VÍCTOR HEREDIA
Martes, 3 de agosto 2021, 00:31
La prueba del talón se hace a los bebés recién nacidos en sus primeras horas de vida y consiste en tomar una muestra de sangre ... mediante un pinchazo en el talón. Es una prueba de enorme utilidad ya que sirve para la detección precoz de enfermedades metabólicas como la fenilcetonuria o el hipotiroidismo congénito y permite el inicio de tratamientos de forma temprana para evitar daños graves en el desarrollo. Detrás de esta prueba clínica habitual en las maternidades está la personalidad de una mujer ejemplar con una vida extraordinaria, pero cuyo nombre apenas es conocido fuera de los círculos médicos y científicos: Gabriella Morreale.
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Morreale, una de las españolas pioneras en bioquímica y biología molecular, vivió algunos años de su adolescencia y juventud en Málaga. Había nacido en Milán el 7 de abril de 1930 en una familia con larga tradición científica, ya que por parte de su madre tenía entre sus ascendientes a varios profesores universitarios. Sus padres, Emilia de Castro y Eugenio Morreale, se licenciaron en ciencias naturales en la Universidad de Pavía, aunque Eugenio luego trabajó como periodista y diplomático, mientras que Emilia llegó a ser experta en reptiles. Los destinos diplomáticos de Eugenio Morreale al servicio del gobierno de Mussolini llevaron a la familia a Viena, Baltimore y Málaga, adonde llegó en 1941. Gabriella estudió en el Colegio Alemán y en 1944 aprobó en el Instituto Femenino el examen de ingreso y las asignaturas correspondientes a los cuatro primeros cursos del bachillerato. Lo completó en el Colegio Sagrada Familia, aprobando el examen de Estado el 10 de julio de 1947 con calificación de sobresaliente y premio extraordinario. También en Málaga empezó haciendo prácticas de laboratorio con el farmacéutico Román Casares Bescansa, director de la Farmacia Municipal.
Se licenció en Químicas en la Universidad de Granada en solo cuatro años –cuando lo normal eran cinco– y formó un tándem investigador multidisciplinar junto a su marido, el médico Francisco Escobar del Rey, con quien se casó el 1 de agosto de 1953 en la malagueña parroquia del Sagrario. Ambos centraron su campo de investigación en la función tiroidea materno-fetal y en las consecuencias de la deficiencia de yodo en el desarrollo neuronal. Ya en su tesis doctoral, presentada en 1955, Gabriella apuntó que la falta de yodo durante el embarazo estaba en el origen de determinadas deficiencias congénitas. El matrimonio fue precursor de la endocrinología moderna en nuestro país, con aportaciones reconocidas internacionalmente. Ambos realizaron una estancia postdoctoral en Leiden (Holanda) en la que se especializaron en el estudio de la glándula tiroides.
En 1958 Gabriella y Francisco se incorporaron al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el laboratorio del Centro de Investigaciones Biológicas. En 1974 se adscribieron a la Universidad Autónoma de Madrid, donde fundaron el Instituto de Investigaciones Biomédicas. Uno de los principales frutos de su trabajo fue la implantación, a partir de 1976, de las técnicas de detección precoz del hipotiroidismo congénito mediante la prueba del talón, aplicada inicialmente en España y luego promovida desde Unicef a escala mundial. Gabriella también realizó una gran labor de difusión de la necesidad de adoptar dietas con cantidades adecuadas de yodo, recomendación que hizo suya la Organización Mundial de la Salud.
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Sus investigaciones se plasmaron en innumerables publicaciones, ponencias y comunicaciones a congresos nacionales e internacionales. Perteneció a numerosas sociedades científicas españolas y extranjeras y ocupó la presidencia de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (1975-1979) y de la Asociación Europea de Tiroides (1978-1981). Entre los reconocimientos que recibió están el Premio Nacional de Investigación en Medicina (1977), el Premio Severo Ochoa de Investigación Biomédica (1989), el Premio Nacional de Investigación Médica Gregorio Marañón (1997) y el Premio Serge Lissitzy (2009). Además, fue la primera mujer en ser nombrada académica de honor de la Real Academia de Medicina en 1994.
Persona excepcional y de carácter afable, también se encargó de la formación de varias generaciones de investigadores que pasaron por su laboratorio. Falleció en Madrid el 4 de diciembre de 2017. Su marido y compañero, Paco Escobar, había muerto dos años antes.
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José Pedro Moreno, María Jesús Obregón, Flora de Pablo y Francisca Puertas publicaron hace un par de años el libro 'Gabriella Morreale. Su vida y su tiempo' (Universidad Autónoma de Madrid, 2019), en el que se recoge la trayectoria biográfica e investigadora de esta excepcional mujer. La Universidad de Granada pidió que una calle de esa ciudad lleve su nombre. En abril de este año el Ayuntamiento de Madrid anunció que le va a dedicar una plazuela en el distrito de Retiro.
Federico Soriguer, colaborador de Gabriella, ha escrito que las principales lecciones del trabajo de esta mujer han sido el entusiasmo, la pasión por el conocimiento, la generosidad y la modestia intelectual. Quizás Málaga también debería mantener el recuerdo de esta grande de la ciencia española.
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Las hermanas mayores de Gabriella eran Margherita y Mariolina. Margherita, nacida en Milán en 1922, cursó el bachillerato en Viena, donde desarrolló su pasión por la filología. Se licenció en la Catholic University de Washington y obtuvo el doctorado en la Universidad Complutense. Luego orientó su carrera hacia la docencia universitaria, obteniendo cátedras en Bari y Padua. Además dio clases en varias universidades norteamericanas como John Hopkins y Stanford. Fue una reconocida hispanista con centenares de publicaciones en las que estudió multitud de aspectos lingüísticos y literarios. Margherita tenía una enorme capacidad de trabajo y un gran sentido del humor. Mantuvo una estrecha relación con Málaga, donde adquirió una bonita casa en la zona de Pedregalejo, La Brisa. Murió en Padua en 2012. María, o Mariolina (1928-2018), la mediana, desarrolló una vocación artística centrada en la pintura. De joven acompañó a su padre a Argentina, donde recibió clases de pintura de Emilio Pettorutti, y a su regreso a España estudió algún tiempo en la Academia de San Fernando de Madrid. Asentada en Málaga, sus obras han protagonizado numerosas exposiciones.
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