Víctor Heredia
Jueves, 31 de agosto 2023, 00:13
A lo largo de esta serie de artículos hemos ido apuntando una forma diferente de ver la ciudad, que hace hincapié en aquellos elementos que ... están a la vista, que no llaman la atención pero que poseen un indudable valor histórico y documental. Los casos más antiguos de rotulación de las calles, las tapas de alcantarilla o las torres miradores escondidas entre los tejados son solo algunos ejemplos. Veamos ahora aquellas señales que servían para ordenar la circulación y que han pervivido hasta nuestros días.
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Pensemos en las calles antes de que aparecieran los automóviles. El tráfico era intenso, pero a base de todo tipo de carros y carruajes tirados por animales: caballos, mulas, bueyes… Además había un gran número de carros de mano, manejados por hombres, que eran utilizados para el transporte de cargas más pequeñas o para llevarlas por vías más estrechas. Este tipo de vehículos rodaba con ruedas de ejes salientes que podían rozar las paredes, especialmente en las calles de menor anchura y al doblar las esquinas. Por este motivo, para evitar los daños que causaban en los muros, se colocaban marmolillos de piedra a la altura del pavimento y se preparaban las esquinas de los edificios haciendo rebajes hasta cierta altura y reforzando con piedra esa parte más expuesta. Quedan calles con marmolillos adosados a los bajos de los muros, como ocurre en Nuño Gómez o Postigo de Arance (donde siguen cumpliendo su función) y, sobre todo, se conservan numerosos ejemplos de guardaesquinas o guardacantones.
Algunos datan de finales del siglo XVIII y presentan una factura muy cuidada, como vemos en el entorno de la Alameda, donde hay modelos que protegen la esquina mediante un cuerpo saliente decorado. Es el caso del número 18, en los ángulos de la Casa de Guardia hacia la calle Pastora: en uno hay una especie de pilar poligonal de piedra rematado por dos peces entrelazados y en el otro el motivo es una gran cabeza grotesca con bigote y turbante, un mascarón con forma de cabeza de turco. En el edificio de enfrente, también en la calle Pastora, hay otros dos postes esquineros como columnas estriadas coronadas por una guirnalda. En el otro lado de la Alameda hay otro par en las esquinas de la calle Pedro de Mena.
Antes del uso de las actuales señales de tráfico, los guardaesquinas y los marmolillos eran piezas suficientemente contundentes para ordenar en cierta medida el paso de carros y carruajes o, al menos, para evitar que dañaran las paredes y entraran en calles demasiado estrechas. ¿Pero cómo se regulaba entonces la circulación? A mediados del siglo XIX, hacia 1850, se estableció una manera primitiva de dirigir el tráfico. Se recurrió a lápidas de piedra colocadas a la entrada de las calles señalando si se podía acceder a las mismas o no. El texto, que todavía utilizaba la grafía «carruage», con ge, iba acompañado de una delgada flecha que indicaba el sentido. En unas calles era de entrada y en otras de salida. De las primeras hay tres en las calles Muro de Puerta Nueva, Salinas (encastrado en el muro del Palacio Episcopal) y Medina Conde. De las segundas solo pervive una, en el Muro de San Julián. Como indica José Francisco Muñoz Antivón, son las más antiguas señales de tráfico que se conservan en la ciudad.
En el convento de las Catalinas encontramos hasta tres cantoneras entre las calles Andrés Pérez, Arco de la Cabeza y Gordón. Aquí presentan perfil ochavado y están decorados con motivos relacionados con la orden: una cruz dominica, un perro con una antorcha y una azucena o lirio. En los muros de la iglesia de la Concepción, entre las calles Nueva y Francisco de Rioja hay un guardacantón con la cruz y la concha, motivo que se repite en la esquina contraria y que tiene un simbolismo mariano.
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Aún existen numerosos guardacantones en las calles céntricas malagueñas. Con el escudo del Carmelo hay en la calle Torregorda esquina a Panaderos y en la calle Compañía esquina a Fajardo, mientras que en la calle Pozos Dulces, en la antigua Casa del Niño Jesús, vemos una sencilla cruz tallada. Con una forma que recuerda a un cañón tenemos otro en la calle Granada esquina a San José. Algo más arriba, en una esquina del Palacio de Solesio, el rebaje de la piedra está decorado con el emblema familiar, el sol, el mismo que aparece en los naipes que se fabricaban en Macharaviaya.
Utilizando fragmentos de columnas también se habilitaron algunas cantoneras, como podemos ver en las esquinas de Andrés Pérez con Pozos Dulces y de Compañía con Mártires. Hay muchas más, de diseño más simple, y al menos hubo una esquina que estuvo protegida por un viejo cañón de hierro. Estaba en el barrio del Perchel y, después de las demoliciones que allí se hicieron, fue recuperado como pieza de exposición en el Museo de Artes Populares.
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Pero estos elementos no eran los únicos que condicionaban la circulación. También estaban los populares marmolillos exentos (antecedentes de los bolardos actuales) que impedían la entrada de los carros por algunas calles. La calle Mármoles, precisamente, debe su nombre a la primitiva existencia de unos postes pétreos destinados a desviar el tráfico de carros pesados hacia la calle Carril. Algunos de estos postes eran de piedra, de perfil octogonal y laterales grabados con motivos decorativos, como el que queda en la calle Cabello. El otro modelo era metálico, más alto y delgado, en forma de columna coronada por un cuerpo prismático, que todavía podemos ver en las calles Pastora, Molinillo del Aceite y Marcos Zapata (en esta última con el remate pintado de amarillo). Cosas que tenemos ante nuestros ojos y que nos hablan de una ciudad cargada de historia, de la que les hemos contado –ya por quinto verano consecutivo– estos pequeños episodios. Ha sido un verdadero placer.
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