día indicado a pocas millas de este puerto por el vapor francés Normandíe, ocasionándole en la proa una importante vía de agua. A pesar de ello consiguió, a duras penas, acceder a las instalaciones portuarias malagueñas, embarrancando en dicho lugar y dejando una buena parte de su casco fuera del agua.
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Tal y como decimos, tanto el Génova como el Guillermo III fueron extraídos en una operación conjunta que resultó sin duda muy compleja con los medios de la época y a la que no nos podemos referir a pesar de su interés ante la lógica limitación del espacio de que disponemos. Algunos de los restos que se conservan en el archivo de la Autoridad Portuaria acompañan a estas líneas.
Aún sería preciso una nueva operación de extracción de lo que todavía quedaba de, al menos, uno los buques citados cuando en 1966 el crucero italiano Cristoforo Colombo rozó con su quilla los restos de uno de los pecios en su salida de puerto. Pero esa es una curiosa historia portuaria que ya contaremos otro día a nuestros pacientes lectores.
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