
El gran incendio del puerto de 1919
A la sombra de la historia ·
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El puerto de Málaga se convirtió en un infierno hace cien años, cuando mil toneladas de paja y otras mercancías ardieron durante dos díasvíctor heredia
Viernes, 26 de julio 2019, 00:29
En el verano de 1919 hacía menos de un año que había concluido la I Guerra Mundial. Los países que habían participado en el conflicto intentaban reconstruir sus economías entre grandes dificultades, mientras la llamada gripe española seguía haciendo estragos en la población mundial. España, como nación neutral, se había beneficiado de su posición ventajosa como suministradora de bienes a los beligerantes, pero a cambio estaba sufriendo una fuerte conflictividad laboral y una radicalización social. Y eso sin olvidar que el país afrontaba su propia guerra colonial en Marruecos.
El puerto de Málaga todavía desplegaba una importante actividad como punto de exportación de minerales y productos agrícolas de la región y puerta de entrada de cereales, materias primas y productos industriales. Además mantenía su condición estratégica como nexo de unión con Melilla y como centro de avituallamiento y embarque de las tropas que actuaban en el Protectorado. A finales de agosto de 1919 las huelgas se extendían por todo el país. En Málaga había en esos días tres focos huelguísticos: los matarifes, los camareros de hotel y los trabajadores agrícolas de Campanillas. El barrio de la Industria celebraba sus fiestas en medio de un calor insoportable.
Un periodista escribía del «cálido aliento de horno con que la naturaleza nos viene obsequiando». Y al mediodía del día 25 se declaró en el puerto de Málaga un incendio de enormes dimensiones. Las sirenas de los buques y las campanas de la Catedral dieron la señal de alarma.
Rápidamente se dirigieron a los muelles las autoridades, el servicio de Bomberos, la Guardia Civil y la Cruz Roja, además de un nutrido gentío ávido de conocer de primera mano qué estaba ocurriendo. Las llamas consumían un cargamento de pacas de paja que se estaban embarcando en el mercante 'Alerta' con destino a la Comandancia Militar de Melilla. El fuego prendió aceleradamente y alcanzó otras cargas de cebada y duelas que se hallaban en las proximidades. Desde un primer momento se atribuyó su origen a una chispa desprendida de una locomotora de los Ferrocarriles Andaluces que se encontraba maniobrando en el muelle transversal del oeste. Prendió en la paja y el fuerte viento de poniente se encargó de alimentar las llamas. En pocos minutos el muelle se convirtió en una enorme hoguera y los esfuerzos de los bomberos y del personal del puerto se dirigieron a evitar que el fuego se extendiera a otros productos inflamables que se encontraban en las inmediaciones: carbón, madera y bidones de aguarrás. Las duelas que estaban ya ardiendo fueron arrojadas al agua y los ferroviarios procedieron a retirar las locomotoras y los vagones estacionados en el muelle.
Los veleros que estaban atracados cerca se alejaron, pero el 'Alerta', en cuyas bodegas se estaba cargando la paja, no pudo impedir que el incendio alcanzara la cubierta y ofreció una imagen impresionante, surcando el puerto con llamas a bordo. Acudieron otras embarcaciones en auxilio del buque siniestrado, y después de muchos trabajos se consiguió extinguir el fuego empleando la bomba del propio barco.
Se dio orden de movilizar a todos los efectivos del Cuerpo de Bomberos y varios vapores surtos en el puerto colaboraron para sofocar el incendio. Fue de especial utilidad una potente bomba facilitada por un mercante de bandera noruega, el 'Thorton'. Las columnas de humo se podían ver desde toda la ciudad. En los alrededores de los muelles se concentró el gentío para contemplar de cerca la magnitud del desastre, mientras la Guardia Civil mantenía acordonado un perímetro de seguridad. Las elevadas temperaturas y el humo sofocante hicieron que algunos bomberos y varios espectadores se tiraran al mar medio asfixiados.
Algo más de dos años antes del gran incendio de 1919 el puerto malagueño había sido testigo de otro fuego que también movilizó todas las fuerzas disponibles para evitar una tragedia mayor. El 20 de mayo de 1917, cuando el vapor correo 'Sagunto', de la Compañía Transmediterránea, se disponía a zarpar, se declaró un incendio en la bodega de popa. Las campanas de la catedral dieron las señales correspondientes. El barco, que había sido contratado por el gobierno para suministrar a las plazas norteafricanas, llevaba una carga de 1.500 latas de gasolina y la explosión de una de ellas originó las llamas. El capitán, Juan Tonda, mantuvo la serenidad y consiguió que los 30 pasajeros desembarcaran ordenadamente. Los esfuerzos para sofocar el fuego fueron infructuosos y, ante el temor de que se produjera una explosión de peores consecuencias, se optó por abrir una brecha para provocar su hundimiento. Una vez sumergido, solo quedaron fuera del agua la chimenea y los palos. Fue reflotado el 17 de agosto de ese mismo año.
A eso de las cinco de la tarde se logró controlar el siniestro, pero las labores de extinción se prolongaron durante toda la madrugada y no terminaron hasta el amanecer del día siguiente. Una crónica de prensa afirmaba que entre las sombras de la noche el muelle presentaba «un aspecto fantástico». Por la tarde se fue desvaneciendo definitivamente la extensa humareda que había dominado el puerto durante un par de días. El terral, que ayudó a avivar las llamas, colaboró dirigiendo el fuego hacia el mar.
Afortunadamente no hubo que lamentar víctimas y la Cruz Roja solo tuvo que atender a varios heridos afectados por quemaduras leves. Los periódicos de aquellos días calcularon que habían sido reducidas a cenizas unas mil toneladas de paja y veinte vagones de cebada, además de las duelas que tenían como destino las minas de Puertollano. Las estimaciones iniciales cifraban el coste económico de las pérdidas en cantidades que se movían entre 160.000 y 250.000 pesetas. De las de la época.
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